El Velo De La Rosa

Capítulo 9: Después del Grito, un Susurro

La habitación estaba en penumbra.

No había fuego encendido ni ventanas abiertas. Solo la respiración entrecortada de Anna, tumbada boca abajo sobre la cama, la cara hundida en la almohada como si con eso pudiera evitar que el mundo la escuchara… o que ella misma lo hiciera.

Los gritos no salían, pero ardían por dentro.

En su garganta, en su pecho, en las yemas de los dedos que se aferraban a las sábanas con una furia que no sabía a quién dirigir.

Había aguantado. Había aceptado el odio.

Pero ahora que estaba sola… no quedaba nada más que un dolor sordo y sin nombre.

No escuchó la puerta abrirse.

Ni los pasos suaves sobre la madera.

Pero sintió la presencia.

El colchón crujió apenas cuando alguien se sentó a su lado, en silencio. Anna no necesitaba girarse para saber quién era.

No la veía. Pero la sentía.

Como si esa mujer, con su calma silenciosa, fuera capaz de mirarla incluso cuando no podía verla.

Por un instante pensó en moverse.

En alejarse.

En ocultarse más hondo.

Pero no lo hizo.

Porque en ese silencio, en esa quietud, había algo distinto.

No juicio. No lástima.

Solo… presencia.

—¿Vas a quedarte ahí mucho rato? —preguntó Anna con voz apagada, apenas un susurro ahogado por la almohada.

No hubo respuesta inmediata. Solo un leve movimiento, el sonido casi imperceptible del vestido de Eliana acomodándose mientras se sentaba más firme.

—Sí —respondió al fin—. Si eso no te molesta.

Anna dejó escapar un sonido que no fue risa ni llanto.

Un ruido roto, medio vencido.

—Podrías estar gritando ahora mismo —murmuró—. Y tendrías todo el derecho. Podrías odiarme. Como él.

Eliana no respondió.

Y ese silencio, nuevamente, no era vacío.

Era un espacio que no exigía. No presionaba.

Solo estaba.

Anna giró apenas el rostro. Lo suficiente para que una de sus mejillas quedara visible al aire. Tenía los ojos enrojecidos. Y húmedos.

—No sé cómo seguir… —confesó, con una sinceridad que la sorprendió incluso a ella misma—. No sé quién se supone que debo ser.

Ni siquiera sé si tengo derecho a intentarlo.

Eliana miró hacia adelante. No hacía Anna. Pero sus palabras fueron suaves, templadas como una brisa que no empuja, pero acompaña.

—Yo tampoco supe durante mucho tiempo.

Solo sabía que no quería seguir siendo lo que me hicieron.

Anna parpadeó. Algo en esas palabras hizo eco. Algo profundo.

—¿Y cómo…? ¿Cómo dejaste de serlo?

Eliana bajó la vista, pensativa. Luego dijo:

—No lo hice. Solo aprendí a vivir con ella… sin dejar que hablara por mí.

Un largo silencio las envolvió. Pero ahora no dolía.

Era un silencio distinto. Uno que no pesaba, sino que acompañaba.

Anna cerró los ojos.

Y por primera vez en mucho tiempo… sintió que tal vez, solo tal vez, no estaba sola.

Pasaron varios segundos. Quizás minutos. Eliana no lo sabía. No los contó. Solo estuvo allí, como quien vela un silencio que necesitaba ser escuchado.

Entonces, con voz suave, sin romper del todo la calma, preguntó:

—¿Te molestaría si… me acuesto aquí contigo?

Anna no respondió.

No lo hizo con palabras.

Pero su cuerpo, antes rígido, aflojó apenas.

La forma en que sus dedos dejaron de apretar las sábanas.

La manera en que su respiración se volvió más pausada.

Y sobre todo… el hecho de que no se apartó.

Fue suficiente.

Eliana se recostó despacio a su lado, sin tocarla, respetando la distancia.

Quedó de costado, con la mirada puesta en la espalda de Anna.

Esa espalda que había visto tantas veces en los pasillos, en los bailes, en las clases, en los tiempos en que Anna era todo orgullo, todo fachada.

Pero ahora, esa espalda… ya no parecía un muro.

Ya no estaba vacía.

Ya no estaba sola.

Era la espalda de alguien que luchaba.

Alguien que había sangrado por dentro sin que nadie lo notara.

Y Eliana, por primera vez, pudo verla de verdad.

No dijo nada más.

No necesitaba hacerlo.

Solo permaneció allí, respirando al mismo ritmo.

Acompañándola.

Y en ese gesto callado, Anna supo que no tenía que decirlo. Que no tenía que admitirlo.

Porque Eliana ya lo sabía.

Que no quería estar sola.




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