El murmullo del viento parecía aguardar la decisión de Anna, como si incluso la brisa contuviera el aliento. Aún arrodillada, sus manos polvorientas rozaron las mejillas sonrojadas de la pequeña. La niña la miraba con ojos grandes, llenos de confusión, como si no supiera si debía tener miedo… o esperanza.
Anna le sonrió, y entonces, ante la mirada de toda la plaza, se inclinó ligeramente y depositó un beso en su frente.
Un gesto simple.
Un acto impensable.
Los susurros cesaron de golpe, como si el aire se hubiera vuelto espeso. Entre la multitud, algunas bocas se abrieron en incredulidad. Otras se cerraron, incapaces de procesar lo que acababan de ver.
—Gracias por la flor —susurró Anna a la niña.
La pequeña asintió, como si entendiera que algo profundo acababa de cambiar, incluso sin saber por qué.
Anna se levantó, alzó la mirada y encontró los ojos de Daemien fijos en ella desde lo alto de las escaleras. Él no dijo nada. Pero su expresión lo decía todo.
"Esa no es la hermana que recuerdo."
Eliana tomó la mano de la niña y la condujo hacia sus padres. Anna siguió caminando.
Y subió los escalones sin detenerse, uno a uno, hacia el pasado que aún ardía.
En ese momento Daemien solo dijo una cosa, de forma inconsciente.
—¿Quién eres tú?
Anna solo paso a su lado, de ella solo se dibujo una sonrisa antes de entrar.
Interior de la Mansión - Sala del Este
El sol se filtraba por los vitrales, proyectando sombras rojizas sobre las paredes de madera antigua. El aire olía a cera y tiempo.
Daemien estaba de pie junto a la chimenea apagada, con una copa en la mano. No bebía. Solo la sostenía como si fuera un recuerdo.
Anna entró sin escoltas. Cerró la puerta tras de sí.
—Pensé que me gritarías al verme —dijo ella, sin preámbulos.
Daemien no se giró.
—¿Para qué? Ya lo hiciste tú misma por años.
Anna respiró hondo.
—No vine a justificarme. Solo quiero...
—¿Redimirme? —interrumpió él—. ¿Pedir perdón? ¿Reescribir la historia?
—No —respondió Anna con firmeza—. Solo quiero enfrentarla. Como es. Como fui.
Daemien dejó la copa sobre la repisa.
—¿Recuerdas el piano? —preguntó—. Estaba ahí, contra la pared. Tú solías golpear las teclas cuando te enfadabas… hasta que rompiste el martillo. Padre no quiso arreglarlo. Dijo que era mejor dejar que el silencio te respondiera.
Anna bajó la vista, recordando.
—Yo… golpeaba todo. Creía que, si hacía suficiente ruido, nadie vería lo rota que ya estaba.
Daemien se giró por fin. Sus ojos grises la atravesaban como cuchillas.
—No eres la única que estaba rota, Anna. Pero yo no dejé que el veneno se volviera hábito.
Silencio. Solo el péndulo distante del reloj marcaba los segundos que ya no volverían.
—¿Por qué volviste? —preguntó él.
Anna lo miró directamente.
—Porque mi sombra aún vive aquí. Y si no la enfrento, algún día la arrastrará a alguien más.
Daemien la observó por largo rato. Luego, caminó hacia ella. Detuvo sus pasos a poca distancia.
—Haré vigilar cada uno de tus movimientos —advirtió con voz baja—. Si das un solo paso en falso…
—Entonces arráncame de esta casa tú mismo —completó Anna.
Ambos se quedaron allí, bajo la luz teñida de rojo, como si el tiempo hubiera puesto a prueba dos corazones quebrados.
Y por primera vez, ninguno desvió la mirada.
El murmullo del viento parecía aguardar la decisión de Anna, como si incluso la brisa contuviera el aliento. Aún arrodillada, sus manos polvorientas rozaron las mejillas sonrojadas de la pequeña. La niña la miraba con ojos grandes, llenos de confusión, como si no supiera si debía tener miedo… o esperanza.
Anna le sonrió, y entonces, ante la mirada de toda la plaza, se inclinó ligeramente y depositó un beso en su frente.
Un gesto simple.
Un acto impensable.
Los susurros cesaron de golpe, como si el aire se hubiera vuelto espeso. Entre la multitud, algunas bocas se abrieron en incredulidad. Otras se cerraron, incapaces de procesar lo que acababan de ver.
—Gracias por la flor —susurró Anna a la niña.
La pequeña asintió, como si entendiera que algo profundo acababa de cambiar, incluso sin saber por qué.
Anna se levantó, alzó la mirada y encontró los ojos de Daemien fijos en ella desde lo alto de las escaleras. Él no dijo nada. Pero su expresión lo decía todo.
"Esa no es la hermana que recuerdo."
Eliana tomó la mano de la niña y la condujo hacia sus padres. Anna siguió caminando.
Y subió los escalones sin detenerse, uno a uno, hacia el pasado que aún ardía.
En ese momento Daemien solo dijo una cosa, de forma inconsciente.
—¿Quién eres tú?
Anna solo paso a su lado, de ella solo se dibujo una sonrisa antes de entrar.
Interior de la Mansión - Sala del Este
El sol se filtraba por los vitrales, proyectando sombras rojizas sobre las paredes de madera antigua. El aire olía a cera y tiempo.
Daemien estaba de pie junto a la chimenea apagada, con una copa en la mano. No bebía. Solo la sostenía como si fuera un recuerdo.
Anna entró sin escoltas. Cerró la puerta tras de sí.
—Pensé que me gritarías al verme —dijo ella, sin preámbulos.
Daemien no se giró.
—¿Para qué? Ya lo hiciste tú misma por años.
Anna respiró hondo.
—No vine a justificarme. Solo quiero...
—¿Redimirme? —interrumpió él—. ¿Pedir perdón? ¿Reescribir la historia?
—No —respondió Anna con firmeza—. Solo quiero enfrentarla. Como es. Como fui.
Daemien dejó la copa sobre la repisa.
—¿Recuerdas el piano? —preguntó—. Estaba ahí, contra la pared. Tú solías golpear las teclas cuando te enfadabas… hasta que rompiste el martillo. Padre no quiso arreglarlo. Dijo que era mejor dejar que el silencio te respondiera.
Anna bajó la vista, recordando.
—Yo… golpeaba todo. Creía que, si hacía suficiente ruido, nadie vería lo rota que ya estaba.