Mis dedos aún reposaban sobre su cuello. Ese lugar marcado por el odio de una mujer que ya no existía. Y, sin embargo, entre nosotras… todo lo que ella dejó seguía ahí, como humo tras un incendio.
Eliana me miraba como si no supiera en qué dirección correr. O si debía correr en absoluto. Yo no tenía las palabras adecuadas. Nunca las tuve, ni siquiera en mi vida pasada. Pero ahora, al ver a esta joven con los ojos húmedos y la dignidad tiritando, entendí que no necesitaba un discurso. Solo acción.
Tal vez merecía su perdón. Tal vez solo buscaba reparar lo que ni siquiera yo había roto…. Pero que ahora, al vivir con su dolor esta piel, me pertenece.
—Eliana… —susurré— ven aquí.
Ella no se movió. Entonces di el paso yo. Y, sin permiso, sin advertencia, la abracé. Su cuerpo rígido al principio. Como si pensara que todo era una trampa. Pero cuando mis brazos la rodearon por completo y su mejilla se apoyó en mi pecho, algo dentro de ella… cedió.
Su aliento se quebró. Y por primera vez, en mucho tiempo, alguien en esta casa lloró sin miedo. Mis manos la sostuvieron con ternura.
Ella era pequeña en comparación. El cuerpo que habitaba ahora—alto, esbelto, imponente—, hecha para dominar con solo estar de pie. Pero ahora ese cuerpo perfecto servía para algo nuevo: ser refugio.
Eliana no dijo nada, pero sus dedos se aferraron a mi vestido, arrugándolo con desesperación. Y yo... la apreté más fuerte. Como si pudiera exprimir el dolor, como veneno en una herida abierta, sacándolo de su pecho…. Y del mío
No era solo redención. Ni solo perdón. Había una chispa maternal en mí que no sabía que tenía. Un instinto protector que me quemaba por dentro.
Y en ella… había una calidez rota que comenzaba a fundirse en algo más. Quizás amor. Quizás dependencia. Quizás un nuevo comienzo.
Cuando por fin se separó, sus ojos aún brillaban con lágrimas. Pero ya no de miedo.
—Gracias… Mi Lady —murmuró.
—Llámame Anna —le dije, sonriendo con suavidad—. Solo Anna, cuando estemos — solas. Sus labios temblaron. Y asintió.
—Está bien… Anna. — y esa nueva palabra, en esa voz que me reconoció por primera vez… sentí que empezaba a existir. Algo que la antigua Anna jamás habría comprendido. Y que yo… estaba dispuesto a descubrir.
Tras esto, ella se fue a dormir, y yo me quede allí, con el vestido aun arrugado por sus dedos, como testigo mudo de que algo…. Había cambiado para siempre.