El Velo De La Rosa

Capítulo 35: Los 5 días sin su luz

La niebla matutina envolvía el castillo como si el mundo aún no quisiera despertar. El primer día sin la presencia de Anna no trajo alivio, solo un vacío que se filtraba en cada rincón del reino.

Las puertas del castillo no se cerraron. No podían. Había demasiada gente que, sin saber por qué, se quedaba mirando en dirección a la torre donde descansaba su reina.

En la habitación, Anna yacía en la gran cama adornada con telas suaves que no combinaban con la crudeza de sus heridas. Su piel, antes llena de vida por el calor de los hornos alquímicos y el caos del campamento, estaba pálida. Sus dedos aún conservaban las marcas rojas de los frascos que sujetó, de las manos que sostuvo, de los cuerpos que cargó.

Selene había sellado la puerta de su habitación con barreras sutiles. Ni las corrientes de aire ni el murmullo del mundo podían perturbar ese santuario. Solo aquellos a los que Anna hubiera dejado pasar podían entrar… y aun así, nadie tenía el valor de hacerlo.

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🕯 En el salón principal

El fuego no ardía con fuerza. Los tapices permanecían sin limpiar, y las flores que habían llegado como ofrenda en honor a los caídos eran también para ella.

Garoum, usualmente el primero en alzar la voz o mover a las tropas, apenas hablaba. Aferraba su arma como si tuviera que protegerla incluso allí, en la seguridad del castillo.

Eliana, que una vez lideró con precisión y firmeza a cientos, ahora se sentaba junto a la ventana, mirando las nubes. Solo se movía para preparar infusiones calmantes que dejaba en la entrada del cuarto de Anna, aunque sabía que nadie las bebería.

Daeron caminaba. Incansablemente. Pasillo arriba, pasillo abajo. Cada paso era un eco más del ritmo que la reina había impuesto. Y cada paso sin ella se sentía como una traición a ese ritmo.

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🕯 Damien, desde su escritorio

Sus manos temblaban levemente al firmar decretos. El trono no estaba vacío, pero nadie se sentaba en él.

Uno de los nobles menores —Yenrik, el primero en llevar provisiones semanas atrás— se acercó con una petición.

—¿Podemos...? —empezó a preguntar— ¿Podemos visitarla?

Damien levantó los ojos. No respondió. Solo negó con la cabeza, con una tristeza que parecía una cadena colgada del cuello.

—Cuando despierte, sabrá que ustedes estuvieron —dijo por fin—. Pero no la despierten con sus lamentos. Ya cargó con demasiados.

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🕯 Afuera del castillo

La plaza frente al castillo se llenó de velas. No se convocó a nadie. Nadie lo organizó. Y, sin embargo, estaban ahí. Hombres, mujeres, niños, soldados y campesinos. Una vela por cada día en que Anna seguía dormida.

No había música. No había discursos. Solo silencio.

Pero no era el mismo que cuando la pandemia los golpeó.

Era un silencio que temblaba. Uno que contenía súplicas. Uno que lloraba.

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🖋 Cierre del día

Cuando cayó la noche, Demian se sentó frente a la puerta cerrada de la habitación de su hermana. No habló. No lloró. Solo se sentó ahí, con la espalda contra la madera, como si con su presencia pudiera evitar que la oscuridad se la llevara.

Y dentro, Anna respiraba… lenta, constante.

Como si la reina aún estuviera luchando.

Dia 2

El segundo día sin Anna amaneció con un cielo gris y silencioso. Nadie hablaba en voz alta. Las campanas de las iglesias no repicaban. Los músicos callejeros habían guardado sus laúdes, y las plazas, antes bulliciosas por los comerciantes y compradores, eran ahora lugares fantasmas. Las persianas bajadas, los puestos cubiertos, los caminos vacíos.

Era como si la ciudad contuviera el aliento, esperando a que su corazón volviera a latir.

Pero al mediodía, una figura se movió en medio del silencio. Un viejo mercader, encorvado por los años, pero de mirada viva, arrastró su carrito chirriante hasta la plaza central. Con calma, colocó una mesa de madera, colgó sus trapos con cintas de colores, y comenzó a sacar frutas secas, telas, pequeños juguetes de madera.

—¿Qué está haciendo? —preguntó una joven herbolaria con la cesta aún vacía en las manos.

El anciano levantó la vista, su rostro surcado por arrugas, pero firme.

—¿Qué creen? ¿Que cuando despierte su ciudad estará en ruinas y oscuridad? Si vamos a recibirla, que sea con la frente en alto.

Una pausa.

—Ella peleó para salvarnos. Yo no puedo pelear. Pero puedo colocar mi puesto… como siempre lo hice.

Un silencio reverente. Luego, poco a poco, uno tras otro… comenzaron a moverse.

Una panadera encendió su horno, aun sabiendo que los panes no eran necesarios, pero queriendo llenar el aire con su aroma. Un músico se sentó en la fuente y afinó su instrumento. Un niño barrió el umbral de su casa sin que nadie se lo pidiera. Y antes del atardecer, las puertas se abrían, las calles se llenaban de pasos tímidos, luego decididos.

La ciudad no cantaba. Pero respiraba.

Una señal silenciosa: “Estamos de pie. Para cuando regreses, aún estaremos aquí.”

Desde lo alto del castillo, Eliana observaba la escena desde una ventana del cuarto de Anna. En sus ojos brilló una chispa de alivio.

—Anna… mira lo que hiciste —susurró, apretando el marco de la ventana—. Hasta sin moverte… los haces avanzar.

Y la vela que ardía junto a la cama de Anna no parpadeó.

Dia 3

La luz que entraba por los ventanales era suave, filtrada por cortinas blancas que ondeaban apenas con la brisa. El cuarto estaba en completo silencio, roto solo por el compás pausado de su respiración. Anna dormía. Su cuerpo aún inmóvil, su piel más pálida de lo que recordaban, pero viva.

Selene estaba sentada al borde de la ventana, mirando hacia el patio interior. Damien, de pie junto a la cama, observaba el rostro de su hermana sin decir palabra. La habitación no era suntuosa ni adornada como en los tiempos antiguos, sino austera, práctica, con apenas lo necesario. Justo como ella había pedido cuando volvió del frente.




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