La lluvia había cesado al fin, pero el sonido de las gotas que resbalaban por los ventanales aún llenaba el silencio del salón. El fuego chispeaba tenuemente mientras Davina permanecía a su lado mirándolo con impaciencia, con las manos entrelazadas, sintiendo su propia desesperación. Liam observaba las brasas unos segundos antes de hablar, como si meditara si debía o no hacerlo.
—El antiguo duque dejó todo a su único hijo, Sirius —explicó Liam—. La fortuna, las tierras, el título, el castillo, sus deudas… todo. Pero había una cláusula adicional, una que pocos conocen.
—¿Qué clausula? —preguntó Barbara curiosa por el tema—.
—El padre de Sirius no confiaba en que su hijo sobreviviera mucho tiempo. Nació con una salud débil y, en más de una ocasión, estuvo al borde de la muerte —continúo explicando—. Por eso, en el documento legal incluyó una segunda disposición: “Si mi heredero directo fallece sin descendencia legítima, el ducado se dividirá entre mi esposa —la princesa Amelia de Baden— y mi hermano menor, Lord Eldric Hamilton.”
Davina se quedó helada.
—¿Su tío… el hermano del duque anterior?
—Así es —confirmó Liam—. Y ambos, Amelia y Lord Eldric, recibirían partes iguales. Ella obtendría la administración del patrimonio y las propiedades, mientras que su cuñado heredaría el título de duque.
—En otras palabras —continuó con amargura—, si Sirius muere, el ducado vuelve a manos de la familia de su madrastra.
Davina apretó los puños.
—Por eso lo quieren muerto —susurró—. No es solo odio… es ambición.
Liam asintió lentamente.
—Exactamente. La princesa Amelia no soporta haber quedado relegada. Durante años ha vivido con el lujo que le dejó el nombre, pero sin el poder que ansiaba —les explico—. Cuando el duque anterior murió, pensó que podría manipular al joven heredero. Pero Sirius nunca le cedió nada. Ni autoridad, ni confianza. Y eso la consumió.
Davina lo escuchaba en silencio, la ira mezclándose con la tristeza en su mirada.
—Entonces lo que está ocurriendo no es un accidente… es un plan.
—Un plan perfectamente calculado —añadió Liam—. Si logran hacerlo pasar por un deceso natural, nadie cuestionará el resultado. Y ella obtendrá todo lo que siempre quiso.
—Pero hay algo que no entiendo —interrumpió Catherine confundida—. Tengo entendido que el duque esta en bancarrota ¿no? Que tuvo que vender sus propiedades, sus tierras y hasta caballos de cría para pagar las deudas que le dejaron su padre y esa mujer… ¿por qué tanto alboroto?
Sus ojos se movieron de Liam a Davina con genuina confusión.
—¿Qué ganan con quitarle el título a alguien que ya no tiene dinero?
Liam suspiró, bajando la mirada un instante.
—Una pregunta muy inteligente, Lady Catherine —respondió con voz grave—. Y precisamente por eso debo contarles la parte que Sirius me hizo prometer no revelar… a menos que fuera necesario.
Davina lo miró, inquieta.
—¿Qué parte?
El teniente guardó silencio unos segundos antes de hablar, como si las palabras pesaran más de lo que parecían.
—Sirius no está en bancarrota —confesó finalmente—. Al menos, no del todo.
Catherine lo miró incrédula.
—¿Cómo dice? Si todos en la región saben que vendió sus viñedos y cedió sus terrenos del norte…
Liam asintió.
—Sí, lo hizo. Pero no fue por deudas. Fue una distracción. Una maniobra para hacer creer a sus acreedores —y sobre todo a su madrastra— que no tenía nada de valor.
Davina abrió los ojos con sorpresa.
—¿Quieres decir que…?
—Exactamente —interrumpió Liam—. El verdadero patrimonio de los Hamilton no está en tierras ni en oro. Está en una inversión que su padre hizo en secreto antes de morir, relacionada con el comercio naval.
El teniente tomó aire antes de continuar.
—El difunto duque era uno de los principales financiadores del Astillero Imperial de Waltham, un proyecto respaldado por la Corona. Pero cuando enfermó, registró la participación a nombre de su heredero, Sirius, con cláusulas de confidencialidad. Es decir, que mientras él viva, los dividendos solo pueden cobrarse con su firma.
Catherine y Davina se miraron con asombro.
—Entonces… —susurró Davina— si él muere…
—La participación se transfiere a su representante legal —completó Liam—, es decir, su tío Eldric, pero como al morir su testamento estipula que sus riquezas deben de ser dividas, la princesa Amelia sale ganando.
Su voz se tornó sombría.
—No es un ducado vacío lo que busca… es una fortuna escondida detrás de un título arruinado —concluyo asqueada—. Si Sirius muere, no solo heredará el castillo. Heredará el control de una de las rutas comerciales más rentables del imperio.
El silencio se hizo pesado, solo roto por el golpeteo de las ramas contra los ventanales. Catherine fue la primera en reaccionar.