El Valle de las Rosas

Capitulo 47

A la mañana siguiente, antes de que el sol terminara de asomarse entre las nubes, Davina ya había tomado una decisión. No importaron las palabras de Liam, llenas de preocupación; ni las súplicas de Penny, que insistía en que al menos se despidiera; ni siquiera las advertencias serenas de Whitmore, que intentó hacerla reflexionar. Nada lograría detenerla. Su corazón no soportaría una despedida más. Ya había tenido una. Ya había sido suficiente para dejarla rota durante meses. Y despedirse otra vez de Sirius… sería el golpe final. Por eso, antes de que todos terminaran de arreglarse o siquiera notaran su ausencia, Davina abandonó el castillo en silencio, envuelta en un abrigo prestado y con la mirada clavada en el camino que se abría frente a ella. No volteó atrás. Si lo hacía, sabía que no podría marcharse. El viaje hacia la finca de su tía Sherlyn fue rápido y silencioso. Cuando llegó, la puerta apenas se abrió y ya estaba siendo envuelta por los brazos de su familia.

—Davina, gracias al cielo —exclamó Barbara, aliviada.

—Por fin estás aquí —agregó Catherine, estrujándola con fuerza.

Incluso Margery, normalmente más contenida, la abrazó con ternura. Davina se permitió sonreír, suave, cansada.

—Ya era hora de volver —dijo simplemente, sin explicar demasiado.

Subió a su habitación, encontrando sus maletas tal como las había dejado semanas antes. No había deshecho nada. Era como si siempre hubiese sabido que esto pasaría. Mientras revisaba una de las maletas, Barbara apareció en la puerta con los brazos cruzados.

—Muy bien, ¿qué pasó? —preguntó con franqueza—. Y no quiero versiones breves.

Davina suspiró y se sentó en el borde de la cama.

—Está bien… —comenzó, relatando los hechos con cuidado—.

Explicó lo ocurrido con la princesa Amelia, la discusión, la tormenta, la enfermedad de Sirius, y su breve encuentro con él. No mencionó cada detalle, pero sí lo suficiente para que sus hermanas entendieran. Cuando terminó, Catherine frunció el ceño.

—¿Y qué vas a hacer con Sirius? —preguntó con voz suave—. ¿De verdad… vas a dejar las cosas así?

Davina clavó la mirada en su maleta, como si las hebillas de cuero tuvieran la respuesta.

—Catherine… ya no es decisión mía. —Su voz tembló apenas—. Él eligió dejarme una vez. Y aunque ahora esté mejor… no puedo arriesgarme a que vuelva a hacerlo.

Barbara abrió la boca, quizá para discutir, pero al ver el dolor en el rostro de su hermana mayor, optó por apretar sus labios y asentir.

—Sea cual sea la decisión que tomes te apoyaremos incondicionalmente —la consoló—. Estaremos abajo con tía Sherlyn, te esperaremos cuando estés lista.

Una a una, salieron, dejando a Davina sola con sus pensamientos. La habitación estaba llena de recuerdos: libros que había leído allí; cintas de cabello que Penny había trenzado para ella; risas compartidas con sus hermanas. Caminó lentamente, dejando que sus dedos rogaran sobre los objetos, despidiéndose de cada uno en silencio. Hubiera deseado que todo terminara de otra forma. Hubiera deseado que su historia con Sirius tuviera un final distinto. Pero las cosas eran como eran. Ya no había vuelta atrás. Tras respirar hondo, Davina se miró en el espejo. Su reflejo lucía cansado, pero decidido. Se acomodó un mechón rebelde y murmuró para sí misma:

—Puedes hacerlo. Solo un paso más.

Tomó sus maletas y bajó a la sala. Su tía Sherlyn estaba de pie junto a la chimenea, con expresión preocupada. Al verla, abrió los brazos.

—Mi niña —susurró al abrazarla—. No tardes tanto en volver a visitarme.

—Vendremos cada verano —prometió Davina, aferrándose a ella con cariño—. Siempre que nos permita.

—Siempre —le aseguró su tía.

Margery, Wendy y Elinor también se acercaron para despedirse. Sin embargo, antes de que Davina pudiera decirles adiós, Margery sonrió tímidamente.

—No será una despedida tan larga, mi lady —dijo.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Davina, confundida.

Elinor dio un paso adelante.

—Le pedimos permiso a lady Compton para acompañar a nuestras damas de regreso a Londres.

—Y nos lo concedió —agregó Margery con una sonrisa orgullosa.

Davina sintió que el corazón se le aligeraba un poco.

—Entonces… —miró a Barbara y Catherine— no estarán solas.

Por primera vez desde que había dejado el castillo, Davina sonrió con sinceridad. La despedida fue más difícil de lo que cualquiera de ellas había imaginado. Las tres sobrinas se acercaron a su tía Sherlyn al mismo tiempo, rodeándola en un abrazo cálido, apretado, casi desesperado, como si temieran que, si la soltaban, algo en su interior se quebrara. Barbara fue la primera en hablar, con la voz temblorosa pese a sus intentos de parecer fuerte.

—Tía… gracias por soportarnos. Por cuidarnos. Por darnos… un verano que jamás vamos a olvidar.

Sherlyn le acarició el cabello con ternura, igual que cuando era una niña.

—No fue un trabajo soportarlas, Barbara. Fue un regalo tenerlas aquí.

Luego fue Catherine, quien rara vez mostraba vulnerabilidad, pero cuyos ojos brillaban ahora sin reservas.



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En el texto hay: amor de verano, epocavictoriana, romcom

Editado: 27.11.2025

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