Esa noche, Valeria no podía quitarse de la cabeza aquella frase: “No siempre soy lo que aparento”. Le daba vueltas una y otra vez, imaginando a qué se refería su vecino. ¿Un secreto oscuro? ¿Un pasado que lo atormentaba?
La intriga era más fuerte que la prudencia. En medio de la madrugada, desde la ventana de su sala, notó que la luz del apartamento de él aún estaba encendida. La cortina apenas entreabierta dejaba ver una silueta: él, sentado frente al piano, tocando con una intensidad casi desgarradora.
Las notas parecían gritos contenidos, confesiones que no se atrevería a poner en palabras. Valeria lo observaba, sintiendo que cada acorde era una llave que abría puertas ocultas en el alma de ese hombre.
De pronto, su celular vibró. Un mensaje inesperado:
“¿No deberías estar dormida?”
El corazón de Valeria se paralizó. Miró la ventana de enfrente, y ahí estaba él, con el teléfono en una mano y la mirada fija en ella. Había notado que lo espiaba.
Valeria sintió una mezcla de vergüenza y excitación. Dudó en responder, pero finalmente escribió:
“¿Y tú? Tampoco estás durmiendo…”
Una pausa. Luego, otro mensaje llegó:
“Algunas sombras del pasado no me dejan descansar. Pero tal vez… hablar contigo sí lo lograría.”
La tensión se volvió insoportable. Valeria sabía que estaba cruzando una línea peligrosa, pero no podía retroceder. Había algo en ese hombre que la atraía más allá de la razón, un secreto que quería descubrir, aunque eso significara perderse en la oscuridad que él arrastraba.