Me despierto de golpe, con el corazón entre las manos, miro hacia mi ventana, pensando que ya era de noche nuevamente, pero no es así. Apenas se estaba poniendo el sol. Me acompañaban mis prendas cubiertas de sudor, el aire era pesado en la casa y al mismo tiempo, el sonido en la puerta seguía estando, no me queda más de otra que levantarme y mirar quien es.
Camino lentamente, mis pies pesan más que cualquier balde de pescados en el mundo, llegar hasta la puerta se me está haciendo eterno. Pero cuando justo llego y abro la puerta, no hay nadie. Miro a mis alrededores y nunca hubo nadie. La casa que antes había visto, ya no estaba, los árboles que había visto desaparecer, nuevamente estaban ahí, en su lugar. En el piso de la entrada nuevamente alguien dejó algo, esta vez, una nota que decía lo siguiente: “Esperamos que te hayan gustado nuestros peces, escogimos los mejores para ti, es con mucho amor y cariño, en forma de gratitud por ser nuevos vecinos. Esperamos que nos podamos llevar muy bien todos los días, atentamente. –La carta estaría firmada con un símbolo en espiral que nunca había visto, pero de alguna manera siento haber visto ese espiral en las corrientes del lago, mucho antes de construir mi cabaña.
El símbolo de la carta seguía grabado en mi mente, como si lo hubiera visto antes, pero no recordaba dónde. Encendí el farol, aún con la esperanza de que la luz disipara mis pensamientos, pero el vidrio del farol reflejaba el mismo dibujo, girando lentamente. Afuera, desde la seguridad de mi ventana, el lago parecía respirar. Un sonido profundo, casi humano, se mezclaba con el viento. Quise creer que era solo el eco de mi imaginación, pero el agua estaba más turbia que la noche anterior.
Esperé a que fuera media noche y salí de mi hogar. Me arrepiento de haber dejado mi mochila en la embarcación, no tenía con qué sentirme seguro en la oscuridad y soledad de la noche, el no tener que sostener, me ponían las manos temblorosas. Nuevamente, el bosque se sentía solo, tranquilo, sin que ningún ruido lo perturbe, pero aún así. Ahí estaba ella, vigilándome desde la lejanía, desde el resguardo del cielo y las estrellas. Pareciera que me mirara cautelosamente. En todo el trayecto no pude escuchar más que los susurros del viento que golpeaba entre las ramas y los troncos más juntos daban la sensación de que algo o alguien estaba silbando.
Llego al muelle, algo se sentía distinto. Camino lentamente para inspeccionar el lugar, pero no encuentro nada. Mi querida embarcación estaba esta vez más alejada de donde la había dejado, apuntando al centro del lago. Mi mochila estaba abierta y nuevamente otra carta: “No te preocupes vecino, mientras tú no estabas, hemos cuidado de tu mochila para que nada ni nadie se la llevara”. –Firmada con el mismo símbolo.
Inquieto frente a la situación, me subo, enciendo mi fiel farol, que a diferencia de la anterior vez, su fuego era más débil, menos intenso, su llama parecía estar en las últimas, aún así empiezo a remar lo más rápido posible para sentirme nuevamente en paz conmigo mismo. Pero no pude. Entre más remaba, más podía sentir como el agua se hacía más espesa, más densa. El aire empezaba a sentirse metálico, el ruido del agua no se escuchaba. Me detengo a mitad de camino, ni tan cerca como para estar en el centro, ni tan lejos como para poder regresar.
Me miro en el reflejo del agua, buscando consuelo, pero no encuentro tal reflejo. El agua es tan espesa y turbia que nada se podía reflejar en ella. Excepto una cosa, tan solo una cosa. La luna.
Las lagrimas empiezan a salir desconsoladamente, nunca antes me había sentido tan solo, tan necesitado de alguien con quien poder hablar o que me hiciera compañía en este instante. Tantos años viviendo la misma rutina como para que de repente todo cambie de la noche a la mañana. Con los ojos aguados, trato de pescar para canalizar mis pensamientos. Parece funcionar, pero nuevamente los anzuelos se desprenden de la caña y ningún pez pareciera que los estuviera picando. Retiro la caña furiosamente, coloco el último anzuelo que tengo, tiro la caña y junto con ella, soy empujado al agua.
Me hundo. Lentamente. Por un momento pensé que bastaría con moverme y salir. Pero ahí estaba ella, observando como me voy quedando sin aire, cómo no puedo respirar. Su mirada penetrante no me dejaba mover ni un solo músculo.
Mis ojos se empezaron a cerrar suavemente, la paz parecía entrar en mi ser. Me desmayo.
Nuevamente empiezo a soñar. Estoy en medio del lago, las estrellas han desaparecido, no queda nada en el cielo. La luna ya no estaba, las nubes, los murciélagos, se habían marchado del firmamento. Solo en el lago, solo en el solo, solo en el firmamento. No obstante, algo me hacía mirar fijamente hacia el cielo, de manera obsesiva, si intentaba apartar la mirada del cielo, inmediatamente volvía a sentir la necesidad de estar mirando.
Las horas pasaban y no despegaba la mirada. Nada ocurría, nada interrumpía este acto tan solemne que había declarado entre el cielo y yo. Hasta que, finalmente, algo en el cielo despertó. Una luz con unos colores que nunca antes había visto se hacía más grande con el paso de los segundos, al principio pensé que era porque apenas la luz que emitía desde el vasto universo, estaba llegando a la tierra y que por ello, se estaba intensificando lentamente. Pero no fue así. Su colosalidad, su ruido estruendoso, su color, iluminaron de una manera indescriptible el oscuro firmamento que por horas había observado. Se dirige hacia mí, cegándome con su magnificencia y antes de que impacte. El lago me hunde.
Despierto en el suelo de la cabaña, empapado, con el cuerpo cubierto de una fina capa de limo. El aire huele a hierro y a podrido. Todo mi cuerpo tiembla, y mi garganta arde, como si hubiera tragado agua del lago durante horas.
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Editado: 29.10.2025