El Velo De La Rosa

Capítulo 37– El eco de una hazaña

La enfermedad había golpeado como un martillo, y la salvación llegó de donde nadie lo esperaba. La joven condesa Anna D’Valrienne, antaño recordada como la “noble cruel” que humillaba a plebeyos y despreciaba a sus siervos, se había erigido en la salvadora de su ciudad.

La noticia viajó como fuego en pasto seco.

En las ciudades vecinas

En Mirdhal, el puerto al sur, los mercaderes se reunieron en el salón gremial. El viejo Hargun Velstra, maestro del gremio de navegantes, golpeó la mesa:

—¡Por los siete mares! ¡La D’Valrienne no solo resistió la peste, sino que organizó un cordón de sanidad! ¿Acaso alguno de nosotros pensó en cerrar el comercio a tiempo?

La comerciante Lyssandra Ferhold, que había perdido a dos hermanos por la plaga, apretó los labios.

—Nunca pensé que lo diría, pero le debo respeto a esa mujer. Salvó más vidas que todo nuestro consejo junto.

En Dravemont, al norte, el barón Krael Durrenh, conocido por su arrogancia, rugía de furia en su propio salón de banquetes:

—¡Esto es una humillación! Mientras nosotros manteníamos el orden, ella —una exiliada— se alzó como heroína. ¿Qué pensarán ahora de mí mis vasallos?

La vizcondesa Rhylda Kareth lo miró con frialdad.

—Pensarán lo que todos piensan, barón… que nos escondimos como cobardes.

En la capital imperial

En la Ciudad Imperial de Laryon, el eco de su hazaña llegó al Palacio Dorado. El emperador Aurelian IV escuchaba en silencio mientras el Gran consejero Malken Arvannis leía los informes.

—Majestad —dijo el consejero, su voz temblando apenas—. La señorita Anna D’Valrienne, expulsada de la Academia Real por su arrogancia y crueldad, ha salvado a toda una ciudad. Médicos de la capital confirman que sus medidas contuvieron la pandemia.

El emperador, un hombre de cabellos plateados y ojos aún afilados a pesar de su edad, entrecerró la mirada.

—¿La misma muchacha a la que repudiamos?

El duque Herasmus Veyndral, siempre rápido en defender el orgullo de la nobleza, levantó la voz:

—Con todo respeto, Majestad, devolverla a la Academia sería una afrenta. ¡Los registros aún la nombran como una deshonra!

El emperador golpeó el suelo con el bastón.

—¿Deshonra? No, duque. La verdadera deshonra es que nuestros nobles se escondieran mientras una exiliada salvaba a su gente.

El silencio cayó en la sala del consejo. Finalmente, Aurelian se volvió hacia Malken.

—Consideraremos su retorno. Pero no como perdón… sino como prueba. Quiero verla en persona. Quiero saber si es verdad que esa niña se transformó.

En la Academia Real

Los corredores de mármol blanco de la Academia Real de Laryon se llenaban de ecos de conversaciones agitadas. La noticia había llegado como un vendaval:

“Anna D’Valrienne… la salvadora de una ciudad.”

En un aula del ala norte, varios estudiantes de noble cuna discutían acaloradamente.

—¡Imposible! —exclamó Lyssandra Veyndral, heredera de una de las casas que más despreciaban a los D’Valrienne—. Esa mujer humilló a sirvientes, golpeó a alumnos y trató a todos como basura. ¿Ahora resulta que es una santa?

—Los informes son claros, Lyssandra —respondió con calma Ruhen Veymar, uno de los alumnos más brillantes en historia—. Se puso al frente de una peste. Lideró médicos, alquimistas, soldados y hasta campesinos. Mientras los nobles huían, ella se quedó.

La sala se llenó de murmullos. Muchos recordaban las humillaciones de la vieja Anna: el desprecio con que los trataba, su arrogancia, su odio hacia cualquiera que considerara “inferior”.

—Si esto es cierto… —dijo en voz baja Selira Thandrel, una aprendiz de alquimia que había sufrido los insultos de Anna años atrás—, entonces esa no es la misma persona.

Un silencio incómodo se apoderó de todos. El nombre D’Valrienne, que antes evocaba miedo y odio, ahora se mezclaba con respeto, incluso admiración.

La sala de profesores

En la sala de maestros, las discusiones eran aún más tensas.

El profesor Maelrik Torvan, que había sido uno de los más duros críticos de Anna, se levantó con el rostro enrojecido.

—¡Ridículo! Una mancha no se borra con un solo acto. Fue expulsada con justicia, y así debe permanecer.

La rectora interina, Dame Calyra Enden, lo miró en silencio, apoyando los dedos entrelazados sobre la mesa.

—Un solo acto puede no borrar el pasado, profesor Maelrik. Pero puede cambiar el futuro. Y eso es lo que temo: si Anna regresa, no será la misma joven arrogante que expulsamos. Será una fuerza política y social.

Los maestros intercambiaron miradas. Por primera vez, la idea de Anna D’Valrienne regresando a la Academia no sonaba como una broma. Sonaba como una posibilidad real.

Y, en el aire, una tensión flotaba:

—¿Qué pasará cuando esa “nueva Anna” se cruce con quienes la conocimos en su peor momento?

Mansión de Anna

Mientras los poderosos discutían, en los caminos empedrados Anna avanzaba acompañada de los suyos. Garoum, su guardián, caminaba un paso detrás de ella, su sombra siempre alerta. Daeron, no ocultaba la mezcla de orgullo y desconcierto en sus ojos. Y Eliana, la fiel amiga, se mantenía cerca, hablándole suavemente cada tanto para asegurarse de que no se dejara consumir por el peso de todo lo que había hecho.

En las aldeas, la gente dejaba sus faenas para verla pasar. No había cortejos oficiales ni estandartes desplegados, pero los campesinos levantaban las manos, algunos incluso se inclinaban en silencio, con lágrimas de agradecimiento.

—Mira —dijo Daeron, conteniendo la emoción—. ¿Alguna vez pensaste que escucharías tu nombre con respeto, Anna?

Ella bajó la mirada.

—Tampoco yo. Pero no quiero ser un símbolo vacío. Si la gente me llama heroína… que sea porque estuve con ellos, no sobre ellos.




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