El Velo

Capítulo 8: Cimientos de la Convergencia (Final y Epílogo)

La Nueva Estructura

​La primera semana fue una convalecencia que desafió la medicina y la lógica. Máximo yacía en su penthouse, no con huesos rotos, sino con un sistema nervioso que intentaba clasificar una sobrecarga de información etérea. El ataque de Orden Absoluto de Silas no lo había destruido; lo había recalibrado. Ahora, donde antes veía solo paredes y cristal, veía los flujos de energía, el pulso de la Arcanía subiendo y bajando con la marea emocional de la ciudad de arriba.

​—Es una locura. No puedo apagarlo —dijo Máximo, cubriéndose los ojos con el antebrazo. El aire mismo vibraba con información: el miedo de un corredor de bolsa, la alegría de una pareja en el parque, la tensión de una tubería a punto de reventar.

​Serena, sentada a su lado, le preparaba un tónico con hierbas del mundo B y electrolitos del mundo A. Ella estaba físicamente intacta, pero la responsabilidad de la nueva Arcanía pesaba sobre sus hombros.

​—Silas intentó imponerte la frecuencia nula, el silencio absoluto de la no-existencia. Pero tu voluntad, el deseo de volver a mí, era una fuerza que no pudo reescribir. El rayo te obligó a entrar en resonancia con el Velo. Eres la primera persona del mundo A que ve la Arcanía sin necesidad de un conjuro. Eres el Puente, Máximo.

​—Entonces soy un puente sin manual de instrucciones. ¿Cómo se vive sabiendo que mi rascacielos favorito es solo un gran faro de angustia financiera?

​—Tendrás que aprender a modularlo. Al igual que tuviste que aprender a ignorar el ruido del tráfico. Ahora, el ruido es el éter —Serena colocó la taza en su mano—. El Viejo Cónclave ha sido disuelto. Los Vigías están desorientados. La caída de Silas creó un vacío de poder, pero la Grieta estabilizada en las Torres Ares está manteniendo el equilibrio por ahora.

​Máximo se concentró en la sensación familiar del cristal y el té amargo. Usó su mente de arquitecto para categorizar el flujo etéreo, dándole a cada emoción un color y una forma. El pánico era rojo y puntiagudo. El amor de Serena era una luz cálida y constante, de color ámbar.

​—La Arcanía necesita ser reconstruida, Serena. Necesita una nueva estructura de gobierno. Una que no tema al mundo A, sino que colabore con él.

​Serena asintió. —Y para eso, necesitamos un Constructor del Velo. Un líder que entienda la lógica del hormigón y la lógica del éter.

​Máximo la miró, la pregunta implícita flotando en el aire.

​—No, no seré el Gran Custodio. Mi lugar está en la frontera, donde ambos mundos se encuentran —dijo Máximo, la resolución fortaleciendo su voz—. Seré el Balancer. El que asegura que ningún proyecto de ingeniería en tu mundo amenace el Velo. Y que ninguna magia descontrolada en el tuyo colapse un túnel de metro en el mío.

​—Y yo seré la Arquitecta del Nuevo Velo —declaró Serena—. La Arcanía nunca volverá a ser un lugar de aislamiento. Es hora de que seamos un sistema de soporte vital mutuo.

​La Promesa y el Romance

​Su amor, que había sido interrumpido por la locura juvenil y redescubierto en la crisis de los cincuenta, se estableció en una base inquebrantable. Ya no era un romance prohibido, sino una asociación madura. Las discusiones no eran sobre dónde cenar, sino sobre cómo gestionar la energía desbordada de un ritual fallido de bajo nivel en Venecia.

​Máximo encontró una profunda satisfacción en el compromiso. La vida a los cincuenta, pensó, te daba la perspectiva necesaria para entender que el amor no era solo pasión, sino construcción constante.

​Una tarde, mientras revisaban los antiguos planos de Silas, Serena se encontró con una vieja foto suya, de la noche antes de que huyera.

​—Estaba tan asustada aquí. No sabía si eras lo suficientemente fuerte como para vivir sin mí.

​—No lo era. Por eso tuve que convertirme en el arquitecto más frío y exitoso del mundo. Era mi propia defensa contra la vulnerabilidad —Máximo tomó la foto y la guardó—. Pero me salvaste de eso. Me salvaste de mi propia obra maestra de soledad.

​—Y tú me salvaste de la tiranía del orden. Hiciste que la Arcanía aceptara el caos como una fuerza de vida.

​Serena se acercó a la ventana, observando el skyline que Máximo había forjado.

​—El destino nos dio una segunda oportunidad porque no podíamos salvar el mundo si no estábamos juntos. Nuestro amor era la única estructura compatible entre ambos mundos.

​Máximo se puso a su lado.

​—Entonces, ¿cuáles son los planes de construcción para el futuro inmediato, Arquitecta del Nuevo Velo?

​Serena lo miró con la intensidad ámbar. —Diseñar un nuevo hogar. Uno que exista en ambos mundos.

​Epílogo: El Cimiento de Diez Años

​Cinco años después. Máximo y Serena, ya en sus sesenta, estaban sentados en el porche de su casa. La casa no era un edificio, sino una Convergenica Estructural—un espacio que existía simultáneamente en un pequeño valle de Asturias (Mundo A) y en un bolsillo de energía etérea (Mundo B) que Máximo había diseñado para ser perfectamente estable. Las paredes de piedra eran físicas, pero las ventanas de cristal daban a un paisaje de niebla brillante y flora bioluminiscente.

​Máximo, ahora con el cabello completamente gris pero con la vitalidad de un hombre de treinta años, estaba trabajando en su última creación: un pequeño generador de energía que convertía el ruido electromagnético de la ciudad en luz etérea para las comunidades más remotas de la Arcanía.

​Serena se acercó, llevando dos tazas de té. Ella era la Estabilizadora Mayor, la líder del Nuevo Cónclave, que ahora operaba con estatutos de ingeniería y leyes mágicas.

​—La reunión de emergencia de esta tarde. Problemas con los túneles de metro de Madrid. Un grupo de Arcanistas novatos intentó invocar un elemental de tierra cerca de una línea principal.




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