El silencio, era denso, uno que parecía no decir nada, pero en realidad lo decía todo. El cuarto de Anna era un templo al exceso: espejos dorados, almohadas bordadas, vitrinas con frascos de alquimia, y un retrato de cuerpo completo de la antigua Anna, desnuda, recubierta en hojas de oro. Narcisismo encarnado.
Yo lo odiaba todo.
No por fealdad, sino por lo que representaba.
Toqué el borde de uno de los frascos. “Lágrima de silfide”, decía la etiqueta. Un potente suero paralizante que la antigua Anna usaba para castigar. Recordé su sonrisa en las memorias que no eran mías. Tan fría. Tan hermosa. Tan rota.
Un leve golpe en la puerta.
—Adelante —dije, respirando profundo.
Eliana entro llevando un camisón largo que cubría su cuerpo, caminando con una mezcla de firmeza y resentimiento. Una joven de no más de veinte, con el cabello castaño oscuro que cae en suaves ondas hasta los hombros, tiene una figura delicada pero resistente, sus ojos, de un verde profundo y brillante, parece reflejar una mezcla de temor y esperanza. Su piel es pálida, casi translucida, como si poco sol hubiese tocado su rostro y sus manos finas llevan pequeñas cicatrices, huellas mudas de un arduo trabajo y su silencio forzado.
Pero… lo que sobresale ante esa belleza natural es mi mayor culpa. Esa cicatriz pálida, curvada, como una firma cruel.
—¿Me mandó llamar, Mi Lady? —¨
Su tono era neutro, pero sus ojos... no. Había algo detrás. No temor, no del todo. Más bien… tensión. Como si midiera cada palabra, esperando una sentencia. Yo sabía. Ella me había empujado y Eliana que en la tarde se mostró confusa, pero en sus ojos aun lo veo el odio acumulado.
Y fue así, en ese momento, cuando su alma se desvaneció…. Y la mía tomo su lugar. Abrí los ojos con su rostro, pero no con su esencia. La dama cruel y sanguinaria había muerto al caer por las escaleras de mármol, fue un grito. Uno solo. Agudo, furioso. Luego, el golpe seco del cuerpo contra la piedra.
Lo recordaba ahora con nitidez, como un eco que no me pertenece.
Eliana estaba allí. Frente a ella. El rostro rojo de rabia, los puños temblando. La joven criada alzo la voz por primera vez. Y Anna — la antigua — río con desprecio.
Un empujón. Solo uno. ¿un accidente? ¿desesperación? ¿justica?
No importa.
Lo importante es que YO abrí lo ojos en ese cuerpo después.
No era un desmayo. No era un sueño. La verdadera Anna se fue con ese golpe.
Y yo…. yo herede su voz. Su rostro. Su sombra.
Y ahora la tenía frente a mí. A Eliana
Con esa cicatriz. Con esa mirada de odio.
—Eliana —dije suavemente—. Puedes sentarte.
Ella no se movió. —¿Mi Lady?
—Sé que fuiste tú la que me empujo —sus ojos palidecieron ante mis palabras.
—pero no serás castigada — hice una pausa
Ella en shock y sin saber cómo responder, solamente dijo —¿Por qué...? —
Mis ojos bajaron a su cicatriz. Ella lo notó. Y su postura cambió. Como un animal arrinconado.
—Yo... — dijo ella desviando la mirada — eso fue un accidente. Yo solo... perdí el equilibrio, y usted cayó. Yo no...
—No mientas. —La interrumpí con calma—. Yo lo sé. No por rumores. Porque lo recuerdo. — Un segundo. Solo uno. Sus ojos se llenaron de miedo. De incredulidad. De ira. Pero no huyó.
—¿Entonces... va a matarme? ¿Arrancarme la lengua como dijo que haría si alguien osaba alzarle la voz otra vez?
—No. — Me acerqué. Ella dio un paso atrás. Yo avancé. Sin agresividad. Sin prepotencia.
—Eliana… lo merecía. Anna merecía esa caída. Lo merecía por cada cicatriz que dejó en este lugar. Por cada palabra envenenada. Por cada noche que ustedes lloraron.
Sus labios temblaron. Quiso hablar. No pudo.
—Yo no soy ella. —Tocándome el pecho— No por dentro. — Ella me miró, como si intentara leer lo imposible. Y luego... habló.
—No me importa si es bruja, impostora o demonio. — un poco más tranquila
—¿Entonces? —un poco confundida
—Lo único que quiero... es que no vuelva a hacerme sentir como antes. Como si respirar a su lado fuera una falta.
Silencio, ese silencio que no dice nada, pero, también dice mucho
Yo levanté mi mano. Despacio. Y la acerqué a su cuello. No para dañar. Sino para tocar… la herida que la antigua Anna dejó.
—¿Puedo…? —Eliana tragó saliva. Y asintió, apenas. Mis dedos rozaron la cicatriz, y un estremecimiento recorrido su piel, tan frágil y dolorida como mi propio corazón.
—Lo siento. — un breve reflejo se dibujo en mi rostro, una lagrima contenida
—No es su culpa.
—Pero llevo su rostro. Su voz. Su perfume.
—Entonces cámbielo. Haga que este rostro... signifique algo distinto. — Fue la primera vez que me miró sin odio. Y en sus ojos, no vi miedo. Vi duda. Curiosidad. Y una chispa… extraña. Frágil. Humana. Posiblemente, perdón.