La noche había caído sobre el castillo, envolviendo las paredes de piedra en un suave manto azulado. La habitación de Davina estaba iluminada por la luz trémula de las velas que descansaban sobre su escritorio, donde una hoja de papel aguardaba a medio escribir. El aroma a tinta fresca se mezclaba con el de las flores secas que colgaban junto a la ventana.
—Penny, ¿podrías alcanzarme la otra botellita de tinta? Esta se ha secado —pidió Davina sin levantar la vista, su pluma suspendida en el aire.
La joven doncella obedeció enseguida, rebuscando entre los frascos.
—Aquí tiene, mi lady —dijo, extendiéndosela con cuidado—. Si me permite preguntar… ¿piensa aceptar la invitación de lady d’Aubigné para la fiesta de máscaras del conde Pembroke?
Davina apenas alzó una ceja, concentrada en trazar la última línea de su carta. Su caligrafía era precisa, firme, pero la sonrisa que se dibujó en sus labios tenía un matiz de ironía.
—Oh, Penny, no me lo perdería por nada del mundo.
—¿De verdad? —preguntó sorprendida—. Pensé que se negaría sabiendo que la invitación provino de lady d’Aubigné, pensé que no aceptaría porque le desagrada…
Davina dejó la pluma sobre el tintero y apoyó el mentón en su mano, mirándola con una expresión que mezclaba diversión y cálculo.
—No se trata de si me agradan o no, querida —le explico, sin apartar la mirada de la carta que escribía—. Lady d’Aubigné no da un paso sin tener otro escondido bajo la falda. Y una fiesta de máscaras… —hizo una pausa, girando ligeramente el papel para que la tinta se secara— …es el escenario perfecto para sus trucos.
Penny frunció el ceño, intrigada.
—¿Trucos, mi lady?
—Oh, sí —respondió Davina con un suspiro fingido—. Esa mujer está desesperada por encandilar a lord Hamilton. Y sólo Dios sabrá qué artimañas usará esta vez. Las fiestas así son el lugar ideal para atrapar a un noble desprevenido: un baile, un rincón apartado, una mirada mal interpretada… y de pronto, el escándalo está servido. Con el simple hecho de hallarse solos, sin una doncella que dé fe de lo ocurrido, ya bastaría para forzar un compromiso.
Penny abrió los ojos con asombro.
—¡Qué audacia!
Davina sonrió, inclinándose hacia adelante para doblar la carta con elegancia.
—Audacia o desesperación, según cómo se mire. Pero no te preocupes, Penny —añadió, cerrando el sobre con un pequeño sello de cera—. No dejaré que su noche termine como ella planea. Si lady d’Aubigné piensa mover sus piezas, yo moveré las mías primero.
—¿En que desea que la ayude mi lady? —dijo con curiosidad—.
Davina alzo una ceja curiosa por su reacción tan inesperadamente amable hacia ella.
—¿He escuchado bien? ¿lady Penny está accediendo a ayudarme? —preguntó incrédula—. Siempre pensé que me detestaba.
—Aunque no me crea mi lady prefiero mil veces que usted se convierte en mi nueva señora que volver a ver la cara rubia de esa arrogante dama —replico seria—. Hay que ver que el mal sea el más menor y ese lo es usted.
Davina en vez de ofenderse como cualquier otra dama noble lo haría al escuchar las palabras mordaces de una simple doncella, Davina solo pudo reírse por la audacia de Penny.
—Veo que se preocupa mucho por su señor —observó desconfianza—. Cualquiera podría pensar que en secreto estará enamorada de él, dígame lady Penny ¿piensa competir conmigo? Es por eso, que me ayuda a sacar la competencia a un lado…
Penny solo pudo soltar una carcajada ante las suposiciones de esta.
—Para nada —le aclaro—. Siento un profundo respeto ante mi señor —su mirada se desvió hacia el cielo nocturno que observaba por la ventana—. Yo crecí en los barrios más pobres de Bristol, soy una sureña, crecí en el sur…tal vez sea por mi mala suerte, pero fui separada de mi familia al crecer, mi madre una simple lavandera que podía hacer ante unos esclavistas…
—El esclavismos es ilegal —interrumpió Davina conmocionada—. Fue abolido por el rey Guillermo IV…
—Ay lady Compton, ya debería saber que, aunque las cosas sean ilegales no significa que la gente no las haga —suspiro cansada—. Mi madre solo podría soñar con comprarme y tenía otros tres hijos, no tuvo otro remedio que abandonarme a mi suerte, como era joven y pura fui llevada a Londres para ser vendida en el mercado, entonces mi señor me encontró, era vendida como simple ganado por gente blanca y rica que creía que por ser una marginada era igual al ganado, pero lord Hamilton me salvo de la esclavitud, me compro y me dio mi libertad, pero yo no tenía como sobrevivir ni siquiera como subsistir, entonces no solo me compro, y me dio mi libertad…me dio una razón para seguir viviendo, me dio un techo, comida y trabajo, pero sobre todo me mostro algo que este mundo nunca me había mostrado: compasión y me trato con dignidad como si mereciera el mismo trato que cualquier otro…
—¿Y en verdad no esta enamorada de él? —preguntó Davina sorprendida—.
—Por un momento lo creí, pero me di cuenta de que solo lo estaba idealizando —le aclaro, le sonrió cálidamente—. Así que no se preocupe que pueda ser una competencia para usted lady Davina…
—Entonces… Wyatt…