Desde ahora, todo iba a cambiar. El ambiente en el edificio nunca había sido mejor. La noticia del embarazo de Aiko se regó como pólvora por los pasillos, de puerta en puerta, y aunque los chismes solían ser motivo de quejas, esta vez era diferente. Las caras de los vecinos brillaban con emoción, y la felicidad era palpable en el aire. Todos, de alguna manera, sentían que ese bebé sería especial, un símbolo de los nuevos lazos que se habían formado en el edificio.
Para Takumi, esta etapa marcaba un punto de inflexión. Por primera vez en su vida, sentía que las cosas realmente estaban bien. El peso de la rutina, la apatía y la indiferencia que había llevado consigo durante años ahora parecían desvanecerse. Todo era gracias al amor de Aiko, que iluminaba su mundo, y a Simón, el extranjero que había llegado para desordenar su vida de la mejor manera posible.
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Una tarde cualquiera, Aiko regresaba al edificio después de una larga jornada de compras. Su vientre, ya notable, atraía miradas y sonrisas por donde pasaba. Mientras intentaba acomodar las bolsas en sus brazos, Simón apareció como un rayo.
—¡Aiko! Déjame ayudarte.
—Gracias, Simón, pero creo que puedo…
Antes de que pudiera terminar la frase, Simón ya había tomado todas las bolsas y las llevaba con una facilidad asombrosa.
—¡Ah, pero espera! Antes de que subas, tengo algo especial para ti.
Aiko lo miró con una mezcla de curiosidad y sospecha. Con Simón, siempre había algo fuera de lo común.
—¿Otra sorpresa? ¿Cuántas más vas a darnos este mes?
—Esta es especial, te lo prometo. Ahora, confía en mí. —Simón sacó una venda de su bolsillo y, con delicadeza, le cubrió los ojos.
—Simón… ¿qué estás tramando?
—Nada malo, te lo aseguro.
Guiándola cuidadosamente por las escaleras, Simón la llevó hasta la terraza. Al quitarle la venda, Aiko quedó sin palabras. La terraza estaba decorada con guirnaldas, globos y un enorme letrero que decía: ¡Felicidades, mamá! Todos los vecinos estaban allí, aplaudiendo y sonriendo, listos para celebrar un baby shower sorpresa.
—¿Qué…? ¿Cómo lograste esto?
Simón se encogió de hombros, sonriendo.
—Tengo mis secretos.
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Mientras tanto, Takumi recibía un mensaje de Simón en su teléfono: “¡Emergencia en la terraza! Ven ahora.” Alarmado, subió corriendo las escaleras, temiendo lo peor. Pero al llegar, se encontró con la celebración.
—¿Qué demonios está pasando aquí?
Simón se acercó con una gran sonrisa y un vaso de jugo en la mano.
—Bienvenido a la fiesta.
Takumi miró a su alrededor, sorprendido. Vio a Aiko rodeada de vecinos, riendo y disfrutando de la atención. Aunque intentó mantener su expresión habitual, una pequeña sonrisa se formó en su rostro.
—Simón… no sé si debería agradecerte o golpearte por esto.
—Elige lo primero, por favor —respondió Simón, guiñándole un ojo.
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El ambiente de la fiesta era alegre y cálido. Había juegos clásicos, regalos, comida deliciosa y, por supuesto, muchas risas. Simón, como siempre, había organizado todo con esmero. Los vecinos se sorprendieron una vez más de cómo lograba convertir cualquier reunión en algo especial, todo sin una sola gota de alcohol.
A medida que la tarde avanzaba, Simón, notablemente cansado, se sentó en una silla apartada. Aiko, siempre observadora, se acercó y tomó una silla junto a él.
—Simón, no sé cómo agradecerte todo esto. Realmente has hecho de esta fiesta algo inolvidable.
Simón sonrió débilmente, apoyándose en el respaldo de la silla.
—No tienes que agradecer. Lo hago porque los quiero.
Aiko, conmovida, se inclinó para susurrarle algo al oído. De repente, Simón se levantó de un salto y exclamó:
—¡Lo sabía!
Todos en la terraza se giraron hacia él, sorprendidos.
—¿Qué pasa? —preguntaron algunos.
—Nada, nada… no puedo decirlo. —Simón hizo un gesto dramático, llevándose las manos a la boca.
El silencio que siguió pronto se rompió con risas contagiosas, y la fiesta continuó con la misma energía.
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Cuando la celebración terminó, los vecinos comenzaron a recoger y limpiar. Simón, a pesar de su cansancio, ayudó como pudo. Sin embargo, Takumi notó que, una vez todo estuvo en orden, Simón permaneció un momento solo en la terraza, mirando al horizonte.
—¿Estás bien? —preguntó Takumi, acercándose.
Simón giró la cabeza y asintió con una sonrisa cansada.
—Sí, solo estoy descansando un poco. Mañana tengo un examen médico y debo ayunar.
Takumi frunció el ceño.
—Es la tercera vez en pocos meses que mencionas exámenes médicos. ¿Todo está bien?
Simón dudó por un instante antes de responder:
—Sí, son cosas del trabajo. Mi oficina es muy estricta con los chequeos de salud.
Aunque las palabras de Simón parecían tranquilizadoras, Takumi no pudo evitar sentir una punzada de preocupación.
—Bueno, si necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme. Es más, después del examen ven a almorzar a casa.
Simón sonrió con gratitud.
—Gracias, amigo. No demoraré mucho. Espero con ansias ese almuerzo.
Al día siguiente, Simón llamó a Takumi justo después de salir de sus exámenes. Su voz sonaba cansada, pero aún conservaba ese tono animado que lo caracterizaba.
—¡Takumi! Ya salí del hospital. Estoy hambriento, ¿sigue en pie la invitación?
Takumi miró a Aiko con preocupación.
—Por supuesto. Aiko y yo acabamos de cocinar. Ven pronto, te esperamos.
Colgó el teléfono y se giró hacia Aiko.
—No sé por qué, pero tengo un mal presentimiento. Tres exámenes médicos en tres meses no es normal, ¿verdad?
Aiko intentó calmarlo.
—Tal vez sea algo rutinario. Quizá tiene alergias o una condición menor. Simón siempre parece estar bien, ¿no?
Ambos se quedaron en silencio, sumidos en sus pensamientos, hasta que Simón llegó al departamento. Cuando abrió la puerta, su aspecto los sorprendió: parecía más cansado que nunca.