El Velo

Capítulo 4: La Infiltración del Orden

La ruta hacia los Archivos Antiguos se convirtió en una tortura psicológica para Máximo. Serena lo guio a través de conductos que no figuraban en ningún mapa civil, túneles estrechos donde la roca era tan antigua que Máximo juró sentir la memoria de la tierra bajo sus dedos. El aire era denso, saturado de una humedad pesada y un aroma metálico que Serena identificó como éter concentrado.

​Máximo, el hombre que controlaba millones en presupuestos, se encontraba ahora arrastrándose por el subsuelo, con su traje de corte impecable manchado de polvo mágico.

​—El Cónclave invierte demasiado en seguridad mágica y muy poco en mantenimiento estructural —murmuró Máximo, usando su linterna de mano para examinar una fisura en el techo. Era su forma de lidiar con el miedo: clasificar la amenaza.

​—Silas cree que la magia es suficiente —explicó Serena, caminando con un silencio que Máximo envidiaba. Ella portaba una mochila gastada que parecía contener muy poco, pero cuyo contenido era esencial: hierbas secas, un par de dagas de obsidiana y un pequeño dispositivo de cuarzo que brillaba tenuemente—. Los Tejidos de Éter son una manifestación de su voluntad inmutable. Detectan cualquier desviación del orden. Un Vigía es un sensor.

​Llegaron a un tramo ancho, una especie de nave subterránea donde la arquitectura parecía fusionar lo romano con lo desconocido. La sala terminaba en una gigantesca puerta de obsidiana mate, grabada con símbolos intrincados que parecían moverse si los mirabas fijamente. Era la entrada a la Sala de los Sellos, el perímetro más exterior del Tesoro.

​—Esta es la primera barrera —dijo Serena—. La puerta no tiene pestillo. Se abre con una firma de intención. Si la abro con el deseo de robar, los Tejidos sabrán nuestra intención y enviarán a los Vigías inmediatamente.

​Máximo se arrodilló, sacando de su maletín un pequeño estetoscopio industrial. Presionó la campana metálica contra la obsidiana.

​—Todo acto de voluntad genera una presión en el entorno, Serena. Si la puerta responde a la intención, debe haber un mecanismo de resonancia. Lo que busco es la frecuencia nula.

​Durante minutos, Máximo escuchó, sintonizando el ruido blanco del éter. Finalmente, encontró un punto: un zumbido bajo, una frecuencia de entropía que el sistema debía ignorar.

​—En este punto —dijo, señalando un pequeño grabado de media luna—, la resonancia es tan baja que el sistema lo clasifica como ruido ambiental. Haz tu conjuro de apertura, pero no quieras abrirla. Piensa en la inestabilidad de esa fisura de arriba.

​Serena se concentró. Esta vez, el murmullo gutural no sonó a viento, sino a una lenta erosión. Ella no dirigió la magia a la puerta; la dirigió a la fisura que Máximo había señalado. La puerta se abrió con un gemido grave y lento, el sonido de la piedra cediendo a la física, no a la magia.

​—La física gana a la intención —susurró Serena, una punzada de admiración en sus ojos.

​Cruzaron la Sala de los Sellos. El techo era altísimo, y el espacio estaba custodiado por tres pilares de basalto, cada uno con un Vigía inmóvil, actuando como centinelas etéreos. La distancia era demasiado grande para simplemente pasar corriendo.

​—Aquí está el riesgo. Tienen un campo visual de intención —dijo Serena, su voz tensa—. Si nos ven movernos hacia el Tesoro, lo interpretarán como un vector de ataque.

​—El Vigía es un sensor. Y todo sensor es susceptible a las vibraciones externas —dijo Máximo, ya sacando el rollo de planos de su maletín. No eran planos de un edificio, sino el mapa de ruido sísmico del subterráneo de la ciudad. Lo había diseñado él mismo.

​—El tren 204. Pasa por aquí a las 11:45 PM. Es la única línea de metro que pasa lo suficientemente cerca de la capa de roca madre.

​Máximo sacó un pequeño dispositivo plateado del tamaño de una moneda. Era un amplificador ultrasónico que usaba para medir la fatiga del metal en las cimentaciones.

​—Vamos a usar el mundo A como arma. El tren produce una vibración de frecuencia baja y constante que el Velo ignora porque es parte del "ruido blanco" de tu realidad —explicó, sus ojos fijos en el reloj suizo de su muñeca. Faltaban siete minutos—. Pero si amplificamos esa vibración en el punto exacto donde la roca madre está más débil...

​Máximo se deslizó por el lateral, evadiendo el campo visual de los Vigías. Colocó el amplificador en una pequeña grieta del suelo que su planimetría había marcado como una discontinuidad geológica.

​—Esto creará un pulso anómalo. El Vigía sentirá el patrón familiar del tren, pero la amplificación lo engañará haciéndole creer que hay una falla estructural grave. La mente de Silas lo obligará a enfocarse en la amenaza física que podría exponer el Velo.

​Máximo y Serena se agazaparon detrás de un bloque de mampostería. Los minutos pasaron lentamente. La tensión era palpable.

​A las 11:45 PM, un retumbar sordo comenzó a sentirse a través de la piedra. El suelo vibró levemente, luego la vibración se intensificó, amplificada por el dispositivo de Máximo. Las luces de cuarzo en la Sala de los Sellos parpadearon al ritmo de la resonancia.

​Los tres Vigías se inmovilizaron. Sus cuerpos, antes rígidos, se inclinaron. Su atención no estaba en el centro de la sala, sino en el suelo, tratando de clasificar la amenaza sísmica.

​—¡Ahora! —susurró Máximo.

​Corrieron. No era una carrera desordenada, sino un sprint de dos profesionales de cincuenta años que sabían lo que se jugaban. El Vigía más cercano giró la cabeza, su máscara de metal reflejando la luz parpadeante. Pero su atención estaba dividida: la amenaza sísmica era más grave para el Velo que dos intrusos.

​Alcanzaron el pasaje lateral que Máximo había identificado como el desagüe del sistema: el Pilar de Descarga. Se lanzaron contra el muro poroso, el musgo húmedo contra sus cuerpos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.