El Velo De La Rosa

Capítulo 1: cuando el pasado se vuelve prisión

Morí sin nombre, sin propósito y sin nadie que llorara mi ausencia. Una existencia sin sombra, un chico solo, un alma abandonada, sin logros ni pecados notables. Me desvanecí en el mundo como una gota en el mar. Y, sin embargo, el destino —o tal vez el castigo divino— me otorgó una segunda oportunidad. O una condena.

Porque desperté en su cuerpo. En el de Anna d’Valrienne, la infame heredera del ducado de Tenebrae. Una mujer tan bella que hacía temblar hasta a las reinas. Cabello negro como la obsidiana, piel blanca como la luna, ojos como rubíes encendidos. Sus curvas eran arte. Su andar, una danza que humillaba a las demás nobles sin decir una palabra. Su voz… un susurro que podía helar la sangre o hacer arder a una corte entera.

Pero tras esa perfección se escondía un monstruo.

Anna era una noble cruel, una tirana en vestido de seda. Había exiliado a familias enteras por nimiedades. Había usado su don mágico para torturar, su alquimia para arruinar rostros y vidas. Era temida, odiada… e intocable. Y ahora, yo era ella. El dolor vino primero. El alma de Anna, que aún parecía aferrarse al cuerpo como una mancha de aceite en el agua. Una sombra maldita, un susurro en mi mente. Pero no fuerte. No viva. Solo… recordada.

La cama era blanda. Las cortinas de terciopelo rojo. El perfume en el aire… era de rosa negra, su flor favorita. La puerta se abrió con temor.

—Mi lady... —susurró una joven sirvienta. Tenía ojeras, dedos manchados de tinta y quemaduras. Me miraba como si esperara un látigo. O una orden de muerte.

—¿Qué… día es hoy? —pregunté, con la voz más suave que pude. La chica palideció.

—E... es lunes, mi lady. Día de inspección. ¿Desea que prepare el bastón?

El bastón. El instrumento con el que Anna recorría su casa para castigar a las criadas por errores mínimos un recuerdo seco, pero claro, volvio a mi mente.

***

—¿en serio te crees especial por tu rostro? — dijo Anna con celos brillando en sus ojos… mientras miraba con desprecio la figura de aquella doncella de rodillas, sin razón, tiro un jarrón al piso y, con desdén, le dijo — venga recógelo, arrástrate como el desperdicio que eres — decía ella con un rostro de satisfacción.

***

sentí una lagrima escapar sin permiso mientras ocultaba mi rostro con mi antebrazo ¿Qué clase de monstruo eras? Fue lo único que llego a mi mente entre náuseas y pena

—No. No hoy.

—¿mi lady…?

La miré. Tenía miedo de mí. De este rostro perfecto. De esta silueta divina. Porque dentro… antes, había un demonio.

¿Cómo demonios puedo vivir con esto?

Pero respiré. Y tomé una decisión.

—Diles a todas que hoy no habrá castigos. Ni inspección. Que descansen.

—¿E-está segura...? —dijo ella con un rostro incrédulo

—Sí. —le respondí con un tono tranquilo tras ver como su cuerpo se tensaba ante mi palabra

—...Como ordene, mi lady...

La joven se retiró, temblando. No me creyó. Nadie lo haría. No aún. Y así comenzó mi vida como la diosa odiada. Condenado a vivir con su rostro. A reparar lo que ella rompió. A lidiar con la mirada de mujeres que la despreciaban… y de otras que, por extrañas razones, aún deseaban tocar su piel. Porque incluso entre el odio… florecía un deseo retorcido. Y entre las cenizas de Anna, quizá… pudiera brotar algo nuevo.




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