El vecino de las plantas

Capítulo 1: La llegada de lo inesperado

La vida en Tokio no ofrecía grandes sorpresas para Takumi. Todas las mañanas, salía de su apartamento a las 7:30 en punto, sin margen para los retrasos ni la improvisación. El ascensor bajaba con el mismo sonido metálico de siempre y, al salir a la calle, todo parecía una repetición de los días anteriores. Un café rápido antes del trabajo, una jornada interminable en su pequeña oficina, y luego de vuelta a casa, donde el silencio y el gris de las paredes lo esperaban.

Esa rutina le había servido para sobrellevar los días, o al menos eso se decía a sí mismo. Pero algo cambió la mañana en que vio al nuevo vecino mudarse al apartamento justo al lado del suyo. No era japonés, eso era evidente. Pero no fue tanto el hecho de la mudanza lo que llamó su atención, sino el comportamiento del extranjero.

Aquel hombre —alto, delgado, con una sonrisa siempre a punto de aparecer— parecía tener una energía contagiosa, siempre alegre, siempre dispuesto. Lo que más desconcertó a Takumi fue ver cómo ayudaba a los encargados de la mudanza. Con una vitalidad inusual, cargaba cajas, organizaba muebles, incluso ofrecía agua y bocadillos a los trabajadores, quienes al principio parecían sorprendidos, pero luego aceptaron con gusto.

Takumi observaba desde su ventana, y no pudo evitar preguntarse en voz baja:

—¿Por qué los ayuda si les está pagando por hacerlo?

Ese gesto de amabilidad, tan fuera de lugar en una ciudad como Tokio, donde el pragmatismo era la norma, no hizo más que aumentar su intriga sobre aquel hombre. Pero no le dio más vueltas y continuó con su rutina.

El extranjero siempre sonriente

Con el pasar de los días, Takumi no pudo evitar notar cómo aquel extranjero destacaba no solo por su apariencia, sino por su actitud. Era imposible ignorarlo. Lo había visto ayudar a la señora del tercer piso con sus bolsas de compras, ofreciendo una mano incluso cuando llevaba las suyas propias. Saludaba a todos en el edificio con una amabilidad natural que a Takumi le resultaba casi desconcertante. Cada mañana, mientras Takumi se dirigía a su trabajo, lo encontraba saludando al portero o charlando con los vecinos como si los conociera de toda la vida.

Una tarde, Takumi lo vio de nuevo desde la ventana de su apartamento. Esta vez, el extranjero estaba hablando con un grupo de niños que jugaban en la calle, y de alguna manera, logró que todos rieran y se sintieran a gusto. A Takumi le parecía cada vez más incomprensible. No es que fuera antipático, pero nunca había tenido la necesidad de interactuar tanto con los demás. Esa actitud constante del extranjero, su sonrisa perpetua, su energía inagotable, lo hacía sentir una extraña mezcla de curiosidad y desdén.

El primer encuentro

Una mañana, mientras Takumi bajaba de su apartamento rumbo al trabajo, se lo encontró de nuevo. Esta vez, el extranjero estaba en la entrada del edificio, atándose las zapatillas deportivas, claramente preparándose para una sesión de trote matutino. Llevaba ropa de deporte y una expresión concentrada, pero en cuanto vio a Takumi, su rostro se iluminó con la misma sonrisa de siempre.

—¡Buenos días! —dijo el extranjero con entusiasmo, como si saludara a un viejo amigo.

Takumi, sorprendido por la familiaridad con que le hablaba, respondió con un ligero gesto de la cabeza, poco acostumbrado a tanta calidez en medio de su rutina. Estaba listo para seguir caminando hacia su trabajo cuando, para su sorpresa, el hombre se levantó rápidamente y lo alcanzó antes de que pudiera salir del edificio.

—Eres mi vecino, ¿verdad? —preguntó el extranjero, mientras se ajustaba los auriculares—. Vivo al lado tuyo. Mi nombre es Simón, por cierto.

Takumi se detuvo. No esperaba que el encuentro fuera más que un saludo casual. Simón lo miraba con ojos brillantes, como si realmente estuviera interesado en escuchar su respuesta.

—Sí, soy Takumi —contestó, sin saber muy bien qué decir—. Vivo justo al lado.

—¡Qué bien! Ya había visto algunas veces, pero no habíamos tenido la oportunidad de hablar. Espero que no haya causado molestias con la mudanza.

—No, no... todo bien —respondió Takumi, incómodo. No era común para él interactuar de esa manera, y mucho menos con alguien tan efusivo.

Simón sonrió aún más amplio, si eso era posible.

—Bueno, si alguna vez necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme. ¡Voy a correr un rato antes de que el día se ponga demasiado agitado! ¡Nos vemos!

Con una ligera inclinación de cabeza, Simón salió corriendo con una energía que a Takumi le resultaba asombrosa para esa hora de la mañana. Lo observó alejarse, y una vez más, se preguntó qué tipo de persona era aquel hombre tan extraño que parecía tan diferente de todos los demás.

Una tarde, mientras el sol se colaba por las ventanas del pequeño apartamento, Takumi recibió la visita de su novia, Aiko. Siempre era un alivio verla después de un día monótono en el trabajo. Aiko llenaba el espacio con su energía alegre, algo que Takumi apreciaba, aunque a veces le costaba igualar.

Después de ponerse cómodos en el sofá, Takumi decidió contarle algo que le había estado rondando la cabeza.

—Tengo un nuevo vecino —dijo, intentando sonar despreocupado.

Aiko lo miró, arqueando una ceja, curiosa.

—¿Ah sí? ¿Y qué tal es?

—Es extranjero. Y.… muy amable con todos. —Takumi hizo una pausa, como si estuviera buscando las palabras adecuadas—. De hecho, parece que en poco tiempo ya se ha vuelto más querido que yo por todo el mundo en el edificio.

Aiko soltó una risa ligera y divertida.

—¿En serio? —dijo, entre bromas—. Bueno, no es tan difícil. Yo soy la única persona que te quiere.

Takumi fingió molestia, pero no pudo evitar sonreír ante el comentario. Aiko, aun riendo, se acercó más y le dio un suave empujón en el brazo.

—No te preocupes, eres una buena persona. Solo que no sabes cómo relacionarte con los demás.




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