El Velo De La Rosa

Capítulo 25: Donde caen los reyes, ella se alza

El humo y la tensión seguían espesando el aire de la plaza central del distrito contaminado. Entre casas marcadas con tiza negra y hornos sellados con telas húmedas, Anna caminaba sin vacilar, rodeada de caos contenido.

Los ciudadanos se apartaban a su paso, no por temor a su apellido, sino al fuego que brillaba en su mirada.

—¡Atención! —gritó desde el centro, su voz proyectándose con una fuerza que parecía surgir de lo más profundo de su pecho—. ¡Escuchen y graben esto en su memoria!

Un silencio absoluto cayó sobre el lugar.

—A partir de este momento, se establecerán tres zonas delimitadas:

1. Zona roja: casos confirmados y en etapa avanzada.

2. Zona amarilla: portadores asintomáticos y sospechosos.

3. Zona blanca: para los que aún no presentan síntomas, pero han tenido contacto indirecto.

—Los infectados NO deben mezclarse. ¡No permitiremos que esta plaga nos gane por ignorancia!

Garoum dio un paso al frente, ya comprendiendo.

—Cordones sanitarios en tres anillos. Cada entrada custodiada. Nadie entra ni sale sin autorización directa de Anna.

—Correcto —asintió ella—. Y si alguno de los guardias muestra los primeros síntomas… se retira. Sin excepciones.

Los soldados tragaron saliva, pero asintieron. El respeto en sus ojos era palpable.

Anna no perdió ritmo.

—¡Eliana!

—Aquí.

—Lleva a los herbolarios y alquimistas a la carpa del mercado viejo. Necesito que trabajen turnos rotativos, día y noche. No se detienen hasta que tengan un prototipo de antídoto o una barrera química que desacelere la propagación.

—Bajo tu supervisión, ¿verdad?

Anna asintió con firmeza.

—Yo misma aportaré mis conocimientos. Conozco la estructura de la flor, sus combinaciones tóxicas y su reacción con minerales. No dejaré que trabajen a ciegas.

Eliana sonrió de lado, casi aliviada.

—Entonces sobreviviremos.

Anna giró a Daeron, que ya organizaba mapas sobre una mesa improvisada.

—Distribuye los suministros en tres rutas. Raciones aisladas para cada zona, sin contacto cruzado. Alimentos sellados y medicinas sin empaques rotos. Cualquier violación al protocolo, incinéralo. No lo discutas.

—Entendido.

—Quiero médicos, alquimistas y sanadores bajo mi ala. No responderán a nadie más que a mí. Si alguien intenta manipular los resultados, ocultar síntomas o entorpecer los registros… —ella se detuvo y clavó los ojos en los presentes— …yo misma lo haré responsable. Y eso no es una amenaza. Es una promesa.

Los guardias a su alrededor se tensaron. No hubo burlas. No hubo risas.

El fuego de su voz quemaba la duda.

—¡Formen los anillos! ¡Aíslen a los enfermos! ¡Y que empiece la carrera contra la muerte! ¡Porque si no luchamos con todo, esto no será una tragedia: será una tumba masiva!

Y entonces, como si la ciudad respirara otra vez, los pies comenzaron a moverse. Los soldados obedecieron. Los alquimistas corrieron. Las carretas giraron sobre caminos improvisados.

Y en el centro del huracán, Anna no flaqueó.

Ya no era la joven caprichosa.

Ya no era la noble caída.

Ahora era el escudo.

La espada.

La torre.

La líder.

Y sus alas —Eliana, Daeron y Garoum— la seguían, no porque tuvieran que hacerlo.

Sino porque ya no podían concebir no hacerlo.




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