El Velo De La Rosa

Capitulo 17: La que fui, y la que soy

El sol caía despacio tras las montañas, y la penumbra avanzaba con paso lento pero seguro por las paredes de la habitación. La seda carmesí de las cortinas, ahora a contraluz, parecía sangrar suavemente sobre el mármol del suelo. Todo era silencio… salvo por el zumbido persistente en la mente de Anna.

Sentada en el borde de la cama, sin armadura ni pose alguna que ocultara sus pensamientos, sus ojos estaban clavados en el enorme cuadro colgado frente a ella.

Una imagen detenida en el tiempo.

Ella, con apenas seis años, de pie entre sus padres. Llevaba un vestido azul pálido, su cabello rizado recogido con esmero. Su sonrisa, sin embargo, no era infantil ni pura. Era rígida. Artificial. Casi dolorosa. Su madre la sujetaba por los hombros con elegancia, y su padre, siempre distante, la sostenía con la autoridad de quien no tolera la desobediencia.

Aquel cuadro era una jaula pintada.

Anna bajó la mirada, pero los recuerdos no necesitaban estímulo para despertar.

***

Hace muchos años…

La porcelana se rompió con un estruendo agudo. La sirvienta, pálida y asustada, se inclinó de inmediato.

Pero fue la niña la que se agachó primero. Con manos pequeñas, delicadas, comenzó a recoger los fragmentos una sonrisa tierna e inocente se dibujaba en su rostro, era la expresión de un niño, sin filtros ni mascaras. El té se había derramado sobre su vestido, pero no le importó.

—Tranquila… yo te ayudo —susurró con una sonrisa cómplice.

La mujer la miró, conmovida, a punto de llorar. Pero entonces, el bastón golpeó el suelo.

—¡Anna! —la voz de su madre cortó el aire como un látigo.

—¿Qué haces en el suelo con la servidumbre? —rugió su padre.

En ese momento un frio recorrió su espalda, no se giro sabia las miradas que encontraría si los miraba.

—A-ayudaba… —intentó decir ella, en su voz un tono temeroso se cernía, con una lagrima contenida.

—Una noble no se rebaja —dijeron al unísono sus voces resonaron en el ambiente.

Y esa vez, algo en la pequeña Anna creció, pequeño, pero que había dejado sus raíces.

***

Presente…

Anna se levantó lentamente. Aún con la vista clavada en el cuadro.

—Eso no justifica todo lo que hiciste —susurró con una leve lastima en su voz, ¿realmente era Anna maldad pura? O fue la consecuencia de su entorno.

Sus recuerdos eran borrosos aun no podía saber esa repuesta.

Entonces, desde el rincón más oscuro de la habitación, una sombra se deslizó como tinta derramada. Avanzó sin hacer ruido hasta detenerse justo frente al cuadro.

Y alzó el rostro.

Era ella.

O al menos, lo que había sido: la Anna de ojos fríos y sonrisa soberbia. La que humillaba con palabras, la que nunca se disculpaba. La que gobernaba con desprecio.

—¿Tienes miedo de mí? —preguntó la sombra con tono burlón—. ¿Crees que puedes esconderme detrás de tu nueva máscara?

Anna no respondió.

—¿Cuántos lloraron por tu mano? ¿Cuántos se apartaban al verte pasar? ¿Cuántos te odiaban en silencio?

Y entonces, sin previo aviso…

Un nuevo recuerdo emergió. No de ella. Sino de él.

Otro mundo… otro tiempo, una visión lejana, un eco que resuena en su alma.

***

El chico estaba de pie frente al casillero, mientras varios compañeros lo rodeaban. Reían. Le empujaban los libros. Uno le arrojó agua desde una botella. Otro le quitó los zapatos y los lanzó por la ventana.

Él solo se quedó ahí, mudo. La garganta apretada. El rostro enrojecido. Sin saber si golpear, gritar, o simplemente desaparecer.

Los profesores lo ignoraban. Sus padres no entendían. Y cada día volvía a casa con un poco menos de sí mismo.

Hasta que un día deseó no despertar.

***

Presente…

Anna apretó los puños. El temblor era real, profundo, nacido del eco de dos vidas cruzadas.

—Esa era mi vida… —murmuró, aunque la sombra no lo entendería. Tal vez nadie lo haría jamás.

La sombra dio un paso más.

—Tú y yo somos lo mismo. El mundo aplasta a los débiles… por eso decidiste ser fuerte. Por eso me dejaste crecer.

Anna respiró. Hondo.

Luego alzó el rostro.

—No —dijo con calma—. No seré tú.

La sombra pareció titubear, como si aquellas palabras tuvieran peso. No se desvaneció… pero retrocedió. Por primera vez, su figura oscura ya no dominaba la habitación.

Anna dio un paso hacia adelante. Y luego otro.

—Puede que haya usado tu rostro. Puede que haya vivido en tu cuerpo. Pero el alma que hay aquí… —se tocó el pecho— …ya no es la tuya.

El cuadro frente a ella no cambió. Pero ya no la atrapaba.

—No importa cuantos luches, yo sigo aquí— con una expresión de satisfacción en su rostro

Anna ya no tenía miedo, su figura acercándose a la ventana dejando que la luz del exterior la bañara, y no le importaba lucharía, aun cuando el mundo entero este en su contra.




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