El carruaje cruzó lentamente los portones de Rosemere Hall, dejando atrás el camino cubierto de hojas. El sol, apenas asomando entre las nubes, bañaba la fachada de piedra pálida con una luz dorada, como si el tiempo no hubiera pasado desde su partida. Sin embargo, para Davina, el hogar parecía distinto: más pequeño, más silencioso… y, de algún modo, más sincero. Cuando el carruaje se detuvo frente a la entrada principal, la primera en recibirla fue Wendy con un rostro consternado, corrió a abrir la portezuela.
—¡Lady Davina! —exclamó sorprendida, sin poder disimular la preocupación en su voz—. No la esperábamos tan pronto…
—Ni yo —respondió ella con una leve sonrisa, descendiendo con la gracia intacta de una dama, aunque sus ojos delataban el cansancio del viaje y la punzada del orgullo herido—. ¿Podría avisarle a mi tía que he regresado?
Las puertas se abrieron antes de que él pudiera hacerlo. De inmediato, lady Compton, su tía, apareció al otro extremo del vestíbulo, con el rostro pálido de inquietud. A su lado, Barbara y Catherine, sus hermanas mayores, se apresuraron a correr hacia ella.
—¡Davina, por todos los cielos! —exclamó su tía, sujetándole el rostro con ambas manos—. ¿Qué ha ocurrido? ¿Te han tratado mal? ¿Acaso… su excelencia retiro el compromiso?
—¿Compromiso? —preguntó sorprendida—. Supongo que Catherine les dio algunos detalles…
—Yo no di ninguna detalle —le aclaro—. El duque mando a Whitmore con una carta donde anuncia su propuesta de matrimonio para ti…
Los ojos azules de Davina se iluminaron al escuchar sus palabras.
—¿Qué hizo qué?
—¿Acaso no te lo menciono niña? —inquirió su tía alterada—. Me pidió que le enviará la carta a tu padre donde pedía verlo en Londres para pedir oficialmente cortejarte…
—No me dijo nada —respondió en voz baja—. Ese tonto…
—¿Qué fue lo que paso hermana? —preguntó Barbara preocupada—. ¿Se volvieron a pelear?
—¿Ahora en donde lo golpeaste? —inquirió Catherine—. Lo bueno que ya no puedes romperle las piernas…
—¡Catherine! —exclamo su tía, alterada—. Deja esos comentarios a un lado, niña maleducada.
Davina sostuvo su mirada y negó con suavidad.
—No sucedió nada tan dramático, tía. —Su voz era serena, casi tranquilizadora, aunque un destello irónico asomó en sus ojos—. Digamos que… hubo una diferencia de opiniones con su alteza la princesa quien es la madrastra de Sirius. He decidido regresar por un tiempo, solo hasta que todo se aclare.
—¿Una diferencia de opiniones? —repitió Barbara con tono suspicaz, mientras Catherine se cubría la boca, alarmada—. ¿Y su excelencia lo permitió?
—No tuvo elección —respondió Davina, dejando su bolso en manos de Wendy—. Pero esto no es más que una pausa. Una… estrategia, si se quiere.
Lady Compton la observó con una mezcla de alivio y temor. Conocía demasiado bien esa mirada: la de una Compton que planeaba su venganza con una sonrisa elegante.
—Bien —dijo finalmente, con un suspiro—. Antes de que hables de estrategias, de madrastras o de princesas, quiero que descanses. Tu habitación sigue igual que como la dejaste. El desayuno estará listo en unos minutos, y hablaremos después.
Davina asintió con una calma perfecta, aunque en su interior las piezas ya comenzaban a moverse.
—Como desee, tía. —Y añadió con una ligera sonrisa, sin mirar a nadie en particular—. Pero esta vez, no pienso quedarme quieta.
Mientras subía las escaleras hacia sus aposentos, el sonido de sus pasos se mezclaba con el murmullo nervioso de sus hermanas en el vestíbulo. Afuera, las campanas de la iglesia del Valle Glamorgan repicaban a lo lejos, anunciando el inicio de la mañana. El comedor de Rosemere Hall se hallaba inundado por la tibia luz de la mañana. Las cortinas, de lino blanco, se mecían suavemente con la brisa que entraba desde el jardín, trayendo el aroma a hierba húmeda y a pan recién horneado. Sobre la mesa, el servicio de porcelana floreada parecía demasiado delicado para el ambiente tenso que se respiraba. Lady Compton removía distraída su té, sin despegar la vista del vapor que se elevaba de la taza. Frente a ella, Davina bebía con calma, sin una sola sombra de duda en el rostro.
—No puedo decir que no me sorprenda, Davina —empezó su tía con un tono medido—. Sabía que la princesa Amelia no te recibiría con agrado, pero jamás imaginé que llegaría al extremo de expulsarte.
—No me expulsó —replicó Davina con serenidad—. Simplemente… consideró que mi presencia era inapropiada. Y Sirius no quiso provocar un escándalo.
—¿Y tú lo aceptaste así, sin más? —Lady Compton arqueó una ceja, incrédula—. No lo tomes a mal, querida, pero a veces temo que tu orgullo pueda hacerte perder más de lo que ganas.
Davina dejó la taza con suavidad sobre el platillo.
—Tía, si algo he aprendido de esa mujer es que las batallas no se ganan gritando, sino sabiendo cuándo retroceder —dijo razonable—. Amelia piensa que me ha alejado, pero solo me ha dado tiempo.
—Dios eso me dio escalofríos —bromeo Catherine—. Ver por primera vez a nuestra hermanita ser razonable si que da miedo.
Su tía suspiró, recostándose en la silla.