El silencio puede ser un grito. Y esa mañana, la mansión d’Valrienne estaba muda como un sepulcro. Sin pasos apresurados, sin lamentos detrás de puertas cerradas, sin súplicas entre susurros. Solo el rumor lejano del viento entre los vitrales.
El eco de Anna había callado. Pero no desaparecido.
Me vestí con manos torpes. El corsé me cortaba la respiración, los broches eran un enigma cruel, y el espejo... El espejo era una burla. Una diosa en reflejo. Una bestia en la memoria.
—¿Necesita ayuda, Mi Lady? —dijo una voz temblorosa tras la puerta. Era la misma sirvienta de antes, aquella que a pesar de mis constantes insultos aun permanecía.
No conocía su nombre. Anna jamás los preguntaba. Solo los marcaba con cicatrices, algunas visibles otras… muy profundas.
—Sí... por favor —respondí suavemente tratando de mantener un tono calmado.
El silencio que siguió a esa palabra fue más fuerte que un grito. “Por favor”. Una palabra prohibida en los labios de Anna.
La puerta se abrió con un crujido lento. La chica entró como si pisara un campo minado. Sus manos temblaban, pero se acercó y comenzó a ajustar mi vestido con la torpeza de quien espera un golpe.
—¿Cómo te llamas? —pregunté. Ella se detuvo, sabía que esa pregunta llevaba más peso de lo que creí, sin pedírselo al universo, ecos del pasado llegaron de golpe a mi cabeza.
***
¨Basura. No eres nadie…. Desgracia…. Plebeya…. Solo muerete¨ ecos de mi mente, restos de una voz que no era mía
***
Sin poder evitarlo, mi mente me traiciono: los sucios recuerdos se filtraron como veneno.
Los dedos suspendidos en el aire, en un intento de sacar de raíz esos recuerdos.
—¿Mi.… Mi Lady?
—Tu nombre. Quiero saberlo. — su voz temblorosa, pero suave, me sacó de mis recuerdos corrompidos, pero algo más, sentí otra cosa…. Un leve brillo en esa oscuridad dos figuras, sin rostro, sin nombre. Pero mi corazón latía con un profundo amor.
—...Eliana.
Ese nombre cayó como una piedra en un lago tranquilo. Quise repetirlo, probarlo en voz alta, grabarlo. Era un pequeño acto, pero en esta prisión de sedas y joyas… era todo lo que podía ofrecer.
—Gracias, Eliana.
Ella se apartó lentamente, sin entender nada. No la culpaba. Yo tampoco entendía cómo seguir respirando en este cuerpo tan corrompido. Minutos después al bajar por las escaleras principales estaban vacías. Solo los retratos de los antepasados me observaban con juicio. Todos nobles, todos fríos. Pero el retrato más grande era el de ella: Anna, a los 17, vestida de terciopelo rojo, con la mirada de una emperatriz y la sonrisa de un verdugo.
—¿Quién eres realmente? —susurré, viendo sus ojos en un intento de buscar una pizca de culpa — no pienso ser tú, sere lo que tu nunca fuiste capaz de ser, por haber sido una cobarde — sin mirar atrás se aleja en dirección al comedor
.
El corazón me latía como un tambor, al llegar al comedor. Allí estaban: los mayordomos, criadas…nadie más. mi familia me aparto por miedo al rechazo y no los culpo. yo hubiese hecho lo mismo. Nadie comía. Nadie hablaba. Solo esperaban. Como siempre, con una voz suave anuncié.
—Hoy comeremos juntos — dije sin vacilar.
Los murmullos comenzaron de inmediato. Un mayordomo tosió. Una criada dejó caer su bandeja. Una de las mujeres mayores, la jefa de cocina, palideció.
—¿Mi Lady… está bien de salud? —preguntó con una mezcla de preocupación y terror.
—Mejor que nunca —mentí.
Me senté al extremo de la larga mesa, dejando la cabecera vacía. No merecía ocupar ese lugar. No todavía. Y entonces lo vi. Una mujer, de pie en la entrada. Alta, elegante, de cabello blanco recogido en una trenza, ojos ámbar. Lady Altheria, consejera personal del duque. Y mentora de Anna.
—Así que los rumores son ciertos —dijo con voz firme
—. La Rosa Negra ha cambiado sus espinas por pétalos. — Todos se quedaron en silencio.
—Lady Altheria… —me puse de pie, incómodo —. Yo solo... —
—Tú no eres Anna —dijo, con ojos que parecían ver a través de mí—. No del todo.
Un sudor frío me recorrió la espalda ¿hice algo tonto para que sospecharan? ¿fui una ingenua al pensar hacer un cambio tan drástico revelaría mi verdadera identidad?
—No sé de qué habla.
—Tu alma apesta a culpa. La de ella no conocía esa fragancia solo desprecio.
Las palabras fueron cuchillas. La anciana se acercó, y sus dedos se posaron en mi barbilla, obligándome a mirarla.
—Sea quien seas, estás en su cuerpo. Así que, por ahora… jugarás su juego. Ten cuidado, niña. Este jardín no es para los que quieren redimirse. Aquí, incluso las flores... matan. — Y con eso, se fue.
Esa noche lloré. No de miedo. De impotencia. De saber que, aunque hiciera el bien… todos seguirían viendo a Anna. Incluso yo. Pero… no me rendiría. Aunque me llamaran monstruo. Aunque no tuviera nombre. Aunque nadie me creyera. Yo no era ella. Y con eso… empezó el primer pétalo del cambio