Serena se levantó de la mesa sin esperar a que Máximo respondiera. Su mano todavía vibraba ligeramente después del contacto, y el hombre se sentía desorientado, como si acabara de despertar de un sueño profundo.
—Vamos. El Boticario no es el lugar adecuado.
—Serena, espera. Estoy en medio de una reunión. Tengo que volver al…
—No, no la tienes —lo interrumpió, con una firmeza que no admitía debate—. Hace treinta y cinco años creíste que era una mentira, una broma cruel. Esta vez, te voy a dar la prueba. ¿Recuerdas lo que decía la nota que te dejé?
Máximo frunció el ceño. El recuerdo era borroso, doloroso.
—Algo sobre… "Las llaves del río."
—Exacto. Sígueme.
Serena caminó hacia la salida. Su paso era rápido y silencioso, una elegancia felina que no encajaba con el de una mujer de cincuenta años que acababa de aparecer en su vida después de casi cuatro décadas. Máximo, incapaz de dejarla ir de nuevo, agarró su maletín, dejó dos billetes sobre la mesa y la siguió a la calle.
La llovizna se había convertido en una lluvia constante. Serena no parecía notarla. En lugar de dirigirse hacia el centro o la parada de taxi, giró bruscamente hacia un callejón estrecho y sombrío, usualmente lleno de contenedores y grafitis descoloridos.
—Serena, ¿qué estamos haciendo? Esto no es seguro.
Ella se detuvo frente a un muro de ladrillo húmedo. El grafiti, una calavera con alas de libélula, parecía mirarlos.
—Tú me dijiste una vez que lo que te gustaba de mí era que era impredecible, Máximo. Aguanta un momento.
Serena se quitó el elegante guante de piel de una mano. La palma que expuso estaba limpia, sin cicatrices, pero al acercarla al muro, Máximo juró que vio un tenue brillo, como la luz de una luciérnaga atrapada bajo la piel. Murmuró algo en una lengua gutural y extraña, que sonaba a la vez antigua y familiar.
Entonces, el muro se movió.
No se derrumbó ni se abrió con un estruendo, sino que la calavera y las libélulas se disolvieron en una niebla que olía a salitre y tierra húmeda. Donde antes había ladrillo sólido, ahora se abría un arco oscuro que revelaba una escalera de piedra desgastada que descendía hacia la oscuridad. El aire que salía de la abertura era cálido y cargado de un aroma a flores que Máximo no reconoció.
—¿Qué… qué demonios es esto? —susurró Máximo, sintiendo que el café de la mañana le subía a la garganta. Su mente arquitectónica luchaba por clasificar el fenómeno: un fallo estructural, un truco óptico, ¿gas alucinógeno?
—Esto, Máximo, es el primer piso de La Arcanía —dijo Serena, avanzando un paso—. El mundo que existe bajo los cimientos de tu ciudad. El mundo que prometí proteger de ti.
Máximo permaneció petrificado.
—No puede ser. Ladrillo, mortero, cimentación… Yo diseñé los planos de los tres edificios que rodean este callejón. Aquí no hay nada más que tuberías de desagüe.
—Tu mundo solo ve lo que puede explicar. El mío funciona con lo que la gente ha olvidado. Cuando nos conocimos, hace treinta y cinco años, yo estaba entrenando para ser una Guardiana del Velo. El Velo es lo que separa tu mundo (el A) de este (el B). Nuestra regla de oro es: no te enamores de un "Mortal". Porque trae inestabilidad y, peor aún, atrae La Grieta.
Serena se acercó a él, sus ojos ahora llenos de una intensidad desesperada.
—Cuando mi mentor descubrió que estábamos enamorados, fui forzada a irme y a cortar todo contacto. Si me quedaba, te habrían arrastrado a La Arcanía para neutralizarte, o me habrían desterrado. Te dejé la nota de "Las llaves del río" porque es uno de los pocos lugares donde el Velo es naturalmente delgado, una indicación de dónde estaba mi mundo.
Máximo, todavía procesando la información, logró articular:
—¿Y por qué… por qué me buscas ahora? Si hace tres décadas pusiste un muro de magia entre nosotros, ¿por qué lo derrumbas ahora?
La sonrisa de Serena se desvaneció, reemplazada por una sombra de miedo que endureció sus facciones maduras.
—Porque el Velo se está rasgando, Máximo. Yo vine aquí para investigar por qué, y descubrí que la inestabilidad no es natural. Hay alguien o algo de nuestro lado que está usando la energía de la Grieta para un propósito muy oscuro. Y ese propósito podría destruir no solo La Arcanía, sino también tu ciudad: tu mundo entero.
Señaló un punto en la piedra de la pared que Máximo había ignorado. Era un pequeño símbolo grabado, casi borrado por el tiempo. Pero Máximo, el arquitecto obsesionado con los detalles, lo reconoció.
—Ese símbolo… lo vi en los planos de la licitación que estaba revisando esta mañana. Es el mismo que la corporación Ares está usando en su logotipo para el nuevo complejo de torres.
Serena asintió con una lentitud glacial.
—Exacto. La corporación Ares no es lo que parece. Y su proyecto de torres, sea lo que sea que estén construyendo en tu mundo, tiene raíces muy profundas en el nuestro. No puedo entrar sola. Necesito un enlace. Necesito a alguien que pueda moverse en el mundo A, que entienda sus planos, sus negocios, y que sepa dónde buscar.
Serena le extendió la mano hacia el oscuro pasaje.
—Necesito a Máximo Vidal, el hombre de negocios. El amor adolescente que perdí no va a salvar el mundo, Máximo. El arquitecto de cincuenta años sí. ¿Me ayudarás? ¿O vas a dejarme ir por segunda vez?
Máximo miró el arco oscuro que desafiaba todas las leyes de la física que conocía. El hedor a basura había sido reemplazado por la fragancia de flores exóticas. Miró a Serena, y vio no solo a la chica que amaba, sino a una mujer peligrosa y poderosa que necesitaba desesperadamente su ayuda. Por primera vez en décadas, su vida funcional se sintió emocionante.
Su respuesta fue simple y sin dudar.
—Dame mi maletín. Yo sé los planos de esas torres de memoria.
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Editado: 06.12.2025