El vaquero que rompió mi corazón

Capítulo X: La verdad de doce años atrás…

Willow Creek, Montana

Annabeth Reed

El resto del día se siente… raro. No incómodo, ni tenso, ni doloroso. Raro. Una especie de tibieza que no sé dónde colocar. Como si la tierra hubiera cambiado de eje y yo estuviera intentando encontrar mi equilibrio otra vez. Cada vez que recuerdo la forma en que Colton me miró, la sinceridad con la que pidió perdón, el «por favor» que apenas susurró, algo dentro de mí se afloja y me deja una sensación que no sé si me gusta o me asusta.

No puedo negar lo que vi en él hoy. Reconocí al Colton de antes. Al chico con el que me escapaba a pescar a las cinco de la mañana, al que me cargaba en brazos a mitad del campo solo para hacerme reír, al que tenía la sonrisa más bonita que había visto a poca edad. Reconocí la vulnerabilidad en sus ojos, la manera en que bajó la guardia, la forma casi torpe en la que admitió que estaba celoso.

Colton no se disculpa. Jamás se disculpaba, ni cuando éramos inseparables. Y no porque fuera arrogante, sino porque le costaba decir en voz alta lo que sentía. Por eso sé que esta disculpa fue real, muy real.

Pero reconocer eso no significa que voy a volver con él. Esa versión ingenua de mí quedó atrás hace mucho tiempo. Ahora quiero paz, quiero estabilidad, quiero avanzar. No rencores, no enredos. Y aunque una parte de mí todavía duele por lo que pasó, por lo que creí ver, por cómo terminó todo… la nueva Annabeth no quiere seguir cargando un pasado que ya me desgastó lo suficiente.

Además, somos vecinos. Compartimos cercas, caminos, silencios, historias… y un niño. Porque aunque Eli no sea mío, no tengo intención de que presencie animosidad innecesaria entre nosotros. Por eso acepté la tregua, por eso lo perdoné, pero nada de eso explica por qué sigo sintiendo que mi corazón está caminando sobre un lago congelado demasiado delgado.

Cuando la noche cae, estoy sentada con Mabel en la mesa del comedor. Ella sirve guiso de pollo con verduras y yo le ayudo cortando pan, como siempre. Hay una comodidad en estas rutinas que me calma, que me recuerda por qué volver aquí fue la decisión correcta.

La observo mientras sopla su plato antes de tomar el primer bocado. Tiene esa expresión tranquila que solo se interrumpe cuando está escondiendo algo. Lo sé porque crecí con ella, pues su silencio suele hablar más que sus palabras. Y cuando termino de contarle lo de Colton —la discusión, la disculpa, la tregua, el hecho de que me sentí otra vez como cuando éramos jóvenes—, veo cómo desvía la mirada hacia la ventana por apenas un segundo.

Lo suficiente para que lo note.

—Mabel… —digo con un tono que sé que ella reconoce demasiado bien.

—¿Sí, cariño? —responde, demasiado dulce, demasiado casual.

Entrecierro los ojos. —¿Qué estás escondiendo?

Ella hace ese pequeño sonido con la lengua que hace cuando se delata, como un chasquido interno que siempre me pareció adorable y frustrante a partes iguales.

—Annabeth, yo no…

—Mabel —la interrumpo, apoyando mis codos en la mesa y cruzando los brazos—. Dime. Te conozco. Cuando no me miras mientras hablamos de algo importante, es porque estás guardando algo.

Suspira. Deja la cuchara dentro del plato y junta las manos delante de ella, como si estuviera a punto de confesar un crimen menor… o mayor.

—He estado pensando, cariño… —Empieza y ya su voz se nota tensa—. Creo que… algo pasó hace doce años.

Mi corazón da un salto incómodo.

—¿Algo… como qué? —pregunto, intentando que mi voz suene firme.

Ella traga saliva y noto cómo sus arrugas se profundizan al fruncir el ceño.

—Mucho tiempo pensé que era simplemente… un asunto entre ustedes dos. Que se pelearon. Que te rompió el corazón y quisiste irte. Pero ahora… después de ver cómo te mira, después de ver cómo se comporta… —Mueve la cabeza lentamente—. Creo que no fue tan simple.

Mi pecho se tensa.

—¿Qué estás insinuando? —pregunto.

—Que hubo algo más. Algo que ninguno de los dos quiere o puede decir.

La rabia vieja, dormida, se remueve dentro de mí.

—Ya sé lo que pasó hace doce años —le digo, y mi voz sale más frágil de lo que pretendía—. Él se besó con otra mujer. Lo vi. Y por eso me fui. No hubo nada más.

Mabel alza la mirada rápido, con una mezcla de incredulidad y algo que no sé identificar.

—Annabeth… —susurra—. No. No puede ser solo eso. Ese chico te amaba con locura. No hubiera besado a otra mujer así porque sí. No después de todo lo que ustedes tenían.

Las palabras me cortan el aire.

—Pues lo hizo —digo, seca.

—Tiene que haber algo más —insiste ella—. Algo que tú no viste. O algo que él no te dijo.

—¿Qué estás tratando de decirme, Mabel? —mi voz tiembla, de impaciencia o de miedo, no lo sé.

Ella tarda demasiado en responder. Su silencio dice más que cualquier palabra. Me inclino hacia delante, con la desesperación subiendo por mi pecho.

—Mabel. Dime lo que sabes.

Ella baja la mirada y aprieta los labios, está nerviosa.




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.