El Valle de las Rosas

Capitulo 44

La lluvia comenzaba a empezar nuevamente como si el mismo cielo sintiera el mismo dolor de Davina. Se encontraba sentada en el alféizar, con las rodillas recogidas y la frente apoyada suavemente en el vidrio frío. Observaba cómo la lluvia volvía a caer sobre el valle, fina al principio, luego más constante, cubriendo todo con un velo gris. Escuchaba, a la distancia, las voces de sus hermanas ayudándole a hacer las maletas, discutiendo entre susurros qué doblar, qué guardar, qué dejar atrás. Para ellas era como si nada hubiera sucedido, pero ¿Cómo podía actuar tan normal cuando Davina sufría en silencio? ¿Cómo podía guardar fácilmente sus maletas cuando a ella le costaba tanto? Su conversación era tan trivial que hizo que esta se desconectará de su mundo perdiéndose en el vacío de su mente. Ya no sentía nada, se había obligado a no sentir o tal vez era que se había cansado tanto de llorar que su propia mente se obligó a dejar de sentir. A dejar de pensar, de reaccionar, de existir más allá de ese latido lento y hueco que apenas la sostenía.

Dejó de escuchar también la conversación de sus hermanas. Las palabras se fueron apagando hasta quedar reducidas a murmullos sin forma. Solo quedaron las gotas de lluvia, una tras otra, golpeando el cristal. Un sonido constante, hipnótico, como un tambor lejano. Y entonces, sin aviso, los recuerdos del verano comenzaron a caer sobre ella como una llovizna inesperada. Recordó el día en que se conocieron, tan absurdo y torpe como el destino mismo. Recordó el golpe que le dio, la expresión incrédula en su rostro, la extraña chispa que dejó en el aire. Después, su desayuno en el invernadero, rodeados del olor a tierra húmeda y flores recién regadas, esa paz efímera que no supo valorar. Y también recordó el día en que ella, en su desesperación infantil, hizo que él cayera por el barranco. Recordó su rostro entre el miedo y la risa, la adrenalina en su pecho, el desconcierto que compartieron. Sus múltiples peleas y discusiones, también sus largas charlas sobre sus personajes favoritos, su primer beso en aquel establo y su primer beso cuando finalmente le propuso matrimonio en aquel valle de rosas.

Al observar la lluvia podía observar en las nubes grises sus ojos grises que le rogaban no separarse de su lado, esos mismos que le recordaban cuando el cielo se nublaba y amenazaba con llover. Todos sus momentos juntos volvieron a ella, uno tras otro, como si cada gota de lluvia arrastrara un recuerdo, una emoción, un fragmento de lo que habían sido. Y con cada recuerdo, algo dentro de Davina comenzó a aflojarse, a resquebrajarse, a despertar. Hasta que de pronto sintió que su corazón volvía a arder. Un fuego intenso, antiguo, profundo, que subió desde el centro de su pecho y se extendió por sus sentidos como si la estuvieran descongelando del vacío en el que se había obligado a vivir. Respiró, por primera vez en días, como si el aire fuera nuevo. Y la lluvia siguió cayendo, insistente, como testigo silencioso de que Davina volvía a sentir. Solo entonces cayo en cuenta de las palabras que había dicho Penny era como si antes todas sus emociones hubieran sido congeladas, hasta que sus mismos recuerdos despertaron en ella todas esas emociones que se había obligado a no sentir. Solo entonces volvió a sentir todo, cayo en cuenta de sus palabras: Sirius estaba a punto de morir.

Su corazón sintió un gran miedo y preocupación, era como si apenas su mente procesará las palabras de Penny, como si apenas se diera del gran peso tras sus palabras. Solo entonces verdaderamente sintió el amor que nunca se apago por Sirius. Entonces Davina parpadeó, como si hubiera despertado de un sueño demasiado profundo, uno del que no sabía cuánto había durado. Las palabras de Penny —Sirius está a punto de morir— seguían resonando en su mente, pesadas, insistentes, abriéndose paso entre la niebla emocional en la que se había sumergido durante días. Sintió el peso real de esas palabras caer sobre ella con más fuerza que la lluvia fuera de la finca. No dijo nada. No pensó. Simplemente se levantó del alféizar y, sin mirar atrás, salió corriendo de sus aposentos. Sus hermanas tardaron un par de segundos en reaccionar, lo suficiente para que Davina ya estuviera en el pasillo antes de que ellas se percataran de que había echado a correr. De inmediato, Barbara y Catherine fueron tras ella, alarmadas por la urgencia en sus pasos, por el temblor en sus manos, por algo en su mirada que no veían desde hacía mucho tiempo.

—¡Davina! ¿A dónde vas? —exclamó Catherine, intentando alcanzarla.

—Debo ver a Sirius —respondió Davina sin detenerse, casi sin aire.

—¡Pero está lloviendo! —protestó Barbara—. No puedes salir así, vas a enfermar, vas a…

—Debo verlo —insistió Davina. Y sus palabras, aunque suaves, llevaban una determinación que ninguna de sus hermanas había escuchado antes.

Barbara corrió un poco más rápido, bloqueando casi por instinto la puerta principal, temiendo que la desesperación la impulsara a hacer una locura. Davina estaba a solo unos pasos. A solo una decisión.

—¿Cuánto más debes entregarle, Davina? —preguntó Barbara, con la voz quebrada—. ¿Cuánto más?

Davina se detuvo solo un aliento. La lluvia golpeaba la puerta con violencia, como si también la llamara. Y con un hilo de voz, pero con una verdad que le ardía en el pecho, respondió:

—Mi corazón nunca ha sido mío —le confeso sonriente—. Pues yo ya se lo entregué completamente a él, y haré que se haga responsable.

Y antes de que Barbara pudiera decir algo más, Davina empujó la puerta y salió corriendo hacia la tempestad, dejando atrás a sus hermanas, al castillo y a todo lo que la retenía. La lluvia la envolvió de inmediato, fría, despiadada, pero por primera vez en mucho tiempo, Davina sentía que estaba viva mientras corría hacia él. Davina corrió sin mirar atrás, sin sentir el frío que le mordía los brazos ni el peso empapado de su vestido pegándose a sus piernas. La lluvia caía en ráfagas violentas, heladas, golpeándole el rostro como agujas, pero ella no aminoró el paso. Sus botas se hundían en el barro, salpicándolo todo, resbalando entre charcos que parecían querer frenarla, y aun así continuó, tropezando, jadeando, avanzando.



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En el texto hay: amor de verano, epocavictoriana, romcom

Editado: 27.11.2025

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