El Velador

EL VELADOR

¿Alguna vez ha escuchado el sonido de un silbato en medio de la noche? ¿Atravesando un océano de silencio recorriendo de un extremo a otro la calle, andador, callejón o avenida por la que vive? Podría asegurar que sí y es algo tan conocido por usted y por mí que podría describir al hombre que provoca ese sonido y puedo asegurar que viste de negro en una bicicleta en el mejor de los casos o en su modo más natural a pie, recorriendo las vacías calles de una insegura ciudad en medio del alumbrado amarillento de las lámparas públicas, con su chamarra negra satinada y su gorra negra que tiene al igual que su chamarra un bordado en amarillo que indica que a esas horas es quien salvaguarda el sueño de los vecinos, y a quien todos conocemos por “el velador”.

Una noche de Noviembre don José salió como toda noche a trabajar siete horas continuas silbando cada cinco o diez minutos su silbato para avisar a cualquiera que quisiera despertar a sus protegidos que él estaba presente, en especial esa noche caía una pesada neblina como de película que no dejaba ver claramente más allá de tres metros a lo lejos, don José empezaba su rondín de once de la noche a seis de la mañana en su bicicleta de rodada veintiséis sin velocidades de la década de la década de los setenta roja ya sin etiquetas por el paso de los años, don José cuidaba dos colonias completas conformadas por más o menos diez manzanas cada una, aunque una de ellas estaba conformada por andadores y tenía su parque con estrechos corredores, y casas acomodadas como fichas de dominó, a la hora de entrar en esa colonia con nombre Jardín que se conformaba por andadores con nombre de flores haciendo un campo semántico que dibujaba en su vialidad un jardín literalmente, don José se sentaba a tomar el café con los compañeros que trabajaban en las colonias adyacentes a platicar anécdotas de cosas encontradas por las noches, vecinos morosos en los pagos, y situaciones actuales de la sociedad diaria, hacía treinta y cinco años que don José estaba sentado en las bancas del parque central con sus amigos durante media hora justo de dos a dos y media de la mañana, justo después del primer recorrido en la primer colonia con su bicicleta y en un jardín de un vecino jefe de colonia aseguraba su bicicleta para continuar a pie por los andadores, después de todo ese tiempo las canas de don José no se dejaban intimidar por nada, ya conocía los efectos del alcohol en sus más abstractas formas y presentaciones, ya había escuchado desde discusiones, hasta reconciliaciones y encontrado desde billeteras hasta dinero y zapatos de bebes, ya no lo tomaba por sorpresa el sonido de los gatos en celo que a cualquiera en medio de una noche vacía y solitaria nos pondría los pelos de punta, los perros del andador incluso lo conocían y él sabía que todo el manto de la noche estaba conformado por formas y sonidos que no todos podemos apreciar como él.

La noche estaba a pesar de la neblina muy pero muy tranquila que incluso los grillos musicalizaban el recorrido de don José, esa noche don José entró caminando al primer andador de nombre buganvilia, como aquella flor púrpura que hace figuras en los jardines, y como tal dibujaba un arco alrededor del parque de la colonia, las casas todas en completo silencio y solo dos en el andador alumbrando el paso de don José mientras el hombre silbaba con cierto temblor en los labios por el frío de la húmeda neblina, al fondo del andador una cochera estaba abierta, don José se dispuso a entrar y alumbrar con su linterna, no vio nada extraño así que salió y cerró con el pasador, diariamente llevaba una bitácora por su mala memoria, así que apunto lo de la cochera por si regresaba y volvía a verla abierta, al atravesar el andador en modo curvo salió a uno de los retornos adornado por un álamo de gran follaje que se veía imponente y que daba sombra a los autos que los vecinos aparcaban, lo primero que hacía era revisar la barda de piedra para ver que no hubiesen jóvenes en actos fuera de lo ordinario y después caminaba todo el rededor del retorno para entrar a un andador de nombre magnolias de más o menos treinta metros de largo con pocas casas y una capilla de la virgen de Guadalupe al fondo que no se vislumbraba por la densa neblina.

 

Don José camino silbando dos veces durante su entraba al andador sin salida, hasta corroborar que la capilla tenía como siempre su veladora encendida a pesar de la fría corriente de viento, la cara de don José ya se sentía reseca del frío, se giró a regresar al retorno, cuando de repente el ruido de una reja agitarse se presentó a su derecha justo en la segunda casa después de la capilla y es que los vecinos de esa casa habían comprado un perro que por primera vez miraba a don José y por la euforia de saber se aventó contra la reja que cerraba la casa, don José se acercó y le hablo, el perro no le ladró en ningún momento, solo se dispuso a observarlo pero después del acercamiento don José se retiró muy tranquilo para continuar.

El andador paralelo a ese que también desembocaba a un extremo sin salida era el andador gardenias que en su fondo contaba con un espacio de treinta metros cuadrados con pasto que tenía en el dos columpios amarillos y un pequeño tobogán no más alta de metro y medio para niños pequeños, se acercaban las tres de la mañana y aún faltaban tres horas para que don José saliera de turno, se colocó en la boca el silbato y se guardó las manos en las bolsas de los costados de la chamarra, las pesadas botas ya hacían un sonido similar al de estrujar una fruta por lo húmedo del piso y la neblina comenzaba a verse menos.

Don José llevaba en su cintura una macana para situaciones que se salieran de control así que estaba preparado para cualquier cosa que pudiera pasar, entro y camino silbando una vez los primeros doce metros, se frenó en seco al ver que a tan solo cuatro metros delante de él había una forma grande negra que con las sombras que hacían las casa, la neblina y la cansada vista de don José hacían en su imaginación que todo fuese posible y que estuviera frente a cualquier cosa, lo primero fue pensar en que se trataba de un tanque de gas estacionario que algún vecino hubiese dejado afuera de la casa, pero estaba muy oscuro para serlo, ya que los tanques siempre suelen ser en colores claros, o un mueble, pero acompañado de su silencio estaba un sonido de algo bufar, don José retrocedió un paso cuando identifico el sonido y saco su mano derecha de la chamarra para sostener su macana, y se inclinó a tomar alguna piedra del piso pero desafortunadamente no había nada, dos casas atrás había visto una pila de ladrillos afuera de una casa así que sin despegar la poca vista que lograba apreciar de lo que estaba metros más adelante retrocedió unos pasos hasta los ladrillos y tomó uno, se acercó nuevamente y hubo un rose de lo que sea que fuera que estuviese ahí con la pared y la reja de la casa a la que estaba pegado, don José apretó la macana con fuerza y la elevo dispuesto a soltar un golpe si algo sucedía, pero eso seguía inmóvil bufando, un paso más adelante don José vio que tenía pelaje y que era de más de dos metros de largo pero no superaba el metro y medio de altura, justo estaba afuera de la penúltima casa del corredor antes de llegar al jardín donde se encontraban los columpios.




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