La tormenta había cesado al amanecer, dejando tras de sí un cielo gris pálido y el olor húmedo de la tierra recién lavada. En la sala del té, el fuego chispeaba con suavidad mientras Catherine y Lady Sherlyn conversaban en voz baja, y Wendy servía una nueva tetera para templar la fría mañana. Davina no había visto en todo el día a su hermana mayor quien se había recluido en sus aposentos en compañía de su dama Margery, era claro el descontento que tenía hacia ella y que no sería fácil que se le pasará el enojo, no hacer acto de presencia solo dejaba en claro que estaba en contra de lo que haría Davina, pero no podía culpar a su hermana por querer cuidar a su familia, algo que ni la propia Davina había hecho, nunca se había preocupado por alguien más que no fuera ella, daba el hecho de que su padre siempre estaría ahí para limpiar sus desastres, nunca se puso a pensar que sus acciones podían traerle graves consecuencias a personas inocentes. Pero ahora finalmente había una persona por la que quería preocuparse, que solo el hecho de estar lejos de su lado la llenaba de ansiedad, saber que esta enfermo y no poder estar a su lado la esta matando poco a poco. Finalmente entendió lo que es preocuparse verdaderamente por alguien que le importa, y es justo por esa razón que no podía dejar de luchar. Estaba tan sumida en sus pensamientos, que el único ruido que logro despertarla de su trance fuero el ruido de la puerta que se abrió de golpe.
—¡Buenas noticias! —exclamó Liam, entrando con una sonrisa emocionada y las botas aún cubiertas de barro seco. A su lado, un hombre de porte sobrio y rostro amable lo acompañaba—. Permítanme presentarles al doctor Emmett Thompson —dijo, señalando a su compañero—. Lady Davina ya lo conoce, pero el resto de las damas Compton aun no han tenido el placer.
—Es un gusto poder acompañarlas este día —les saludo cordialmente, como siempre suele ser—.
Davina se incorporó al instante, el corazón latiéndole con fuerza.
—¿Qué sucede, Liam?
El teniente sostenía un sobre húmedo, cerrado con un sello rojizo.
—He recibido una carta de Eldric Hamilton —anunció con orgullo—. El tío biológico y único pariente vivo de Sirius.
Lady Sherlyn se llevó una mano al pecho.
—¿Eldric Hamilton? ¡Pensé que estaba en Londres!
—Así era, mi señora —respondió Liam, tomando asiento apenas para recuperar el aliento—. Ahora se encuentra en Cardiff. Tuve que enviar un mensajero durante la noche y fue difícil contactarlo, pero al fin hemos tenido respuesta.
Davina, sin poder contener su ansiedad, dio un paso al frente.
—¿Y cuál fue su respuesta? —preguntó, con la voz temblorosa.
Liam sonrió, con un brillo de alivio en los ojos.
—Que ya viene en camino. Prometió llegar antes del anochecer. Quiere ver a su sobrino y aclarar la situación personalmente —le informo—. Así que debemos alistarnos cuanto antes… iremos todos al castillo.
Un suspiro escapó de los labios de Davina. Era como si de pronto todo el peso que cargaba en el pecho se desvaneciera. Cerró los ojos, dejando que el alivio la inundara.
—Gracias, Liam… —susurró con una sonrisa apenas contenida.
Sin decir más, corrió por el pasillo rumbo a sus aposentos. Catherine la llamó, pero Davina no se detuvo. Subió las escaleras con el corazón rebosante de esperanza. Por primera vez desde aquella noche, sintió que el destino les daba una segunda oportunidad. Mientras las doncellas preparaban su vestido, Davina apenas podía controlar la emoción. “Voy a volver a verlo.” Se miró en el espejo, con el cabello aún húmedo por la prisa y los ojos encendidos por la esperanza. “Sirius me espera.”. El sonido del viento aún se filtraba por las rendijas de las ventanas, arrastrando el eco de la tormenta pasada. Davina, ya vestida con un vestido sencillo y el cabello recogido con prisa, avanzó por el pasillo iluminado apenas por la tenue luz de la mañana. Se detuvo frente a una puerta cerrada: la habitación de Barbara. Golpeó suavemente.
—Barbara… soy yo. —Esperó unos segundos, pero no obtuvo respuesta—. Por favor, solo escúchame… no voy a tardar.
Silencio. Davina apoyó la frente contra la madera, con un suspiro entrecortado.
—Lamento no haber sido una buena hermana —murmuró con voz baja, temblorosa—. Lamento no haberte escuchado cuando intentabas advertirme. Sé que piensas que le doy prioridad a los demás antes que a mi propia familia… y tal vez tengas razón.
Sus dedos rozaron el pomo de la puerta, indecisa.
—Pero no puedo darle la espalda a mi corazón, Barbara. No esta vez. —Tragó saliva, conteniendo las lágrimas—. Entiendo por qué estás enojada conmigo, yo también lo estaría si estuviera en tu lugar. Me diría que estoy siendo irracional, que estoy poniendo en riesgo el nombre de nuestra familia… y probablemente tendría razón.
Una pausa larga se extendió en el aire. El silencio del otro lado era tan denso que dolía.
—Me llamas egoísta —continuó Davina, con un hilo de voz—. Y lo soy. Lo soy porque amo a alguien que quizás no vuelva a ver, porque el solo pensar en perderlo me rompe más de lo que puedo soportar. Tal vez algún día me entiendas… cuando ames a alguien de verdad.
Una lágrima cayó por su mejilla, que limpió con rapidez.
—Si algún día decides perdonarme… yo estaré feliz de esperarlo. Pero por ahora… solo espero que comprendas la decisión que acabo de tomar.