El sonido del ascensor resonó en el pasillo mientras Valeria bajaba cargando un par de bolsas del supermercado. Su corazón dio un vuelco al ver que las puertas se abrían y, allí estaba él: el vecino misterioso, con la misma mirada intensa que la había dejado inquieta días atrás.
—Hola… otra vez —dijo ella, intentando sonar casual, aunque su voz temblaba ligeramente.
Él sonrió, esa media sonrisa que parecía esconder secretos y provocación a la vez. No dijo nada, solo la dejó pasar mientras entraba al ascensor. El espacio reducido los obligaba a estar cerca; Valeria percibió el aroma sutil pero masculino que desprendía. Su respiración se aceleró.
—Parece que vivimos en el mismo edificio —comentó él finalmente, con voz baja y grave, mientras sus ojos no se apartaban de los de ella.
Un silencio incómodo pero cargado de tensión se instaló. Cada movimiento, cada leve roce de sus brazos, se sentía eléctrico. Valeria sintió un calor recorrer su espalda y piernas; un deseo que no podía controlar.
Cuando el ascensor llegó al piso de Valeria, ella dudó unos segundos antes de salir, como si deseara quedarse un poco más. Él simplemente la observó irse, con una expresión entre curiosidad y complicidad.
Al cerrar la puerta de su apartamento, Valeria apoyó la espalda contra ella y respiró hondo. Su corazón aún palpitaba con fuerza. Sabía que ese breve encuentro había cambiado algo: su tranquila vida en el edificio estaba a punto de volverse mucho más intensa y peligrosa, y ella no podía esperar a ver qué pasaría la próxima vez.