Ubicación: Castillo Real — Ala Norte, despacho de inteligencia
La noche se cernía como un sudario sobre los muros del castillo, pero en aquella sala oculta, la oscuridad era más peligrosa que afuera. Daemian sostenía en sus manos un legajo sellado. A su lado, Selene se mantenía erguida, firme, el rostro pétreo, los ojos clavados en el mapa sobre la mesa.
—¿Estás seguro? —preguntó Selene, sin apartar la vista de los nombres marcados en rojo.
Daemian asintió. Sus ojos, inyectados por las noches sin dormir, no dejaban lugar a duda.
—Las rutas coinciden. Las flores no llegaron por accidente. Fueron parte de un plan.
—¿Un arma? —Selene frunció el ceño.
—Un sabotaje. Dirigido. Y tengo tres nombres que firmaron las órdenes de distribución —respondió, y dejó caer sobre la mesa los documentos interceptados—. Todos nobles menores del sur. Todos aliados del conde Albrecht… antes de que “muriera misteriosamente” hace tres meses.
Selene abrió uno de los sobres, sacando un informe con detalles de cargamentos de harina, fechas alteradas, y notas escritas en un cifrado rudimentario que ya habían descifrado.
—Estas órdenes contradicen los registros del Ministerio de Comercio —murmuró ella—. Si esto llega a oídos del Alto Consejo…
—Será una ejecución pública. Y la restitución total del nombre de Anna —dijo Daemian, con voz baja pero firme.
Una sirvienta con vestiduras discretas entró sin hacer ruido. Era Jeyra, experta en lectura de sellos y espionaje interno. Hacía días que rastreaba movimientos de mensajeros y documentos.
—Mi señora, mi señor —se inclinó—. Dos de los nobles implicados huyeron al norte. Pero el tercero... aún está en la ciudad. Y al parecer planea escapar esta misma noche.
Selene levantó el rostro lentamente, como una espada siendo desenvainada.
—¿Dónde?
—En las bodegas del muelle negro. Tiene un barco sin insignias preparado para zarpar al amanecer.
Daemian ya se había levantado, atándose la capa y empuñando su espada. Era raro verlo tan dispuesto al combate.
—Selene…
—No. Esta vez, voy contigo —interrumpió ella, su tono sin margen de discusión.
Jeyra miró a ambos. Sabía que estaban listos para actuar, no como nobles, sino como guardianes de su hermana, de su pueblo.
—¿Y Anna? —preguntó finalmente— ¿Le informamos?
Selene negó con la cabeza.
—Ella tiene su propia guerra. Nosotros nos encargaremos de esta.
Y sin más, las sombras envolvieron a los tres cuando salieron por la puerta secreta, rumbo al muelle donde los cobardes pretendían huir… sin saber que la justicia ya había despertado.