En los pasillos sombríos del ala oeste del castillo, Selene caminaba con paso firme. A su lado, Daemian sostenía un documento arrugado, su ceño fruncido más por frustración que por lectura. Detrás de ellos, la sirvienta espía —una mujer de ojos grises llamada Maelis— cerró la puerta tras ellos.
—Confirmado —dijo con voz baja—. Los duques del este sellaron sus puentes. Los marqueses de la costa se embarcaron hacia sus fortalezas. Incluso el conde de Drevan abandonó su mansión hace dos días. El sur… es un cascarón vacío.
Selene no respondió de inmediato. Se detuvo frente a una de las ventanas arqueadas, mirando la ciudad a lo lejos, donde las columnas de humo blanco anunciaban las cremaciones. Allí estaba Anna, entre la pestilencia y el deber, sin haberse escondido ni un segundo.
—Cobardes… —escupió Daemian con rabia contenida—. Todos. Se llenaron la boca con discursos sobre el honor, sobre el deber del linaje… ¿y ahora? Corren como ratas en la bodega.
—No solo huyeron —añadió Maelis, abriendo otro informe—. Algunos de ellos cerraron rutas de grano. Otros incluso han comenzado a restringir el paso de médicos por miedo a ser contagiados. Están dejando que la capital se muera sola… por miedo a ensuciarse las manos.
El silencio fue espeso.
Daemian golpeó la mesa con el puño.
—¡Y aun así se atreven a llamarla “la vergüenza de la familia”! Anna está entre cenizas, dando órdenes con las manos manchadas de sangre, mientras ellos cenan en castillos alejados como si esto no les concerniera.
Selene lo miró. Su mirada, usualmente fría, tenía un matiz que pocas veces se mostraba: indignación. Pero también otra cosa más profunda… culpa.
—Durante años la dejamos sola. No sabíamos… o no quisimos saber —dijo en voz baja—. Y ahora ella… ella es la única que no se esconde.
—¿Qué hacemos, hermana? —preguntó Daemian—. No podemos traer de vuelta a los cobardes, pero no pienso dejar que Anna cargue esto sola.
Selene respiró hondo.
—Convoca a todos los líderes menores. Los que no escaparon. Los que aún están aquí. Formaremos un nuevo círculo de decisión con quienes se queden. Si el poder tradicional se fue, entonces renacerá otro.
—¿Y el rey?
—Que rece para que no vuelva con la excusa de “haber estado ausente”.
Maelis sonrió apenas, cerrando el informe.
—Parece que la reina de las cenizas tiene un ejército que empieza a despertar en el corazón del castillo.
Selene no lo negó.
—Y si esos cobardes regresan cuando todo pase… que no esperen su lugar de vuelta. El reino no perdona a quienes abandonan su gente.