La tarde había caído suavemente sobre la finca. Los rayos anaranjados del sol se colaban por las cortinas de encaje, bañando la habitación de la tía Sherlyn con una luz tibia. El aire olía a jazmín y a madera vieja. Davina entró con una bandeja entre las manos; sobre ella reposaban una tetera humeante, algunos pastelillos de limón y un libro de cubiertas gastadas.
—Espero que tenga hambre, tía —dijo con una sonrisa luminosa—. Le traje los bocadillos que más le gustan… y pensé leerle un poco.
La tía Sherlyn, recostada entre almohadones de encaje, alzó la vista. Aunque seguía débil, sus mejillas tenían un leve rubor y sus ojos, de un azul suave, conservaban el brillo de siempre.
—Qué detalle tan bonito, pequeña—murmuró, extendiendo una mano para tomar la suya—. No debiste de haberte esforzado tanto por esta anciana.
Davina dejó la bandeja sobre la mesita y se sentó junto a ella, con el libro en el regazo.
—Y me alegra verla mejor. Casi parece mentira que estuviera enferma.
—Los médicos exageran, como siempre —replicó Sherlyn con una risita suave—. A veces un alma cansada solo necesita un poco de compañía.
Davina se acomodó junto a ella, apoyando la cabeza sobre el mismo almohadón.
—Sabe, tía… he pensado que esta debe de ser la primera vez que pasamos tanto tiempo juntas —comenzó a hablar—. Antes casi no la veíamos, siempre me he preguntado ¿Por qué nunca antes nos había visitado?
Sherlyn guardó silencio unos segundos antes de responder.
—Supongo que fue culpa mía —admitió—. A veces los adultos creemos que tenemos todo el tiempo del mundo, hasta que el tiempo decide recordarnos lo contrario.
Davina la miró con puchero.
—Esa respuesta no responde a mi pregunta.
Sherlyn sonrió melancólica.
—Te contaré una historia de hace muchos años… sobre una dama noble que, debo decir, se parecía bastante a ti —respondió Sherlyn, mirándola de soslayo—. Era temeraria, divertida y un tanto excéntrica. No le temía a nada, y tenía la dicha de que su padre y su hermano siempre la resguardaban… y limpiaban sus desastres.
Davina rio entre dientes.
—Me agrada esa dama.
—Sí —continuó Sherlyn, con la mirada perdida en el fuego del hogar—. Pero hubo un desastre que ni siquiera su familia pudo limpiar. Esa joven se enamoró.
Davina parpadeó, sorprendida por el tono repentino de melancolía.
—¿Y qué tenía de malo eso?
—El joven no era de su mundo —susurró Sherlyn—. Era de origen humilde, un soñador que quería ver el mar… no desde la orilla, sino cruzándolo. Decía que allá, más allá de las olas, había un cielo distinto, deseaba explorar estos mares y descubrir los tesoros que guardaba, era tan inspirador que inspiro con sus propios sueños de libertad a esa dama.
—¿Y ella? —preguntó Davina, completamente cautivada—. ¿Qué hizo la dama?
—Se enamoró de sus palabras —respondió su tía con un hilo de voz—. Y juntos planearon escapar. Iban a huir una noche, bajo las estrellas.
Davina se incorporó un poco, con los ojos brillando de emoción.
—¿Y lo hicieron? ¿Se fugaron? ¿Vivieron felices para siempre?
Sherlyn sonrió, pero su mirada se ensombreció.
—No todas las historias de amor terminan con finales felices, querida —le aclaro—. Esa fue una de las muchas que no lo tuvieron.
El silencio llenó la habitación, roto solo por el crepitar del fuego. Davina bajó la mirada, intentando imaginar el final que su tía no se atrevía a contar.
—¿Y qué fue de ella? —preguntó en voz baja.
Sherlyn se recostó un poco más, cerrando los ojos con un suspiro.
—Digamos que aprendió demasiado tarde que incluso el amor puede tener un precio. —Después de una pausa, añadió con dulzura—. Pero también que hay amores que, aunque no duren, nunca se olvidan.
Davina guardó silencio, mirando las llamas. Por primera vez, vio a su tía no como a la figura lejana y elegante de su infancia, sino como a una mujer con su propio pasado, sus errores y sus heridas. Tomó la mano de Sherlyn con cuidado.
—Entonces supongo que esa dama tuvo un corazón valiente.
—Oh, sí —susurró Sherlyn con una sonrisa cansada—. Tan valiente… que todavía late en ti.
Davina la miro con curiosidad.
—¿Pero que paso con ellos? —preguntó intrigada—. ¿No pudieron escapar?
—Su padre los capturo antes de que pudieran hacerlo, a ella la mandaron lejos de Inglaterra, yo creo que supondrás a donde la enviaron —dijo entre risas—. Pero él… tuvo un destino peor, lo obligaron a enlistarse en el ejercito sino quería perder la vida —su rostro se ensombreció—. Le cumplieron su sueño de navegar en el mar, pero no fue lo que imagino que sería…hubo una guerra como tantas que han existido, perdió la vida en el mar, el que tanto había amado y soñaba navegar y junto con su vida los dos dejaron de respirar, pero solo uno de ellos su corazón se había detenido.
Davina tuvo que ahogar un grito de sorpresa, mirando con incredulidad a su tía sin haber sospechado que pudo haber tenido semejante final.