El vecino de las plantas

Capitulo 7 Familia 2.0

La atmósfera en el edificio se había transformado. Donde antes había puertas cerradas y saludos forzados, ahora había risas, conversaciones en los pasillos y una sensación de comunidad que nadie había esperado. Todo gracias a Simón. Su energía y amabilidad habían tejido un lazo invisible entre los vecinos, quienes ahora se ayudaban mutuamente, celebraban cumpleaños y compartían pequeños momentos de felicidad.

Para Takumi, los cambios habían sido mucho más profundos. Gracias a Simón, había aprendido a expresar sus emociones, dejando atrás la coraza que lo aislaba incluso de sí mismo. Ahora era capaz de mirar a Aiko y decirle lo que sentía sin miedo. Y, aunque no lo admitiera abiertamente, sabía que Simón había sido el catalizador de todo.

Una noche, durante la cena, Takumi, mientras cortaba sus alimentos con un entusiasmo inusual, lanzó una idea que dejó a Aiko sorprendida:
—¿Qué te parece si invitamos a Simón a cenar? Podríamos prepararle una comida japonesa tradicional, algo hecho por nosotros.

Aiko lo miró por unos segundos, y una pequeña sonrisa apareció en su rostro. El maldito Simón lo logró, pensó para sí misma. Su risa fue apenas un susurro, pero Takumi la notó.

—¿Qué pasa? ¿Dije algo gracioso? —preguntó con curiosidad.

Ella negó con la cabeza, mirándolo con ternura.
—No, nada. Es solo que me encanta verte así, Takumi.

—¿Así cómo? —preguntó él, intrigado.

—Así… feliz.

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A la mañana siguiente, mientras salía para el trabajo, Takumi se cruzó con Simón en el vestíbulo.
—¡Buen día, Simón! ¿Vas a correr?

—Hoy no. Estoy un poco cansado, solo iré a la tienda de conveniencia a buscar algo para el almuerzo y la cena —respondió Simón con su habitual energía.

Takumi aprovechó el momento.
—Hemos estado pensando, Aiko y yo, en invitarte a cenar hoy. Una típica comida japonesa, hecha por nosotros.

—¡Claro que sí! Al fin podré comer algo que no venga de una fábrica —dijo Simón, con una sonrisa tan amplia que casi contagiaba a Takumi.

Sin embargo, añadió:
—Pero, ¿puede ser mañana? Hoy tengo que hacerme un examen médico y no creo que me dé tiempo. Si quieren, puedo llevar las bebidas.

—Perfecto. Pero no comas mucho en el almuerzo, porque vas a salir rodando de lo lleno —bromeó Takumi. Ambos rieron como si fueran amigos de toda la vida.

Antes de despedirse, Takumi, con una seriedad inusual, dijo:
—Gracias, Simón.

Simón lo miró, un poco desconcertado.
—¿Por qué?

—Por insistir en ser mi amigo. No lo merecía.

Simón sonrió con calidez y respondió:
—Gracias a ti.

Takumi frunció el ceño, confundido.
—¿Por qué?

—Por aguantarme —dijo Simón, guiñándole un ojo.

Ambos rieron, se dieron la mano y continuaron con sus respectivos días.

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El día de la cena llegó. Aiko estaba en la cocina, preparando la comida con dedicación, mientras Takumi hacía las compras. Al regresar, encontró a Aiko pálida y con una expresión preocupada.

—¿Estás bien? ¿Qué sucede? —preguntó, dejando las bolsas en el suelo.

Ella lo miró durante unos segundos antes de responder:
—Sí, ahora todo está bien.

Takumi no insistió, aunque su intuición le decía que algo la inquietaba.

Más tarde, cuando Simón llegó, los recibió con un abrazo lleno de gratitud.
—Gracias por invitarme, amigos. Espero poder ayudar, aunque eso arruine la autenticidad de la comida japonesa —bromeó, haciendo que todos rieran.

Durante la cena, Takumi y Simón conversaron como si llevaran años de amistad. Idearon nuevos planes para la terraza, como añadir un estanque de peces koi o sembrar flores que cambiaran con las estaciones. Sin embargo, Aiko permanecía callada, y su rostro reflejaba una mezcla de nervios y duda.

Simón lo notó y, con su característica empatía, preguntó:
—Aiko, ¿estás bien? Si te sientes incómoda o cansada, puedo retirarme.

Ella negó con la cabeza, pero sus palabras sorprendieron a ambos hombres:
—Tengo algo que contarles a los dos, si no les molesta.

Takumi, preocupado, tomó su mano.
—Pase lo que pase, estamos contigo.

Simón asintió, mirándola con seriedad.
—Sí, Aiko. Aquí estamos.

Ella sacó una pequeña bolsa de papel y se la entregó a Takumi.
—Ábrela —dijo, respirando hondo.

Takumi obedeció y, al sacar su contenido, quedó sin palabras. En sus manos sostenía unas diminutas botitas de bebé. Durante unos segundos, el silencio llenó la habitación. Entonces, Simón saltó de su silla y gritó:
—¡Síiiii! ¡Lo hicieron!

Aiko se giró hacia Takumi, quien tenía lágrimas en los ojos.
—¿Estás molesto? ¿No te gusta la noticia? —preguntó con voz temblorosa.

Él negó con la cabeza, abrazándola con fuerza.
—No, Aiko. Es solo que no sabía que también se podía llorar de felicidad.

Simón, incapaz de contener su entusiasmo, aplaudía y felicitaba como si el bebé fuera suyo. Takumi lo miró, medio riendo, medio llorando, y exclamó:
—¡Cállate!

El silencio se hizo de nuevo. Simón, confundido, preguntó:
—¿Qué?

—Cállate… y ven acá —dijo Takumi con una sonrisa.

Los tres se abrazaron en un momento de pura felicidad, entendiendo que, aunque no compartieran lazos de sangre, se habían convertido en una familia.

Más tarde, mientras limpiaban los restos de la cena, Simón se volvió hacia Aiko y Takumi.
—¿Sabían que este bebé va a tener la mejor terraza de la cuidad? Será como un pequeño oasis para él.

Los tres rieron, dejando atrás las dudas y preocupaciones, listos para enfrentar juntos la nueva etapa que se avecinaba.




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