El Velo De La Rosa

Capítulo 30: La segunda línea

El humo aún colgaba en el cielo como un velo oscuro de luto. Anna, con la capa empolvada, ayudaba a cubrir los cuerpos de los últimos caídos. Su rostro no expresaba nada. Estaba más allá del llanto. Solo quedaba trabajo por hacer.

—Uno más… —murmuró Daeron, arrastrando una manta sobre un joven que no llegaba a los veinte.

De pronto, el sonido llegó.

Primero sutil. Luego más claro: trompetas lejanas, el crujir de ruedas pesadas, y el galopar organizado de monturas. Eliana levantó la cabeza. Anna giró lentamente.

Desde la entrada sur del distrito, una columna avanzaba entre el polvo. Estandartes ondeaban tímidamente, algunos rasgados, otros limpios como el honor que representaban. En ellos se leían escudos menores, casas que nadie había tomado en cuenta en los últimos años.

—¿Qué es eso? —preguntó Garoum, entrecerrando los ojos.

—No es un ataque —respondió Anna sin moverse—. Es... ayuda.

Las carretas traían barriles de agua limpia, sacos de grano, medicina, telas y carbón. Al frente, cabalgando con expresión grave, iba Lord Carthus de Varn, un noble menor de rostro joven y barba en crecimiento. A su lado, tres más: Lady Myriel, el anciano Sir Grohn, y la firme Naera del Paso Rojo, todos al frente de sus propios séquitos.

Carthus desmontó, hundiendo las botas en el barro empapado de sangre y sudor. Caminó directo hasta Anna y, sin dudar, se arrodilló con la cabeza gacha.

—Llegamos tarde… pero llegamos para quedarnos.

Anna lo observó en silencio. Eliana tragó saliva. Lien, que cargaba una cubeta, se detuvo sin poder procesar la escena.

—No necesitamos gestos —dijo Anna con voz ronca—. Necesitamos manos.

—Y las tendrán —dijo Lady Myriel, bajando del caballo con ayuda de una doncella—. Las nuestras. Las de los nuestros. Si hemos de morir, que sea en la ciudad que aún arde por sus vivos.

Garoum cruzó los brazos, sin poder disimular la emoción. Daeron desvió la mirada, apretando los labios. Eliana solo sonrió.

Anna inspiró profundo.

—Bien. Entonces formen filas. Los alimentos serán distribuidos bajo vigilancia, las medicinas al centro médico, y los refuerzos... —miró a Carthus a los ojos— se prepararán para ensuciarse.

—¿Y nuestras casas, nuestros feudos? —preguntó Naera—. Algunos dirán que somos tontos por venir.

Anna alzó la cabeza. Detrás de ella, el humo de las hogueras funerarias ondeaba como una corona fantasmal.

—Tal vez lo sean. Pero hoy... son tontos valientes. Y eso es más de lo que muchos pueden decir.

Los nobles menores bajaron la cabeza, no por vergüenza, sino por respeto. Los que venían buscando redención la encontrarían aquí, entre cenizas, sangre y determinación.

Y así, mientras el sol caía y las sombras crecían, el número de los que peleaban por la vida creció.

Porque no todos los nobles huyeron.

Algunos vinieron a morir…

y otros, a hacer historia.




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