Máximo no esperó al café. El líquido en su taza estaba frío, pero su interior ardía con una mezcla de terror y una excitación que no sentía desde su adolescencia. Se levantó, dejando atrás no solo el café, sino la vida ordenada que había meticulosamente diseñado. Serena se levantó con un movimiento fluido, recogiendo su abrigo como si el tiempo fuera un lujo que no podían permitirse.
—Aquí no. Es la primera regla de la Arcanía: nunca discutas el Velo en el punto de convergencia más predecible —dijo Serena, su voz apenas un susurro que no correspondía con la urgencia en sus ojos.
Ella no se dirigió a la calle principal, sino que lo guio hacia la parte trasera del café, a un laberinto de contenedores de basura, tuberías oxidadas y grafitis descoloridos que los arquitectos como Máximo se esforzaban por ocultar. El contraste era violento: el mundo de diseño de Máximo contra la cruda verdad de la infraestructura urbana.
—Las "llaves del río", decías en la nota —recordó Máximo, aferrando el maletín. El objeto se sentía como el único ancla a su vida real.
—Es el nombre de un antiguo punto de acceso. El Velo, la membrana entre tu mundo y el mío, es naturalmente más delgado cerca de las fuentes de agua subterránea. Este café se construyó sobre un antiguo pozo medieval.
Llegaron a un muro de ladrillo húmedo y sucio. Había un grafiti reciente de una calavera con alas de libélula. Serena se quitó el guante de la mano derecha con una calma exasperante. Máximo notó la piel, lisa y pálida, sin las cicatrices que uno esperaría de una vida dura.
Serena colocó la palma contra el ladrillo. Sus labios se movieron, articulando una serie de sonidos guturales y sibilantes que Máximo no pudo clasificar. No era latín ni griego; sonaba más como el sonido del viento soplando a través de una chimenea hueca, una lengua forjada por la resonancia.
El muro respondió. No se rompió ni se abrió con un mecanismo. Simplemente se disolvió.
Los ladrillos y el mortero se transformaron en una niebla viscosa que olía intensamente a salitre, tierra húmeda y, extrañamente, a ozono. La calavera de grafiti pareció sonreír antes de evaporarse. Donde antes había un muro sólido, había ahora un arco de sombra y una escalera de piedra desgastada que descendía abruptamente hacia una oscuridad cálida y pulsante.
Máximo se quedó paralizado. Su mente, educada en la lógica euclidiana y la resistencia de los materiales, luchó por encajar la visión. No existe una falla estructural que provoque eso. Era una imposibilidad geométrica y física.
—¿Qué… qué demonios es esto? He diseñado los planos de la ventilación subterránea de esta manzana. Aquí solo hay una fosa séptica y cables de fibra óptica.
—Tu mundo solo ve lo que puede explicar con números. El mío es el resultado de la convergencia de lo que la humanidad ha olvidado o teme —dijo Serena, avanzando un paso hacia la abertura—. Esto es La Arcanía, Máximo. El subsuelo psíquico y energético de tu realidad. Y la razón por la que te abandoné.
Ella lo empujó suavemente para que entrara en el arco. El aire caliente de abajo olía a especias desconocidas y a metal.
—La Arcanía no es una sociedad secreta, es la estructura interna de la realidad. Cuando nos conocimos, yo era una Aspirante a Guardiana del Velo. El Velo es la membrana que nos separa de la locura total. Mi deber era mantenerlo hermético, y la primera regla era: nunca mezclar la magia con la mortalidad. Nuestro amor era un punto de inestabilidad, un punto débil que atraía la atención de mi mentor, Silas, el Gran Custodio.
Máximo se obligó a bajar las escaleras de piedra irregular. El silencio de la ciudad había sido reemplazado por un zumbido bajo, constante, que resonaba directamente en sus huesos. Miró a Serena, que se movía con la facilidad de quien está en casa.
—Me dejaste una nota incomprensible sobre 'no mirar a las sombras' y 'las llaves del río'. ¿Me fui a casa y te convertiste en una... maga?
—No me convertí en maga. Nací en este lado. Mi madre era una Guardiana. Cuando nuestro romance comenzó a ser demasiado público, Silas me dio un ultimátum: cortarte o verte neutralizado. La neutralización es peor que la muerte, Máximo. Es la deconstrucción de tu propia alma para evitar que seas un riesgo etéreo. Te envié la nota como una pista para el futuro, un mapa del único punto por donde la realidad podría volver a unirse. Y funcionó, ¿no es así?
Llegaron al fondo. El túnel se abrió a una red de pasajes más amplios. Eran de piedra negra, abovedados, una arquitectura que superaba con creces cualquier cosa que Máximo hubiera visto en Roma o Egipto. Los techos estaban tachonados con cristales de cuarzo incrustados que emitían una luz suavemente pulsante, en tonos de jade y amatista.
—Toda la energía emocional no resuelta de tu mundo, todo el conocimiento olvidado, se asienta aquí. Esto es la biblioteca, el motor y el vertedero de la ciudad. Y yo tuve que pasar treinta y cinco años reconstruyendo el Velo en las fronteras, exiliada, lejos de la ciudad principal, para asegurarme de que nunca te encontraran.
Máximo, el arquitecto, empezó a analizar su entorno con una mentalidad nueva.
—Si la Arcanía es la estructura subyacente, ¿quién la mantiene? Estos pasillos son impresionantes. La simetría...
—El Cónclave —explicó Serena, señalando con la cabeza un arco particularmente oscuro. —Son los ancianos de la Arcanía, encargados de la Gran Regla: la no-interferencia. Silas es su líder, el Custodio de ese orden inmutable. Y él sabe que he regresado.
En ese momento, el zumbido se intensificó. Máximo sintió una vibración rítmica a través del suelo de piedra. Serena se quedó inmóvil, sus ojos fijos en la oscuridad del túnel principal.
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Editado: 09.12.2025