El pasillo era largo, silencioso y frío. Las paredes, adornadas con tapices apagados por el paso del tiempo, parecían observar cada uno de los pasos de Anna, como si sus propios recuerdos caminaran a su lado. Había sido convocada sin explicaciones, solo un mensaje escueto firmado con una letra firme: “Esta tarde. La galería norte.”
Al llegar, la encontró allí. Lady Altheria. De pie, erguida como un roble en invierno, junto a la gran ventana que daba al patio. Sus manos estaban cruzadas detrás de la espalda. Su vestido gris perla parecía fundirse con la luz tenue que entraba por los cristales. No giró al sentirla llegar. Tampoco saludó.
Anna se detuvo a unos pasos de ella. Hizo una inclinación de cabeza, más contenida que solemne. Su estómago era un nudo. Y aunque su rostro no lo mostrara, por dentro aún se debatía entre el impulso de defenderse… y el deseo incierto de ser diferente.
—Ha sido una semana extraña —dijo finalmente Lady Altheria, su voz suave, pero sin una pizca de blandura—. Hay rumores. Algunos triviales, otros... sorprendentes.
Anna no supo si debía hablar. No se atrevió a romper el silencio.
—Pequeñas cosas. Cosas que no llaman la atención de todos —continuó Altheria—. Pero que, en esta casa, no pasan inadvertidas.
Giró lentamente el rostro hacia ella. Sus ojos grises eran tan impenetrables como siempre, pero esta vez, había en ellos algo que no era juicio… sino evaluación.
—Uno pensaría que ciertas conductas ya no cabrían en ti —añadió—. Y sin embargo… se ha notado una diferencia.
Anna tragó saliva.
—No sé si eso es bueno —se atrevió a decir—. A veces ni siquiera sé si es real… o si solo estoy actuando. Si acaso hay algo que valga la pena en este intento.
Lady Altheria la observó en silencio por un largo momento.
—Los actos más pequeños revelan más que los grandes gestos —dijo al fin—. Y lo que no se grita, pesa más.
Se acercó un paso. Luego otro. Anna se obligó a no retroceder.
—Lo que hagas cuando nadie te ve, señorita d’Valrienne … es lo que más atención atrae.
Sus palabras eran suaves, pero había filo en ellas. No una amenaza, sino una advertencia.
Anna bajó la mirada, con un leve temblor en las manos. Dudaba. Dudaba si lo que estaba haciendo realmente tenía sentido, si era un cambio o solo una tregua con su pasado.
—No sé si puedo sostener esto —susurró.
Lady Altheria no respondió de inmediato. Pero luego, con una calma casi maternal, murmuró:
—Nadie sostiene algo hasta que lo intenta de verdad. Veremos si tus pasos son firmes cuando nadie te guíe.
Se dio la vuelta, caminando hacia la salida. Pero antes de cruzar el umbral, se detuvo.
—Sigue andando. Algunos ya están mirando distinto. Otros… aún esperan el tropiezo.
Y se fue, dejándola sola con el peso de sus palabras.
Anna permaneció allí por un rato más, inmóvil. Aún no sabía si iba por el camino correcto. Pero lo que sí sabía… era que alguien la estaba observando. Y esta vez, no por odio, sino por algo mucho más difícil de ganar: expectativa.