El Velo

Capítulo 3: Bajo el Velo

El aire del túnel era espeso y cálido, con un olor persistente a cobre y petricor. Máximo aferró el maletín de cuero con más fuerza de lo necesario. Había atravesado el portal de ladrillos sin pensarlo dos veces, impulsado por una mezcla de adrenalina, incredulidad y la mirada intensa de Serena.

​La escalera de piedra era irregular y húmeda, y a cada paso que descendían, el ruido del tráfico de la ciudad se ahogaba, reemplazado por un zumbido bajo y constante, como si un millón de cables de alta tensión estuvieran enterrados bajo sus pies.

​—Cuidado con el paso. Las escaleras de La Arcanía no respetan las normas de seguridad del mundo A —advirtió Serena, sujetando la linterna de su teléfono.

​—¿La Arcanía? Suena grandilocuente. ¿Es algún tipo de subcultura o una sociedad secreta?

​Serena soltó una risa seca, que resonó en el pasillo de piedra.

​—Es el subsuelo de la realidad, Máximo. Piénsalo así: tu mundo opera con lógica y física. El nuestro opera con convergencia y memoria. Toda la energía emocional y el conocimiento olvidado por los mortales se asienta aquí abajo. Es la biblioteca, la prisión y la batería de la ciudad.

​Llegaron a un rellano. La luz de sus teléfonos apenas penetraba la penumbra, pero Máximo pudo distinguir ahora el pasaje. Era una red de túneles abovedados, una obra que superaba la ingeniería romana. En algunas esquinas, cristales de cuarzo incrustados en la piedra emitían una luz suave, verde o azul, que pulsaba lentamente.

​—¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo has abierto el muro?

​—Toda Guardiana del Velo tiene una Llave Interior —explicó Serena, guardando su teléfono—. Es nuestra conexión elemental con la Arcanía. Yo manipulo la convergencia de la materia inerte, el sólido. El muro de ladrillo es inerte, tu maletín es inerte, tú… bueno, eres un caso especial, pero ya lo resolveremos. Abrí una pequeña convergencia para crear un paso temporal.

​Máximo se detuvo, asimilando.

​—Espera. Si es tan secreto, ¿por qué está iluminado? Y ¿quién es el nosotros del que hablas?

​En ese momento, la respuesta llegó en forma de ruido: el sonido de unas botas resonando a lo lejos, acompañado por un siseo metálico. Serena lo empujó rápidamente detrás de un pilar grueso.

​—¡Agáchate! ¡Son los Vigías!

​Dos figuras altas y delgadas pasaron por el cruce del túnel. Vestían uniformes oscuros, y sus rostros estaban cubiertos por máscaras que reflejaban la luz de los cristales, dándoles una apariencia fantasmal. No eran completamente humanos; sus movimientos eran demasiado rígidos y sus siluetas se distorsionaban ligeramente al pasar bajo la luz pulsante. Cada uno portaba un báculo largo y fino.

​—Son los encargados de la seguridad perimetral. Controlan a los viajeros del Velo. Yo no debería estar aquí, y tú menos —susurró Serena, con el aliento agitado en la oscuridad.

​Cuando las sombras de los Vigías desaparecieron, Serena se levantó, su postura ahora tensa y alerta.

​—La Arcanía tiene sus propias leyes y su propia jerarquía. Es el Cónclave quien la gobierna. Ellos son los que me desterraron por elegirte. Y si me encuentran aquí, no habrá un juicio de reencuentro, Máximo.

​—De acuerdo. Me has convencido. Hay un mundo secreto y te quieren muerta. Ahora, hablemos de los planos de las torres Ares.

​Caminaron más profundamente en la red de túneles. Máximo, a pesar del terror latente, se centró en la estructura, el diseño y la sensación del lugar. La Arcanía era hermosa, con su arquitectura atemporal, pero también sofocante.

​—La corporación Ares. Su CEO, Alistair Vance, es un hombre muy rico y muy aburrido. Llevo tres meses luchando contra él por los derechos de servidumbre en la zona que llaman "El Nudo", cerca del antiguo cauce del río.

​—No es una zona de servidumbre, Máximo. Es una Fuente de Convergencia Antigua —explicó Serena. Tomó una de las hojas de planos de su maletín, desplegándola sobre una roca plana iluminada por un cristal verde—. La Torre A que estás diseñando se asienta justo sobre una Grieta del Velo, un punto débil. Los mortales la llamarían inestabilidad geológica.

​Ella señaló un punto en el plano, justo donde el ascensor central de las torres debía hundir sus pilotes más profundos.

​—Ares no quiere construir un edificio. Quiere hundir un Ancla. Si logran fijar esa estructura en la Fuente de Convergencia, no solo drenarán la energía de La Arcanía para hacerse inmortales o ricos, sino que sellarán el Velo para siempre. Y cuando una membrana se sella, se pudre. El caos de este lado ascenderá y destruirá tu ciudad.

​Máximo sintió el peso de sus cincuenta años de vida profesional. Era un arquitecto, no un héroe de fantasía. Sin embargo, su conocimiento se había convertido de repente en la única arma disponible.

​—Si las coordenadas de esa torre son un Ancla, no es un diseño convencional. Necesitaríamos una fuente de poder, una base circular de sacrificio, y lo más importante… un sello de conexión en la cúspide.

​Serena lo miró. La admiración en sus ojos era un bálsamo cálido sobre las heridas de décadas de abandono.

​—Ese es el Máximo que necesitaba. El que ve la estructura detrás del caos.

​Él sintió el rubor de la juventud en sus mejillas, una sensación que había olvidado.

​—No me hagas cumplidos, Serena. Solo dime qué hacemos. No puedo enfrentarme a un cónclave de magos con un plano y un bolígrafo.

​—Claro que no. Necesitamos un talismán, un objeto que resuene con la frecuencia de la Grieta para ver exactamente lo que Ares está haciendo. Yo sé dónde está.

​Serena comenzó a caminar nuevamente, pero esta vez, aligeró el paso para que Máximo no se quedara atrás.

​—Está en los Archivos Antiguos. Tienen una joya llamada el Ojo de Cástor. Pero solo el Gran Custodio, un hombre que fue mi mentor y me desterró, tiene acceso.




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