El aire estaba denso, saturado por el olor a hierbas, sudor y sangre. El campamento improvisado zumbaba con actividad, como un corazón latiendo apresuradamente. Gritos, pasos, el murmullo apurado de médicos, alquimistas y ayudantes llenaban el espacio entre las tiendas.
Garoum organizaba con voz firme a los guardias, señalando rutas de ingreso y salida, estableciendo cordones con disciplina implacable.
—¡Nadie entra sin pasar por descontaminación! ¡Si hay fiebre, lo quiero en la carpa amarilla! ¡Los sin síntomas al área dos!
Daeron estaba inclinado sobre una mesa improvisada, ordenando viales y anotaciones junto a dos herbolarios agotados. Su túnica estaba manchada de tinta y polvo, pero no parecía darse cuenta.
—El extracto de flor lunar ayuda a ralentizar los efectos si se administra en menos de doce horas. ¡Denme más raíz de musgo blanco, ahora!
Eliana daba órdenes, cortando telas limpias, entregando frascos, consolando niños y ancianos con una palabra amable y una sonrisa que apenas disimulaba su agotamiento.
Y entre todo eso… estaba Anna.
De rodillas junto a un cuerpo tembloroso, sostenía la mano de un anciano mientras murmuraba:
—Resiste solo un poco más. Ya están trabajando en la cura. Solo un poco más...
El hombre tosió sangre y se quedó quieto. Anna cerró sus ojos, bajó la cabeza, y cubrió su rostro con una mano por dos segundos. Solo dos.
Luego se puso de pie.
Siguió atendiendo. No lloró. No podía.
Entre pacientes, Anna notó a un joven alto de rostro serio que ayudaba a mover heridos. Tenía las mangas remangadas, las manos ensangrentadas, y una energía silenciosa que contrastaba con su edad.
—¿Tú nombre? —le preguntó ella.
—Lien —respondió, sin dejar de trabajar.
—¿Cuántos años tienes?
—Dieciocho.
Anna se quedó observándolo un instante.
—¿Y por qué estás aquí, Lien? ¿Por qué te arriesgas tan joven?
Lien se giró para mirarla directo a los ojos. Su voz no tembló.
—Porque puedo hacerlo. No necesito más razones.
Anna asintió, como si acabara de reconocer una chispa que no todos tienen.
—Entonces ayúdame, Lien. No solo a salvarlos. Ayúdame a no olvidar por qué vale la pena hacerlo.
Él asintió con seriedad y siguió trabajando. En medio del caos, un nuevo pilar se había alzado.
---
Parte 2: El nido de los cuervos
En el castillo, la atmósfera era diferente. Silencio. Mármol frío. Y un aire de intriga que recorría los pasillos como un fantasma invisible.
En una de las habitaciones más discretas, Selene y Daemian se reunían con una joven de ojos oscuros y cabello trenzado que servía desde hacía años como una simple asistente de cocina. Pero no era una simple sirvienta. Su nombre era Maelis, experta en leer silencios y detectar verdades ocultas.
—¿Qué tienes para nosotros? —preguntó Selene sin rodeos, ajustando sus guantes con firmeza.
Maelis colocó sobre la mesa un pequeño mapa enrollado, algunas cartas sin firmar, y un pedazo de tela con un símbolo casi invisible bordado en negro.
—Estos cargamentos no fueron error —dijo ella, sin emoción—. Los proveedores del sur fueron infiltrados. La flor fue introducida desde puertos secundarios que no estaban bajo vigilancia. Y este símbolo pertenece a la Mano Carmesí, una red que opera entre comerciantes, nobles y espías.
Daemian maldijo por lo bajo.
—¿Alguna conexión directa con miembros del consejo?
—Aún no —respondió Maelis —, pero algunos nombres se repiten demasiado en documentos "casuales" como para ser coincidencia.
Selene guardó silencio unos segundos antes de decir con voz tensa:
—Anna tenía razón en no revelar esto aún. Si los verdaderos responsables se sienten observados, se enterrarán más hondo.
—Entonces —dijo Daemian, cruzando los brazos—, jugaremos su juego. Mantendremos la corte tranquila... mientras nosotros desenterramos la serpiente.
Maelis inclinó la cabeza. Selene asintió.
—Lo que ella hace en el campo... lo haremos aquí desde las sombras.
—La batalla de Anna es contra la enfermedad. La nuestra, contra los traidores —murmuró Daemian—. Que cada uno cargue su espada.