Willow Creek, Montana
Colton Hayes
La mañana llega demasiado rápido. Apenas he dormido y Eli tampoco parece haber descansado mucho. Nos movemos por la casa como dos sombras que evitan chocarse, como si habláramos un idioma distinto y no supiéramos cómo traducir lo que sentimos. Cuando subimos al auto, el silencio es tan tenso que parece otro pasajero sentado en el asiento trasero, respirándonos en la nuca. Intento decir algo, cualquier cosa, pero solo logro abrir la boca para cerrarla enseguida. Eli mira por la ventana, el ceño fruncido, los dedos tamborileando en su pantalón como si contara los segundos que faltan para bajarse lejos de mí. Y duele. Diantres… duele más de lo que imaginaba.
Cuando llegamos al colegio, todavía no ha dicho ni una palabra. Aparco y espero a que se gire a verme, como siempre, para despedirse, mas no lo hace. Solo toma su mochila, abre la puerta y baja sin mirarme.
—Eli —lo llamo, porque no puedo soportarlo más.
Pero él ni siquiera se detiene. Ni un gesto, nada.
Lo veo caminar hacia la entrada sin volverse, y siento cómo algo en mi pecho se parte, no de golpe, sino como una cuerda que lleva demasiado tiempo tensada y por fin cede con un chasquido doloroso. Esto es culpa mía. Totalmente mía.
Conduzco de regreso al rancho con esa imagen clavada en la mente. El camino es hermoso, los pinos cubiertos por una capa fina de nieve, las montañas recortándose contra un cielo claro, el sol apenas intentando calentar algo. Es un día precioso… y yo me siento como si llevara una tormenta encima.
Al llegar, me bajo del auto y me obligo a ponerme en marcha. Pienso mejor cuando estoy ocupado, cuando mis manos se mueven aunque la cabeza esté hecha pedazos. Revisar el ganado, hablar con los muchachos, comprobar los corrales… cualquier cosa que me haga sentir que tengo control de al menos una parte de mi vida.
Este rancho… este lugar es uno de mis mayores orgullos. A veces todavía no me creo que el viejo me lo dejara. Nunca lo pedí, nunca lo insinué. Él siempre dijo que yo era el único que trataba sus tierras con respeto, el único que entendía lo que significaba construir algo desde cero. Y desde entonces, lo he cuidado como si fuera parte de mí. Mis animales son de los mejores del estado, los negocios siempre son buenos y la gente del pueblo confía en mí.
Pero nada de eso importa cuando pienso en Eli saliendo del auto sin despedirse. Todo se siente… vacío. Como si hubiera estado persiguiendo el éxito equivocado.
Intento concentrarme en el trabajo, pero mi mente no deja de desviarse. En un momento estoy revisando a las novillas y al siguiente estoy recordando la cara de mi hijo cuando me dijo que no quería perder a Annabeth también. Y luego, inevitablemente, vuelvo a pensar en ella. En lo mucho que la extraño. En lo desastroso y mal que manejo todo lo que tiene que ver con ella.
Después de un rato de fingir que todavía puedo ser productivo, me rindo. Entro a mi oficina, cierro la puerta y me siento frente al escritorio lleno de documentos que debería revisar. Contratos, facturas, permisos… nada de lo que por lo general me preocupa tiene sentido hoy. Leo la misma línea dos veces y ni siquiera podría repetirla.
Pasan los minutos. O las horas. No lo sé. Lo único que sé es que sigo viendo a Eli marchándose sin mirarme.
Al final, dejo el bolígrafo sobre el escritorio y apoyo los codos, hundiendo la cara entre las manos. No puedo seguir así. No soy alguien que huye de los problemas, nunca lo he sido. Pero este… este es diferente. Este es un incendio que yo mismo provoqué, y ahora arde en todas direcciones y solo hay una cosa que puedo hacer. Una que he estado evitando desde anoche, desde el momento en que la escuché decir mi nombre con esa mezcla de dolor y decepción.
Tengo que hablar con Annabeth.
No sé cómo, ni por dónde empezar, ni qué palabras usar, pero sé que no tengo otra opción. Si quiero enmendar las cosas con mi hijo… y si quiero dejar de arruinar todo lo que toco… tengo que enfrentar esto. Tengo que enfrentarla a ella.
Me pongo de pie, sintiendo el peso de la decisión hundirse en mis hombros.
—Muy bien, Colton —murmuro para mí mismo—. Deja de comportarte como un poco hombre.
Y aunque el miedo me aprieta el estómago, aunque la idea de verla molesta conmigo me rompe un poco más, agarro mi chaqueta, salgo de la oficina y me preparo para ir a buscarla. Porque esta vez, no puedo seguir perdiendo a la gente que quiero.
+++
Conduzco hasta el límite del rancho, justo donde las cercas se vuelven más bajas y comienzan las tierras de Mabel. Conozco este camino de memoria; lo recorrí de niño, de adolescente y de adulto, siempre pasando por aquí para ir a buscar a Annabeth. Nunca pensé que después de tantos años volvería a hacerlo con el corazón encogido y el alma entre las manos, temiendo que ella no quiera ni mirarme.
Dejo la camioneta en la parte lateral y camino hacia la cerca y, antes incluso de acercarme, la veo. Está en el jardín trasero, agachada frente a uno de los parterres de flores que Mabel cuida con terquedad casi religiosa. Annabeth se inclina para acomodar la tierra alrededor de unos brotes, y su cabello rubio —ese que recuerdo sostener entre mis dedos hace más de una década— se mueve con las ráfagas del viento. Su bufanda rosa pastel se ciñe más a su cuello, y sus mejillas están encendidas por el frío.