El Velo De La Rosa

Capítulo 12: Una Invitación de Sangre

La cocina había vuelto a su ritmo habitual, aunque las miradas hacia Anna ahora llevaban una nueva luz. Ya no había miedo en los gestos de las demás criadas. Había risas contenidas cuando pasaba con un balde, torpe pero decidida. Había ofrecimientos para enseñarle a cortar verduras sin arruinar el filo del cuchillo, o para ayudarla a recoger el arroz que solía derramarse al servirlo.

Nadie lo decía en voz alta, pero poco a poco… la estaban aceptando.

Eliana también había vuelto a la cocina, fingiendo estar ocupada, pero con los ojos siguiendo a Anna. Y Anna… fingía no darse cuenta. Pero sonreía más fácil.

Entonces, se escuchó el golpeteo de cascos en el exterior.

Un carruaje. No era raro en la mansión, pero este…

traía el escudo de una casa que hacía tiempo no nombraban: la Casa de d’Valrienne

El mayordomo se apresuró a recibir al mensajero. Era un joven vestido con galas formales, con el ceño fruncido y un gesto altivo, como si entrar a esa casa le repugnara.

—Traigo una invitación —dijo, sin dirigirse a nadie en particular—. Para Lady Anna d’Valrienne.

Todos enmudecieron. Incluso el sonido del cuchillo de una cocinera al cortar cebollas se detuvo.

El mayordomo tomó la carta y asintió con una leve inclinación.

—Lady Anna se encuentra en la cocina.

El mensajero pareció escandalizado, pero no dijo nada más. Se giró con brusquedad y se marchó.

Anna salió de detrás del marco de la puerta, su uniforme aún húmedo en la parte baja. En su rostro no había sorpresa, ni miedo. Solo una serenidad que se había forjado con esfuerzo y tierra bajo las uñas.

El mayordomo le extendió el sobre, de pergamino fino y sello rojo oscuro.

Ella lo tomó sin decir palabra, lo abrió, y leyó.

Era una invitación. Formal, cuidadosamente redactada.

“Por disposición de la noble casa de d’Valrienne, se invita a la señorita Anna d’Valrienne a asistir a la celebración del baile de mayoría de edad de su hermana mayor, Lady Selene d’Valrienne. La presencia de todos los descendientes de sangre es requerida…”

No había ni una línea que expresara deseo real de verla. Solo la obligación del deber, del linaje.

Anna cerró la carta con lentitud. Sintió a Eliana acercarse por detrás, deteniéndose apenas a un paso.

—¿Vas a ir? —preguntó con voz baja.

Anna no respondió de inmediato. Miró por la ventana, hacia el jardín donde el sol caía sobre las plantas que ella misma había regado.

Donde, por primera vez en su vida… algo crecía gracias a ella.

—No lo sé —dijo al fin—. Pero si voy, no será por ellos.

Eliana no preguntó más.

Solo se quedó junto a ella.

Como siempre.




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