El vecino de las plantas

Capitulo 6 Familia

Los días, las semanas y las noches pasaban, y el ambiente en el edificio se había transformado por completo. La cordialidad y la alegría se sentían en cada rincón, un cambio que todos atribuían a Simón. Sin embargo, no todo podía ser perfecto.

Aquella tarde, Takumi tuvo uno de esos días que preferirías borrar de la memoria. Había sido un día repleto de frustraciones acumuladas, y mientras caminaba hacia el edificio, su rostro reflejaba un claro malestar. Al entrar, escuchó a un vecino hablando con alguien en el pasillo:

—Gracias a Simón, por la terraza. Este fin de semana voy a organizar un desayuno con mis padres, y no hay mejor lugar que este.

Takumi, al escuchar esto, apretó los dientes y subió las escaleras con rapidez, ignorando a todos. Al llegar a su puerta, un pensamiento lo detuvo en seco. Sin entender del todo por qué, subió un tramo más y llegó a la terraza. Allí, bajo el cielo que comenzaba a nublarse, encontró a Simón regando las plantas.

—Mierda... lo que me faltaba —pensó Takumi.

Simón lo notó de inmediato y, con su habitual calidez, lo saludó.

—¡Takumi! ¿Estás bien?

Takumi, con sarcasmo y un tono cargado de ira, respondió:

—Claro, ¿no lo notas?

Simón lo observó con calma y comentó:

—Hay días buenos y días malos, pero lo importante es hacer que cada día valga la pena.

Aquello fue el detonante. Takumi explotó:

—¡Claro! Habla el dios de la risa y la esperanza. Para ti todo es fácil, ¿verdad? Todo es felicidad y alegría. Estás en Japón, uno de los mejores países del mundo, tienes un excelente trabajo, y todos aquí te aman. ¿Por qué demonios no serías feliz?

Simón no interrumpió. En cambio, lo miró con serenidad y le dijo:

—Continúa...

Takumi prosiguió, dejando salir todo lo que llevaba dentro:

—De repente llegas tú, un extraño de otro país, y en menos de seis meses logras lo que yo no he podido hacer en años. Todos te quieren, te admiran… hasta Aiko te aprecia. Y para colmo… creo que hasta yo he empezado a hacerlo.

En ese momento, empezó a llover. Las gotas cayeron pesadas, como si el cielo reflejara la tormenta emocional de Takumi. Simón, con un tono serio, le preguntó:

—¿Terminaste?

Takumi asintió, casi al borde de las lágrimas. Antes de que pudiera decir algo más, Simón se acercó y lo abrazó. Por un instante, el tiempo pareció detenerse. Takumi sintió cómo su rabia se desvanecía, reemplazada por una inesperada calma.

—Tranquilo —le susurró Simón—. Las cosas pueden parecer oscuras, pero siempre hay luz al final. El sol sale para todos, y más aún para personas buenas como tú.

Takumi, aún procesando todo, murmuró:

—Bueno, yo...

Simón lo interrumpió suavemente:

—No tienes que sonreírle a todo el mundo para ser una buena persona. Solo sé leal y sé tú mismo. Todos tenemos días malos, pero lo importante es seguir adelante y aferrarnos a las personas que amamos. Sé que no me querías al principio, pero sinceramente, no tenía otra opción: tenías que ser mi amigo... porque no tengo a nadie más.

Takumi levantó la mirada, esta vez con un dejo de preocupación.

—¿En serio no tienes a nadie?

Simón asintió y comenzó a hablar con una sinceridad que Takumi no esperaba:

—Mis padres me tuvieron muy mayores y fallecieron cuando yo era adolescente. Desde entonces, tuve que arreglármelas solo. Me gradué joven, pero también tuve que hacerme cargo del negocio de flores de mi mamá. Ella siempre decía: “Los días son como las plantas: si les das amor, ellas te cuidarán.” Pero un día me di cuenta de que no podía quedarme más tiempo en ese lugar. Cuando tuve un buen trabajo y me promovieron a Japón vendí el local, dejé todo atrás y decidí mudarme aquí, a Japón. Este es mi hogar ahora. Y ustedes... ustedes son mi familia, les guste o no, diciendolo entre risas.

Simón terminó su confesión con una sonrisa melancólica. Takumi, conmovido, recordó las palabras de Aiko sobre cómo todos tenemos una historia detrás. Puso una mano en el hombro de Simón y, por primera vez, habló desde el corazón:

—Tranquilo, Simón. No estás solo. Tienes a Aiko y a mí, y de ahora en adelante, ninguno de los tres estará solo jamás.

Simón lo miró con gratitud, mientras la lluvia seguía cayendo, lavando los restos de resentimiento que Takumi llevaba consigo. En ese momento, ambos entendieron que lo que los unía era más que casualidad: era una familia naciendo en el lugar más inesperado.




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