Para Serena, la transformación en voluta de éter no era solo una proeza mágica, sino un acto de anulación existencial. Su conciencia se redujo a un punto de observación pasivo. No había emociones, solo flujo. Se deslizó por el conducto de compensación de presión, un espacio diseñado para mover aire y humedad, no formas de vida. La Llave Interior que Máximo sostenía actuaba como un escudo de no-intención en el exterior, mientras que Serena se vaciaba desde dentro.
El Tesoro de Silas no era un cofre, sino una cámara suspendida en un vacío de energía, un espacio en el que el tiempo parecía haber sido congelado. El Ojo de Cástor estaba en el centro, flotando sobre un pedestal de luz tenue. No era un ojo literal, sino una esfera perfecta de cristal de obsidiana blanca, cuyo interior pulsaba con una luz dorada y caótica, como una estrella muriendo lentamente.
Serena, en forma de voluta, rodeó el pedestal. Los Tejidos de Éter eran visibles aquí: finísimas hebras de luz que formaban una intrincada malla. Ella podía sentirlos, cada fibra reaccionando al más mínimo indicio de deseo. Si ella deseaba el Ojo, la red se cerraría. Si se movía hacia él, la red la atacaría.
Pero ella no se movió por deseo. Máximo le había enseñado a pensar en términos de necesidad estructural. Ella se movió por la fuerza de la gravedad de la atmósfera local, dejándose llevar por la diferencia de presión hasta que la voluta se posó sobre el cristal. No fue un acto de toma, fue un acto de descanso.
Al contacto, la voluta de éter se disolvió sobre el Ojo de Cástor. En ese instante, Serena permitió a su voluntad regresar. El dolor de la re-materialización fue inmediato: un regreso violento a un cuerpo que había sido desmantelado y reconstruido. Se sintió entera, y el Ojo estaba en su mano.
La red de Tejidos de Éter se encendió con furia. Era tarde, pero el sistema de Silas detectaba el resultado de la acción, la posesión del artefacto.
—¡Intrusión! —El grito retumbó en la cámara, no proveniente de una boca, sino de la propia estructura de la Arcanía.
Máximo sintió el pulso del cristal en su mano, la Llave Interior. La luz dorada se intensificó, emitiendo una alarma silenciosa en su mente. El plan ha fallado. La intención ha sido detectada.
Justo cuando Serena se re-materializaba, el Pilar de Descarga se iluminó con una luz roja glacial. La piedra comenzó a vibrar, no por el tren, sino por la magia inmensa que se estaba concentrando allí.
En el extremo del pasillo, la figura de Silas, el Gran Custodio, apareció. No se materializó; pareció haber estado siempre allí, una mancha de sombra que se había vuelto sólida. Era un hombre anciano, pero su túnica de Custodio, adornada con patrones de plata que imitaban las líneas de falla en la tierra, lo hacía parecer una fuerza telúrica. Sus ojos, profundos y oscuros, destellaban con una cólera helada.
—Serena. La hija pródiga. Esperaba más de ti, Guardiana. Esperaba que tu exilio te enseñara el valor del orden.
Serena salió del conducto, el Ojo de Cástor en su mano brillando con intensidad caótica.
—Silas. El orden que defiendes se está utilizando para destruir el equilibrio. Ares no busca el caos; busca la dominación, el anclaje permanente.
—¡El equilibrio lo mantengo yo! —rugió Silas, y la voz desolló el aire—. Un mortal. ¿Tu punto débil se ha convertido en tu arma, Serena? Crees que la lógica de este arquitecto de ladrillos puede subvertir la Arcanía. ¡Qué ingenuidad! Su existencia es una aberración, un riesgo etéreo que debí haber neutralizado hace treinta años.
Serena se puso junto a Máximo. La proximidad era una defensa.
—No puede neutralizarme si tengo el Ojo. Y no puede neutralizarlo a él si no tiene intención mágica. Su obsesión por la magia lo ciega a la física.
Máximo, en el pánico, recurrió a su mapa mental. El Ojo de Cástor era la clave, pero Silas era el obstáculo infranqueable.
—Serena, la ruta de salida. El conducto de desagüe pluvial que me dijiste que estaba inactivo...
—Está a doscientos metros. Pero no pasaremos si lanza un Tejido de Barrido.
Silas sonrió, una expresión cruel y milenaria.
—No necesito un Tejido de Barrido, querida. Necesito orden. Y el orden exige que esta aberración mortal sea desmantelada.
Silas levantó su mano, y el Pilar de Descarga, el punto de sustentación que Máximo había identificado como neutro, comenzó a cargar energía. Las piedras circundantes se agrietaron bajo la inmensa presión.
Máximo, viendo el Pilar cargarse, recordó un detalle que había desechado por irrelevante en sus planos: la vena de drenaje de aguas residuales de la ciudad de arriba, una tubería de hierro fundido que pasaba justo por encima del pasillo.
—Serena, tienes que darme cobertura. Unos segundos. El conducto de desagüe está inactivo, pero la tubería de residuales no. La Arcanía tiene un punto ciego: la inmundicia no clasificada.
Máximo sacó de su maletín una barra de titanio que utilizaba para pruebas de densidad y se lanzó hacia el lateral. Silas estaba tan concentrado en canalizar su poder a través del Pilar que no lo notó.
Serena actuó al instante. Levantó el Ojo de Cástor, que liberó una onda de disonancia. No era un ataque; era puro ruido cósmico. La onda golpeó los patrones de energía de Silas, forzándolo a detener momentáneamente la carga del Pilar.
—¡Te atreves a usar la entropía contra mí! —gritó Silas, su rostro retorciéndose en pura frustración por el desorden.
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Editado: 09.12.2025