El vecino de las plantas

Lluvia...

Era una mañana fría con lluvia... cuando Aiko comenzó a sentir los primeros signos de que el parto estaba cerca. Estaba sola en casa, y aunque intentaba mantener la calma, los dolores se volvían cada vez más intensos. Takumi, como todos los días, estaba en el trabajo. Desesperada, miró su teléfono, pero sabía que Takumi no podría llegar a tiempo. Fue entonces cuando, casi como si lo supiera, apareció Simón.

—¡Aiko! —dijo, con un tono preocupado al verla en esa situación—. ¿Estás bien? ¿Qué necesitas?
—Simón... creo que el bebé viene ya —respondió Aiko entre jadeos.

Sin perder tiempo, Simón reaccionó. A pesar de su palidez y evidente debilidad, tomó el bolso que Aiko había preparado semanas atrás, la ayudó a levantarse y llamó rápidamente a un taxi. Durante el trayecto al hospital, Simón se mantuvo calmado, hablándole suavemente para distraerla y reducir su ansiedad.

—Todo estará bien, Aiko. Pronto conocerás a tu bebé, y será el día más feliz de tu vida —decía con una sonrisa serena, aunque el sudor en su frente delataba su agotamiento.

Al llegar al hospital, Simón no la dejó sola ni un momento. Se aseguró de que todo estuviera en orden con los doctores, llenó los formularios necesarios y esperó pacientemente hasta que Aiko fue llevada a la sala de parto. Mientras tanto, Simón permaneció en la sala de espera, sentado en un banco, visiblemente exhausto pero decidido a quedarse.

Cuando Takumi recibió la llamada del hospital, dejó todo y corrió al lugar. Al llegar, encontró a Simón, que parecía a punto de derrumbarse.
—¡Simón! ¿Qué pasó? ¿Estás bien? —preguntó, preocupado por el estado de su amigo.
—Solo estoy un poco cansado, amigo. No te preocupes por mí —respondió Simón con una sonrisa débil—. Lo importante es que Aiko está en buenas manos.

Takumi quiso insistir, pero en ese momento el doctor salió para darles la noticia: el parto había sido un éxito, y tanto la madre como el bebé estaban en perfecto estado. Simón soltó un suspiro de alivio y felicitó a Takumi con sinceridad.

—¡Felicidades, Takumi! Ahora empieza la mejor parte de tu vida —dijo mientras le daba un abrazo.

Sin embargo, después de ese día, Simón dejó de aparecer. Durante los tres días que Aiko y el bebé estuvieron en el hospital, Takumi intentó contactarlo varias veces, pero no obtuvo respuesta. Al regresar a casa con su nueva familia, Takumi esperaba compartir ese momento especial con Simón, pero su ausencia lo dejó preocupado.

Golpeó la puerta del departamento de Simón varias veces, pero no hubo respuesta. Fue entonces cuando uno de los vecinos se acercó.
—Takumi, ¿estás buscando a Simón?
—Sí. No lo he visto en días, y no responde mis llamadas —respondió Takumi con inquietud.
—Me dejó una llave de su departamento por si algo pasaba. Creo que deberías entrar y ver si está bien.

Con la llave en mano, Takumi abrió la puerta. El departamento estaba sorprendentemente ordenado, pero vacío. Sobre la mesa del comedor, encontró una carta dirigida a él. Sus manos temblaban mientras la abría y comenzaba a leer.

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"Hola, amigo.
Sé que esta carta puede ser difícil de leer, pero también es difícil para mí escribirla. Lamento mucho no estar ahí para ayudarte con el bebé como prometí. La verdad es que mi tiempo aquí ha llegado a su fin.

No vine a Japón por trabajo. Vine porque sabía que no me quedaba mucho tiempo. Desde niño soñé con conocer este país, y cuando supe de mi enfermedad, decidí cumplir ese sueño. Mi madre falleció por la misma condición, y yo heredé esta enfermedad. La terraza que construí fue en su memoria, porque ella también amaba las plantas.

En ti encontré a un verdadero amigo, alguien auténtico. Me diste algo que no esperaba: una razón para sonreír hasta el final. Gracias por permitirme ser parte de tu vida, aunque fuera por poco tiempo.

Te dejo un regalo en el sobre. Espero que te ayude a construir un hogar lleno de amor para tu familia. Cuida de Aiko, del bebé, de los vecinos... y, por favor, de la terraza.

Sé feliz, Takumi. Eso es todo lo que deseo.
Con cariño,
Simón."

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Las lágrimas corrían por el rostro de Takumi mientras terminaba de leer la carta. Abrió el sobre que Simón mencionaba y encontró un conjunto de documentos: el título de propiedad de su departamento, transferido a nombre de Takumi, y unos planos detallados para ampliar el espacio, uniendo los dos departamentos en un hogar más grande.

—Simón... esto es demasiado —susurró Takumi, abrumado por la generosidad de su amigo.

Cuando la noticia del fallecimiento de Simón llegó al edificio, todos los vecinos se unieron para organizar un funeral en su honor. Decidieron realizarlo en la terraza, el lugar que él había transformado en un símbolo de comunidad y esperanza.

Durante la ceremonia, Takumi tomó la palabra:
—Simón nos enseñó a ser mejores personas. Nunca mostró su sufrimiento; siempre nos dio alegría. Nos unió como comunidad, y eso es algo que nunca olvidaremos. Hoy, aunque despedimos a nuestro querido amigo, prometemos honrar su memoria cuidando de este lugar y de los demás, como él lo habría hecho.

Los vecinos, conmovidos, crearon un altar en la terraza en honor a Simón, decorado con plantas y flores que él mismo había cuidado. La terraza, que antes era solo un espacio vacío, ahora era el corazón del edificio, un lugar lleno de vida y recuerdos.

Pasaron los meses, y aunque la ausencia de Simón se sentía profundamente, su legado vivía en cada rincón del edificio. Takumi y Aiko continuaron sus vidas, dedicando tiempo a cuidar de la terraza y de los vecinos. Un día, mientras miraban a su bebé durmiendo en la cuna, Takumi habló:
—Aiko, he estado pensando... Quiero que nuestro hijo lleve el nombre de Simón. Quiero que crezca sabiendo que alguien tan especial como él fue parte de nuestras vidas.
Aiko, con lágrimas en los ojos, asintió.
—Es un hermoso gesto, Takumi. Estoy segura de que Simón estaría muy feliz.




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