Las grandes puertas del salón del consejo se abrieron con un crujido firme, inesperado. La mayoría de los presentes alzó la vista, molestos por la interrupción. Pero esa molestia se esfumó en cuanto vieron quién entraba.
Anna.
Vestía sencillo, pero se notaba preparada. Su postura era erguida, su mirada segura. A su lado caminaban Eliana y Daeron, ambos con el ceño fruncido de seriedad, y detrás de ellos, como una sombra inamovible, Garoum, con su capa militar ondeando levemente al avanzar.
Un murmullo cruzó la sala. Nadie la había convocado. Nadie la esperaba. Pero nadie se atrevió a detenerla, ya que en su mirada se veía algo que reconocían, esa actitud autoritaria que la representaba, esa Anna que siempre hacia hasta lo imposible para obtener lo que quiere, pero esta vez, algo era diferente.
Anna llegó al centro sin pedir permiso y depositó una caja de madera sobre la mesa redonda.
—Disculpen la intrusión —dijo, su voz clara, templada—. Pero esto no puede esperar, que terminen sus formalidades.
Los miembros del consejo se miraron entre sí. Selene, sentada a la izquierda, alzó una ceja, cruzándose de brazos con cierta frialdad. Daemian, frente a ella, entrecerró los ojos.
—¿Y tú qué haces aquí, hermana? —preguntó él—. El consejo no convoca sin motivo. Esto no es un juego donde puedes venir a quejarte sobre tus vestidos caros como siempre.
Anna lo miró directo, sin bajar la mirada.
—¿Crees que vendría por capricho?
—No lo sé. Hasta hace poco solo pensabas en vestidos y fiestas —añadió Selene con tono filoso.
Eliana dio un paso adelante.
—Anna encontró algo. Algo grave. Hemos confirmado cada palabra. Y si el consejo se da el lujo de ignorarlo… será por necedad.
El ambiente se tensó. Anna asintió a Daeron, que abrió la caja. Dentro, en un frasco sellado, reposaba la flor azul de bordes oscuros: Somnaria Pestiflorum.
—Una toxina —dijo Anna—. De lenta acción. Silenciosa. Se propaga a través de una toxina que se mescla con el polvo el maíz, creemos que una toxina derivada de la flor del silencio se mesclo con la harina
—¿Y qué? —dijo Daemian con escepticismo—. ¿Unas flores bastan para alarmar a todo un consejo?
Anna apretó los labios. No se ofendió. Respondió con firmeza:
—tal vez tu no la conozcas Daemian, pero la historia no olvida, y se que muchos aquí conocen que tan peligrosa es esta toxina.
Eliana intervino:
—Analizamos los sacos de harina. Está contaminada. Las esporas resisten incluso el horneado si se infiltran antes del proceso de molienda.
Daeron dejó caer sobre la mesa un informe sellado con datos, firmas de sanadores y mapas de distribución.
—Aquí tienen. Las pruebas. Las rutas. Los síntomas coinciden con los casos recientes del distrito. Y también con registros históricos en donde esta flor fue usada.
Selene frunció el ceño. La fría elegancia de su rostro se tensó.
—¿Estas insinuando que estos es una especie de sabotaje?
Anna no vaciló:
—No, posiblemente esporas de la flor se mezclo con los cargamentos emergentes de los sacos de harina que venían del sur— Anna ya sabía la verdad, pero no quería alertar a los perpetradores—
Hubo un momento de silencio. Los ojos de Daemian se posaron sobre ella. No como hermano, sino como noble del consejo.
—Hablas distinto —murmuró—. Como alguien que sabe lo que dice… y no solo lo que cree.
Selene la miró largo rato. Luego asintió, casi imperceptiblemente.
—Tienes cinco minutos. Explica los síntomas. Todos. Sin adornos.
Anna respiró hondo.
—Primeras señales: fatiga leve, somnolencia incluso después de dormir. Luego, temblores finos en las manos, lapsos de atención, y deterioro en la coordinación motora. En etapas más avanzadas, desorientación leve, pérdida parcial de memoria y, en casos graves, parálisis temporal de miembros inferiores. No hay fiebre. Pero sus cuerpos toman una tonalidad purpura, sus venas se hinchan, sus lenguas se inflaman provocando ahogamiento y después la muerte, claro que esta es lenta y dolorosa
Eliana completó:
—Hemos encontrado tres casos severos en los últimos dos días. La flor se propaga por contacto directo, o por alimentos contaminados. Y el pan… es el principal vector.
Garoum, con su voz profunda, habló:
—Recomiendo intervención inmediata. Suspensión de la panadería. Y patrullas para distribución de alimentos seguros hasta nuevo aviso.
Anna terminando agrega.
—Es hora de actuar si esperamos más tiempo, esto podría transformarse en un crisis sanitaria que afectara a toda la ciudad— su mirada mas decidida que nunca, una pequeña señal de la antigua Anna se vio en su mirada, pero esta vez no como una niña caprichosa, no, era una líder que tomaba la iniciativa— pido autorización para mantener una cuarentena en las zonas afectadas, necesito guardias para delimitar el ingreso e impedir mas su propagación, todos los alimentos serán analizados para separar los contaminados de los sanos, también quiero a los médicos de la corte, herbolarios, alquimistas y médicos, bajo mi ala, nadie entra ni sale sin mi autorización, también necesito todo lo que tengan para crear lo mas pronto una cura para impedir muertes innecesarias.
Daemian guardó silencio, luego miró a los otros consejeros.
Un murmullo recorrió la sala. Algunos miembros del consejo se miraron, sorprendidos por el aplomo con el que Anna había tomado las riendas. No era una petición, era una orden disfrazada de protocolo. Y por primera vez, no parecía fuera de lugar.
Daemian se recostó en su asiento, exhalando lentamente.
—Nunca pensé que diría esto, pero… estoy de acuerdo. Si esto es tan grave como parece, necesitamos una voz que actúe.
Selene se levantó, ajustándose la capa con gesto medido.
—Propondré una moción inmediata. Tienes el control, Anna. No nos decepciones.
Anna inclinó la cabeza, sin sonreír. La responsabilidad pesaba sobre sus hombros, pero también la determinación.