La biblioteca estaba envuelta en un silencio solemne, apenas roto por el murmullo de la lluvia golpeando los ventanales. El aroma a papel antiguo y madera encerada llenaba el aire cuando Davina entró, aún sin comprender por qué había sido llamada allí. Entre las sombras, de pie junto a una mesa iluminada por un solo candelabro, se encontraba Sirius. Su porte recto y la expresión impasible solo lograron aumentar la incomodidad que ella ya sentía.
—Veo que no ha perdido el tiempo mi lord, ¿para eso me llamo hablar? —dijo Davina con una leve inclinación, su voz tan controlada como su respiración.
Sirius levantó la vista del documento que tenía en las manos.
—Así es —le afirmo serio—. Necesitaba hablar con usted antes de que los rumores empiecen a tomar fuerza.
Davina frunció el ceño, cruzando los brazos con un gesto más propio de una doncella irritada que de una dama noble.
—¿Rumores? —repitió, con un dejo de burla en los labios—. ¿O se refiere a las atenciones de su nueva… compañía? —se rio sarcástico—. Puedo notar que su excelencia tuvo una buena compañía en estos últimos tres días…
El duque alzó una ceja, sorprendido por el tono ácido de su voz.
—Davina, no es lo que imagina.
Ella soltó una risa breve, casi incrédula.
—Oh, ¿no? Porque, desde donde estoy, todo parece tan claro. Tres días fuera del castillo y vuelve acompañado por una mujer hermosa, distinguida y con un aire de confianza… ¿qué otra cosa podría pensar?
Sirius suspiró, apoyando una mano sobre la mesa.
—Si termina de dramatizar, podría explicarle.
Davina entrecerró los ojos, pero guardó silencio, aunque la tensión en su postura delataba que no lo hacía por obediencia.
—¿Quién dramatiza? —dijo desafiante—. No necesito ninguna explicación puede ahorrársela…no quiero escuchar sus mentiras.
—Esa mujer —comenzó él con voz firme— es Lady Odette d’Aubigné, sobrina política de mi madrastra, la princesa de Baden y ex duquesa de Hamilton no sea tan cruel con ella.
—¿La está defendiendo?
—Mi madrastra la adopto como a su sobrina política debido a que su madre falleció cuando era muy joven, habían sido muy buenas amigas, su madre había sido una dama de compañía —le explico—. Aunque no compartía la sangre de Baden, Lady Odette había sido criada como sobrina de la princesa María Amelia desde la muerte de su madre. Fue mi madrastra quien la envió aquí seguramente como parte de uno de sus planes.
—¿Planes? —repitió Davina con escepticismo—. Qué interesante. ¿Y cuál sería el propósito?
Sirius se permitió una sonrisa breve, casi divertida, aunque su mirada permanecía fija en la de ella.
—Supongo que pretende que Odette me seduzca o me haga olvidar mis propias decisiones —dijo entre risas—. Pero… no va a funcionar.
Davina arqueó una ceja, incrédula.
—¿Y por qué está tan seguro de eso, su excelencia?
Él dio un paso hacia ella, deteniéndose a escasos centímetros. Su voz descendió, grave, con una calma que solo servía para inquietarla más.
—Porque —dijo lentamente, con un atisbo de ironía— ya tengo una prometida.
El corazón de Davina dio un vuelco. Sus labios se entreabrieron, pero no salió palabra alguna. Durante un segundo, el silencio fue absoluto; solo el fuego chispeó en la chimenea, arrojando sombras doradas sobre sus rostros. Sirius sonrió apenas, inclinando la cabeza con un gesto de cortesía fría.
—¿Satisfecha con la aclaración, mi lady?
Davina tragó saliva, intentando recuperar su compostura.
—Por supuesto —murmuró—. No tenía el menor interés en sus… asuntos personales.
—Claro que no —respondió él, aun sonriendo, y volvió a su escritorio como si nada hubiera ocurrido—. No debería de sentirse intimida por lady d’Aubigné…
—¿Quién menciono que yo me siento intimidada? —preguntó ofendida—.
—Ella proviene de una familia proveniente de un pequeño condado en la frontera entre Baden y Francia, es francesa —le explico—. Aunque es verdad que mi madrastra la adopto como su sobrina, lady Compton de acuerdo a su rango, sigue siendo superior a ella.
—¿Y cree que eso me consuela?
—Le consuela saber que he declarado ante mi familia que usted es mi prometida —le informo sonriente—. He mandado una carta a mi madrastra mencionando sobre nuestro compromiso y esta tan encantada que ella misma vendrá…
—¿Y quien ha dicho que yo he aceptado tal compromiso?
Sirius la miro confundido.
—Usted misma dijo que debía de hacerme responsable —inquirió desconcertado—. Que debía de proteger su honor…
—¿Y a quien le importa el honor? —replico molesta—. Si quiere casarse conmigo primero debe de cortejarme y después hablarlo con mi padre…
Sirius se soltó a reír al ver como el rostro de Davina se hacía cada vez más rojo y se ponía cada vez más nerviosa. Acorto la distancia que los separaba, haciendo que esta retrocediera hasta que su espalda se golpeo suavemente contra la pared quedando sin escapatoria ante esos ojos grises que parecían acecharla. Davina al mirar fijamente su rostro no pudo evitar bajar la mirada entristecida.