El vaquero que rompió mi corazón

Capítulo VII: Vete con tu tregua a la Chi…

Willow Creek, Montana
Annabeth Reed

Salgo del restaurante con una sonrisa que ya no puedo sostener más y que siento como si me estuviera cortando la cara desde adentro. Me despedí de Andrew con toda la educación posible, con esa suavidad que empleo cuando no quiero herir a nadie, pero tampoco quiero comprometerme a nada. Él fue tan amable durante toda la velada que me siento un poco culpable de no querer volver a verlo. Andrew es lo que cualquier mujer razonable querría para una cita tranquila: caballeroso, sonriente, con esa calma agradable. No obstante, yo, al parecer, ya no tengo remedio.

Atraigo tormentas con botas y mejillas marcadas por el sol. Atraigo hombres que se sientan sin permiso en mi mesa y terminan comiéndose un plato al que ni habían sido invitados a ordenar.

Desde que Colton llegó, mi espalda se tensó como una cuerda. No dije nada porque estaba en un lugar público, ya que Andrew no tiene la culpa y porque ya me he metido en suficientes escándalos en este pueblo. Pero la molestia está ahí, caliente y espesa, recorriendo mis brazos, haciéndome apretar mis puños y pidiéndome que explote. Aguanté todo a punta de respiraciones lentas mientras veía a Andrew hacerse el amable con Colton, incluso pidiendo un plato adicional como si fuera lo más normal tenerlo allí sentado con nosotros, metido en una cita que no era suya. Yo sentía que me hervía la sangre, especialmente cuando Colton ni siquiera daba señales de incomodidad: estaba tan campante, tan seguro, tan cómodo… tan él. Y eso, por alguna razón, me enfurece aún más.

Cuando digo que debo irme a cuidar de mi tía-abuela, siento la mirada de Colton como un dedo presionando mi nuca. Sé que está pensando que miento, porque Mabel no necesita exactamente «cuidado»; necesita que la acompañen para evitar que trate de instalar otra antena de radio casera en el techo. Pero se queda callado, lo cual me irrita todavía más porque significa que está guardándose algo para después. Andrew insiste en levantarme la silla, me desea buena noche y me pregunta si quiero repetir la cita. Le digo que le escribiré, pero sé perfectamente que ese mensaje no va a enviarse jamás. No puedo empezar algo con alguien con la sombra de Colton siempre respirándome encima.

Salgo a pasos rápidos, casi tropezándome con la alfombra de la entrada, sintiendo ese impulso visceral de huir antes de que algo más pase. En cuanto cruzo la puerta, lo siento detrás de mí. Ni siquiera tengo que mirar sobre mi hombro: su presencia es suficientemente grande, como si él mismo ocupara más espacio del permitido. Camino más rápido, escuchando mis zapatos contra el suelo, y me repito que no voy a darle el gusto de mirar atrás, que no voy a reconocer que su sola proximidad me enciende el pulso. Mi auto está a unos metros y siento alivio solo de verlo.

Pero en cuanto abro la puerta, su mano aparece, y la cierra de golpe. El sonido retumba en mis huesos. Me giro para reclamarle, pero ya me tiene atrapada: su cuerpo bloquea mi salida, sus brazos apoyados en el auto, su olor a cuero y a pasto cortado llenando el espacio estrecho que nos encierra. Estoy atrapada entre el metal frío detrás de mí y la presencia ardiente de él delante. Levanto la vista, encontrándome con esos ojos verdes que ahora están oscuros, tan intensos que me sientan como un golpe directo al estómago.

—¿Qué diantres te pasa? —quiero decirlo con firmeza, pero mi voz sale más baja de lo que quería, aunque está cargada de furia.

Él me mira fijo, y por un segundo creo que va a empezar a gritar, o a soltar algún sermón, o a recordarme que apareció en mi cita porque… quién sabe por qué. Sin embargo, no dice nada. Sus ojos bajan, lentos, deliberados, hacia mi boca. Y ese gesto me desarma un segundo, lo suficiente para que mi respiración falle, para que sienta mis manos temblar a pesar de que estoy furiosa. Trago saliva y detesto que él note ese pequeño temblor.

—Tengo que irme —susurro, obligando a mis hombros a mantenerse firmes—. Si quieres hablar, nos vemos en el rancho de Mabel. No voy a hacer un escándalo aquí. Ya pasamos por eso una vez, ¿recuerdas?

Mi comentario logra que su mandíbula se tense. Sus ojos vuelven a los míos, y por un instante creo que va a decir algo que me incendie de pies a cabeza. Pero lo único que hace es asentir, despacio, como si estuviera conteniéndose igual que yo, como si la rabia estuviera agazapada detrás de sus costillas y solo esperara una señal para salir.

Finalmente, se separa, bajando los brazos, dándome espacio para respirar. Siento el aire entrar en mis pulmones como si hubiera estado conteniéndolo durante demasiado tiempo. Colton retrocede sin dejar de mirarme, y luego se da la vuelta para caminar hacia su camioneta. Su espalda está rígida y sus pasos son tensos. Yo me apresuro a entrar en mi auto antes de que me dé por gritarle algo por la ventana.

Enciendo el motor, y mientras salgo del estacionamiento, sé con exactitud lo que viene. No será una conversación tranquila. Será una tormenta, una de esas que arrastran todo a su paso. Y lo que menos quiero es tener otra pelea pública, terminar detenidos otra vez, convertidos en el chisme fresco del pueblo.

Pongo dirección al rancho de Mabel, sintiendo mi corazón latir descontrolado, sabiendo que esta noche arderá… y que no estoy segura de si quiero apagar el fuego o avivarlo.

Llego al rancho de Mabel con el pulso todavía acelerado y los dedos rígidos alrededor del volante. La noche está tan silenciosa que casi puedo oír mi propio corazón retumbando en los huesos. Apenas apago el motor, veo las luces del camino iluminarse detrás de mí y después escucho el rugido inconfundible del motor de la camioneta de Colton. Entra al patio demasiado rápido, las ruedas levantando polvo como si estuviera en plena persecución, y frena tan brusco que me sobresalto. ¿Qué le pasa? ¿Por qué está tan molesto él, cuando fue él quien arruinó mi cita?




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