El carruaje se detuvo frente a la finca de piedra clara, rodeada de rosales que ese día parecían demasiado vivos para el dolor que llevaba dentro. Davina apenas esperó a que el cochero abriera la puerta; bajó casi tambaleándose, con las lágrimas corriendo sin control mientras se cubría el rostro con las manos. Antes de que pudiera tocar la gran puerta doble, esta se abrió de golpe. En la sala estaban la tía Sherlyn, sentada con elegancia en un diván color vino; Barbara, acomodando unos papeles; y Catherine, hojeando un libro. Las tres levantaron la vista… y el impacto fue inmediato.
—¡Davina! —exclamó Sherlyn, poniéndose de pie con rapidez.
Barbara fue la primera en reaccionar. Soltó los papeles, que cayeron desordenados al suelo, y corrió hacia ella.
—¡Davina! ¿Qué pasó? —preguntó angustiada, abrazándola con fuerza.
Pero Davina no podía hablar. Un sollozo desgarrado escapó de su garganta mientras se aferraba a Barbara como si el mundo se estuviera desmoronando bajo sus pies.
—Tenías razón… —lloró, la voz rota— Tú tenías razón… yo… yo nunca debí… nunca debí darte la espalda…
Barbara abrió más los ojos, sin saber si sentirse culpable o más preocupada.
—Davi, cariño, ¿qué ocurrió? —dijo preocupada—. ¿Quién te hizo esto? ¿No estabas con su excelencia?
—Tú me lo dije, me lo dije tantas veces… —continuó Davina, temblando— Debí escucharte. Debí hacerlo. Pero no. Y ahora… ahora él… él…
Catherine dejó caer el libro al suelo, caminando hacia ellas, alarmada. Sherlyn se acercó despacio, con ese porte autoritario, pero también con un dejo de ternura.
—Davina, respira, hija —dijo Sherlyn, apoyando una mano en su espalda—. Cuéntanos qué ha sucedido.
Davina levantó la cabeza, los ojos hinchados, el maquillaje corrido, el corazón hecho pedazos. Las lágrimas seguían cayendo.
—Sirius… —logró decir.
Sherlyn frunció el ceño.
—¿Qué hay con él?
—No me digas que ya falleció —soltó Catherine imprudente—. Realmente pensé que aguantaría…
—¡CATHERINE! —gritaron su tía y hermana al mismo tiempo, reprendiendo su otra hermana.
Davina se llevó una mano al pecho como si le doliera respirar.
—Rompió el compromiso, tía… —la voz se quebró por completo—. Me dijo… me dijo que no iba a permitir que yo me casara con un moribundo como él…
Barbara jadeó. Catherine apretó los labios, furiosa. Sherlyn abrió los ojos de par en par, como si la noticia la hubiese atravesado. Davina siguió hablando entre sollozos, hundiéndose más en el abrazo de Barbara:
—Dijo que yo merecía otra vida… que no podía dejar que yo terminara atada a alguien condenado… que ya estaba decidido. Yo… yo intenté negarlo… pero él… él ya… él ya lo había hecho…
Barbara la sostuvo más fuerte, acariciándole el cabello mientras Davina temblaba en sus brazos.
—Oh, mi niña… —susurró Barbara, con la voz quebrada por la compasión.
Catherine cerró los puños, respirando hondo para contener su enojo:
—¿Cómo se atreve…?
Sherlyn, aún impactada, posó una mano bajo la barbilla de su sobrina para levantarle el rostro.
—Hija… ¿él te dijo eso así… de frente?
Davina asintió, dejando caer otra lágrima gruesa.
—Sí… y yo… yo lo vi resignado… como si ya hubiera aceptado morir… —Se le cortó la voz—. Y yo… yo ya no pude hacer nada…
Barbara la abrazó aún más fuerte, Catherine se acercó para tomarle la mano, y Sherlyn la rodeó con los brazos también, creando un círculo cálido alrededor de ella, como si intentaran reconstruir lo que le habían arrancado. Davina lloró ahí, sostenida por las tres, sintiendo cómo su corazón se partía una y otra vez al repetir en su cabeza la misma frase: Sirius rompió el compromiso. Y por primera vez desde que salió del castillo, dejó que el dolor la consumiera sin intentar ocultarlo.
Davina lo pudo aferrarse con fuerza a Barbara mientras lloraba y sollozaba intentando no derrumbarse en sus brazos, sabía que había sido poco el tiempo que habían pasado juntos, tal vez estaba exagerando, pero el tiempo que paso a su lado se sintió como si estuviera volando por las nubes. Nunca había pensado en encontrar a alguien con una conexión tan fuerte como con Sirius, los dos leían las mismas novelas de amor, podía pasar horas hablando horas sobre libros, debatiendo sobre sus personajes favoritos, y jamás se cansaría de ello. Pensó que había encontrado a alguien quien verdaderamente la entendería, a alguien con quien no debía de fingir ser esa chica tonta y bella, con quien podía mostrar su verdadero ser sin ser juzgada. Alguien que entendiera como se sintiera, con alguien que no la avergonzará ser ella misma. Nunca le importo su enfermedad, ni su titulo o su dinero, ella se había enamorado plenamente de él, así que ahora podía entender a su padre, ¿con que este era el dolor que alguien sentía cuando amaba? El sentimiento más peligroso de todos sin duda era el amor, eso lo entendió Davina esa tarde cuando rompió a llorar en los brazos de su hermana mayor.
Había pasado una semana desde el día en que las Compton debieron haber regresado a Londres. Según lo acordado, su carruaje ya debía estar cruzando los caminos del valle, pero ninguna de las tres había dado un solo paso hacia la capital. En su lugar, enviaron una carta cuidadosamente redactada al padre de Davina. Una excusa perfecta. La tía Sherlyn, supuestamente, había enfermado de gravedad y necesitaban prolongar su estancia hasta que se recuperara. Era una mentira. Una mentira necesaria. Habían mentido por Davina. Originalmente, ese tiempo extra había sido planeado para permitir que Davina pudiera cuidar de Sirius, quien seguía postrado en cama y sin mejorar. Pero ahora que él la había rechazado… ahora que le había roto el corazón con una frialdad que ella jamás imaginó… ya no había nada que la atara a aquel valle.