El Valle de las Rosas

Capitulo 42

El silencio de la tarde pesaba sobre los pasillos del ala oeste, solo roto por los pasos apresurados de Davina. Había visto como la princesa salió de sus aposentos convirtiéndose en sus sospechas en realidad, así que corrió apurada temiendo que algo malo le hubiera hecho, y su corazón se heló al instante con solo la idea de pensarlo. No esperó permiso, no esperó explicaciones. Empujó las puertas con fuerza, ignorando los llamados de los guardias.

—¡Sirius! —exclamó, con la voz entrecortada.

El joven duque, recostado entre almohadones, alzó la mirada hacia ella. Sus ojos seguían cansados, pero había en ellos una calma que Davina no supo descifrar. La princesa ya no estaba; solo quedaba el aroma tenue de su perfume y el aire denso que siempre dejaba tras de sí.

—¿Te hizo algo? —preguntó Davina, acercándose rápidamente hasta tomar su mano—. Dímelo, Sirius. ¿Te envenenó? ¿Intentó hacerte daño?

Él la miró en silencio. La luz que entraba por la ventana doraba su cabello oscuro, pero fue la figura de ella la que lo dejó sin aliento. Su piel, antes luminosa, estaba pálida; sus ojeras hundidas revelaban noches sin dormir. El brillo de su cabello se había apagado, y en sus muñecas se notaban leves marcas por la presión de los vendajes que ella misma se hacía al cargarle agua y paños. Solo había pasado una semana desde que enfermó… y, sin embargo, ella parecía haber vivido años en ese tiempo. Una punzada de culpa le atravesó el pecho, aunque le costará admitir las palabras de su madrastra, podía verlo reflejo en una cruda realidad en Davina, si seguía así, temía que él provocará que se marchitará y jamás podía vivir con él, sabiendo que Davina que era un sol caminante, se apagará como la misma luna. No podía soportar saber el hecho de que él fuera el causante de que su brillo se apagará

—No… no me hizo nada —murmuró finalmente, con voz baja—. Estoy bien, Davina.

—¡Mientes! —insistió ella, se notaba los ojos cristalizados—. Sé que Amelia usó a Odette para distraerme, sé que tramaba algo. No debí dejarte solo…

—Davina —la interrumpió suavemente, llevando una mano temblorosa hasta su mejilla—. No ha venido a verme.

Ella parpadeó confundida, el gesto descolocado, como si las palabras no encajaran en su realidad. Davina lo miro confusa, ella juraba que había visto salir de sus aposentos a su madrastra, entonces ¿porque se lo estaba ocultando? O acasos sus ojos le estaban mintiendo.

—¿Cómo… que no ha venido?

Sirius esbozó una sonrisa débil, triste, que le dolió incluso a él.

—Quiero agradecerte —dijo entonces, mirando sus manos entrelazadas—. Por todo lo que has hecho. Por quedarte a mi lado cuando nadie más lo hizo. Pero… ya no debes hacerlo.

Davina retrocedió un paso, su respiración se volvió irregular, sin creer lo que estaba por decir.

—¿Qué estás diciendo? —murmuro nerviosa—.

Él la miró con una ternura tan profunda que dolía.

—Estoy diciendo que no quiero verte marchitarte por mí —susurró dolido—. No puedo permitirlo, Davina. No quiero que vivas atada a alguien que apenas puede respirar sin que el dolor lo consuma. No quiero que desperdicies tu juventud cuidando a un enfermo.

—No digas eso… —murmuró ella, negando con la cabeza—. Tú vas a recuperarte, lo sé.

Sirius sonrió con amargura.

—Quizá. Pero incluso si lo hago, mi vida nunca será plena… y no quiero que la tuya se apague junto a la mía.

Sus ojos se encontraron, y el silencio entre ellos fue más cruel que cualquier palabra, sus ojos grises se veían tan cansados y apagados, sin un rastro de brillo. No quería creer ninguna de sus palabras, así que negó varias veces negándose a escucharlo.

—Sirius… —susurró ella, apenas audiblemente—. No me abandones…

Él tomó aire, cada palabra pesándole como una piedra.

—Davina, lo siento. Pero debo hacerlo. —Su voz se quebró—. Quiero terminar nuestro compromiso.

El mundo se detuvo. Y el latido que Davina había estado conteniendo se rompió en un solo suspiro, por un momento toda su cabeza le dio vueltas, intentando procesar sus palabras.

—Sea lo que te haya dicho no es verdad —replico dolida—. No creas en sus palabras, solo intenta manipularte…

—Davina basta por favor —le suplico—. Ya no lo intentes más…

—Tú me dijiste que me amabas, que querías pasar el resto de tu vida a mi lado —le reclamo—. ¿Acaso todas tus palabras eran simples mentiras? ¿Tan fácil es renunciar a mi amor? ¿Tan fácil te es renunciar a mí?

—Davina no lo entiendes.

—¿No entiendo qué? —inquirió molesta, intentando contener las lágrimas—.

—Davina puedo morir en cualquier momento…

—No me importa —lo interrumpió—. Si esa es tu razón para romper conmigo solo te estas justificando, porque no me estas dando una verdadera razón.

—Solo mírate, te estoy haciendo más daño —le señalo—. No podemos estar más tiempo juntos, por favor no lo hagas más difícil.

Davina apretó sus labios intentando no romperse en ese momento, sus ojos se cristalizaron, pero reprimió las lágrimas que amenazaban con salir.



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En el texto hay: amor de verano, epocavictoriana, romcom

Editado: 27.11.2025

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