El vals sigue

VI

Han pasado años desde que Anna no ha vuelto a ver a su abuelo. Él sigue con vida en alguna parte del mundo y tal vez, si los acontecimientos que vivió fueron reales, el seguiría asesinando personas que para el mundo están desaparecidas, porqué para ella, el abuelo está desaparecido y no ha recibido noticias sobre él, algo que no la mantiene intranquila.

El presente de Anna se concentra en un lugar hermoso, un enorme jardín que es adornado por fuentes y acueductos de antaño, lo acueductos están inservibles, pero las fuentes funcionan a la perfección y está distraída escuchando el sonido del agua caer. Como una niña pequeña sonríe al escuchar los sonidos que se oyen en su entorno, pájaros cantando, la brisa moviendo lentamente la infinidad de árboles que se ven en el panorama y el murmullo de las personas que están hablando porqué algunos no se han visto en meses o años.

Anna, ya ha saludado a los pocos amigos que tiene por ahí, han concluido sus actividades y todos están, de alguna manera, subiendo a los vehículos que los llevarán de nuevo a su hogar, no obstante, ella ha perdido un material importante y ha regresado a buscarlo a la enorme mansión, que parece un palacio antiguo de la era colonial. Ahí dentro ve personas vestidas con traje de gala tomando el té, algo inexplicable, pues podría asegurar que en ese lugar no había ni los muebles dónde las personas estaban sentadas.

Los saludos pues con respeto y confundida fue hacía el salón en el que dejó sus pertenencias, sin embargo, se topó con otra sorpresa. El lugar estaba oscuro y parecía un calabozo. El único as de luz que veía provenía de un candelabro colocado en un altar. Confundida retrocedió, pues su instinto le indicaba peligro. Tal vez se había equivocado de puerta. Al dar la media vuelta, una mujer de cabello oscuro y tez morena le detuvo colocando su mano en el hombro izquierdo. Con una sonrisa que dejó ver su hermosa dentadura provocó un temblor en toda la médula de la joven.

—¿Ya te vas tan rápido? Apenas vamos a empezar.

Anna titubeó, no sabía que responder. Las palabras las tenía en la mente pero no en su boca. Siendo llevada al centro del altar por la mujer, le colocaron una vestimenta larga. Se percató que sería parte del ritual inesperado.

«No pertenezco aquí...»

—Sólo no hagas ruido y estarás bien.

Estass fueron las últimas palabras de la mujer desconocida y, para la suerte de la chica, tuvo que imitar a todas las personas que entraron después, no habló en lo absoluto y se limitó a tener la cabeza cabizbaja, mientras una misa se llevaba a cabo, era una misa diferente a las que había presenciado cuando era una niña y al tener la oportunidad de escapar, se echo a correr hasta la puerta, la abrió y corrió por el enorme pasillo, topándose con las personas que estaban tomando todavía el té. Les pidió una disculpa enorme por la interrupción y al salir al enorme jardín, los vehículos habían desaparecido.

Asustada y agitada por el suceso anterior, decidió correr hacía el vals que escuchaba entre el bosque, que extrañamente había olvidado que existía. La melodía la estaba tranquilizando conforme corría, pues sabía que las personas que asistieron a la misa estaban buscándola, ella imaginaba que la sacrificarían para un ritual oscuro.

Así pues, Anna corrió y corrió hasta que salió del bosque y encontró otro jardín enorme. En ese jardín había carpas blancas, gente con traje elegante, una orquesta, mesas con platillos deliciosos, gente bailando, bebiendo, charlando y comiendo; sin embargo, el vals era dirigido por la persona más extraordinaria del mundo. Un asesino invisible que gustaba de comer carne humana: su abuelo.

Corrió despavorida hacia el anciano que le daba la espalda, por alguna razón aquel instinto de supervivencia que le había alertado del peligro, ahora se había esfumado y podía sentir que su corazón imploraba llegar hacía el director de la orquesta. Anna, entre su debate entre el miedo y la desesperación, escuchaba la composición de la orquesta, era realmente hermosa, tranquilizadora y energetica; por lo que le dio el valor para llegar hasta su abuelo y darle un enorme abrazo al tenerle cerca.

Aquel anciano de ojos azules la observó mientras le sonreía, le daba gusto encontrarse con esa jovencita impaciente que había salido de la nada, pero al verle agitada, con el rostro ruborizado y la frente perlada en sudor, sólo pudo dedicarle unas cuantas palabras:

—El vals debe continuar... 

 



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En el texto hay: asesinato

Editado: 10.07.2018

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