El Velo De La Rosa

Capítulo 20: Dos sombras, un mismo camino.

El mercado estaba tan vivo como siempre, pero para Anna y Eliana era como caminar por un lugar desconocido. Las telas relucientes, las especias raras, los perfumes exóticos. Todo aquello que antes formaban parte de su vida ya no la llamaban. Ahora buscaba otra clase de tesoros: mantas gruesas para los sirvientes, jabón para los establos y baños, clavos y madera para reparar lo dañado en la vieja mansión, su hogar.

Después de años de derroche, de lujos que solo servían para inflar el ego de alguien que ya no existe, Anna había vendido todo. Las joyas, los vestidos, los adornos dorados. Tofo se había ido al gremio de comercio. No por necesidad, si no por respeto. Por responsabilidad.

—Necesito hilo fuerte para las cortinas del ala oeste— murmuraba mientras revisaba una canasta.

—¿De verdad necesitas tres rollos de hilo grueso? —preguntó Eliana, intentando no reírse—. Ya me obligaste a cargar clavos, cebollas y cera. La cera. ¿Qué sigue? ¿Una cabra?

—el ala este tiene quince ventanas. Las cortinas están tan deshilachadas que dan más pena que la excusa de un noble borracho, además la mansión tiene goteras, los pasillos huelen a encierro y las cortinas dan miedo. Necesito esto. Y no, la cabra vendrá después. Para cortar el césped.

—¿Anna cuidando césped? ¿Quién eres y qué hiciste con la aristócrata que gastaba una fortuna en cojines bordados?

Anna alzó una ceja, divertida.

—La vendí. O bueno, sus vestidos. Todos. En el gremio de comercio.

—¿En serio?

—Sí. No me servían para nada… y necesitábamos camas decentes para los sirvientes.

Eliana se quedó en silencio por un segundo, sonriendo con orgullo. Pero entonces una voz interrumpió el momento.

—Pensé que eras una ilusión. Anna d’Valrienne, en el mercado, con barro en la falda.

Ambas se giraron. Daeron, el noble de rostro endurecido y ojos fríos, los mismos que una vez ardieron de rencor por la muerte de su hermana. Le miraban apoyado en un puesto mientras mordía una manzana.

Anna lo miró en calma.

—Hola, Daeron. — Anna solo callo mientras miraba unos frascos para alquimistas.

—¿Vas a decirme que ahora también te dedicas a la carpintería?

Eliana se cruzó de brazos.

—¿Y tú a seguirla por los callejones o viniste por cebollas?

Él la ignoró.

—No vengo con reclamos —dijo al fin—. Solo... no me acostumbro a verte así. Con la cara limpia. Con las manos sucias.

Anna se acercó, sacó una papa de la canasta y se la entregó.

—Entonces ayúdame a cargar. Así te acostumbras más rápido.

Daeron parpadeó.

—¿Estás... en serio?

—Totalmente. No muerdo —Anna sonrió con un aire travieso—. Ya no.

Eliana le lanzó una zanahoria a la cabeza.

—Deja el drama. O caminas o te quedas. Tenemos que arreglar la despensa antes del atardecer.

Mientras los tres se alejaban entre risas y reclamos, nadie en el mercado reconocía a la “Anna de antes”. Solo veían a una chica que, entre papas y clavos, había comenzado a ganarse un nuevo lugar en el mundo.

Las compras habían sido… excesivas ese día.

—¿Quién diría que una mansión vacía necesita tantas cosas? —murmuró Daeron, mientras intentaba equilibrar una enorme caja de utensilios de cocina junto a un costal de arroz encima de la carreta, las manos ya no daban para todo eso.

—Podrías callarte y empujar más fuerte —replicó Eliana, empapada en sudor, sujetando el lado opuesto de la carreta alquilada que crujía con cada paso.

Delante de ellos, caminando con una sonrisa serena y una cesta más pequeña en brazos, iba Anna. Vestía ropa sencilla, y aunque no cargaba tanto como sus compañeros, su actitud contrastaba radicalmente con la arrogancia del pasado.

—¡Hey! ¡¡Tú también compraste todo esto!! —se quejó Daeron—. ¡Y aun así llevas la cesta como si fueses una dama paseando por el jardín!

—Porque soy una dama paseando por el mercado —respondió Anna, imperturbable—. Y porque si dejo que ustedes se queden sin energía, ¿quién preparará el té cuando lleguemos?

Eliana soltó una carcajada.

—¡Nosotras, claro! ¡Damas en desgracia, cocineras de emergencia y burras de carga a tiempo completo!

—Y yo que creía que un noble no se rebajaba a esto… —resopló Daeron, empujando con más fuerza.

—Tú eres un noble reformado, querido —dijo Anna con tono burlón—. Reformado por la fuerza, la pobreza y la culpa.

—No me recuerdes la culpa. Tu otra versión me la dejó bien grabada.

Anna bajó la vista por un momento, pero no perdió la sonrisa.

—Lo importante es que aún me hablas… y que sigues empujando la carreta.

Daeron la miró de reojo y soltó un gruñido entre dientes, sin negar nada.

Mientras doblaban por una esquina cercana al viejo coliseo, la carreta chirrió peligrosamente. Anna se detuvo, notando una figura apoyada en las columnas de piedra.

Allí estaba Garoum.

A la sombra del edificio, con su enorme lanza descansando contra el hombro y la mirada fija en ella. El sol proyectaba su silueta como un muro imposible de ignorar.

Anna se quedó quieta al verle, su costado aun punzaba a pesar de ya haber cerrado, sus ojos mirándole sorprendida.

—Garoum.

—Vaya —dijo Daeron, soltando un bufido—. ¿Otro que viene a mirar cómo empujamos la carreta?

Garoum no respondió al noble. Solo se acercó un paso.

—¿Y esa escena? ¿La noble caída de la alta torre ahora va por ahí recolectando papas?

—Y especias, y cortinas, y un juego nuevo de tazas de porcelana —añadió Eliana alegremente.

Anna le miro serena intentado encontrar resentimiento en sus ojos. Pero no… en sus ojos había otra cosa algo mas profundo.

—¿Tú también vienes a juzgar?

Garoum negó con la cabeza.

—No. Vine a comprobar si lo que decían era cierto. ¿Qué fue lo que te paso?, ya no veo a la mujer que alguna vez desprecio la caída de mis compañeros por su culpa.

—la mate— Anna dijo con un tono bajo mirando al pecho de aquel soldado, no podía verlo a los ojos tal ves la otra Anna no recuerde esos nombres, pero ella sí, tras la confrontación de ese día los busco, no conocía sus caras, pero si sus nombres y ella, los lleva en su memoria.




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