El carro avanzaba lentamente por los caminos que llevaban a la Ciudad Imperial. Sus ruedas crujían sobre los adoquines, mientras el chirrido de las bisagras y el golpe de los cascos de los caballos creaban un ritmo constante. Desde dentro, Anna D’Valrienne observaba el paisaje por la ventanilla: los campos verdes, los árboles que se mecían suavemente con el viento y los pequeños pueblos que bordeaban la ruta. Todo parecía tranquilo, pero la tensión que llevaba consigo no la abandonaba.
Eliana se sentó frente a ella, acomodando el borde de su capa y guardando un silencio respetuoso antes de hablar.
—Nunca pensé que volveríamos a cruzar estos caminos —dijo, su voz suave rompiendo la quietud del carro—. Recuerdo cuando cruzabas la ciudad para asistir a clases en la Academia, y cómo todos te temían. Todos te odiaban…
Anna bajó la mirada hacia sus manos, entrelazadas sobre su regazo.
—Lo sé… y no solo en la ciudad. En la Academia, cada pasillo me recordaba lo que fui. Cómo traté a los demás como si fueran menos que nada… incluso a quienes solo querían acercarse.
Eliana asintió, con expresión comprensiva.
—Recuerdo la vez en el salón de alquimia, cuando empujaste a un estudiante solo porque derramó un frasco de polvo de plata. Todos reían mientras él caía al suelo… y nadie lo defendió. Ni siquiera los profesores.
Anna suspiró, y sus ojos se perdieron un instante en el paisaje que pasaba:
—Esa era yo… arrogante, cruel. Y ahora vuelvo. Pero no soy esa persona. No puedo cambiar el pasado, pero puedo mostrar que se puede liderar con responsabilidad, con cuidado, sin aplastar a nadie bajo mi orgullo.
Eliana le lanzó una mirada cálida, casi maternal.
—La Anna que salvó la ciudad durante la pandemia ya no es la misma. Todos los que estuvieron a tu lado saben que lo que hiciste fue real. Y que lo hiciste por las personas… no por el reconocimiento.
El silencio reinó un momento, solo interrumpido por el crujir del carro. Afuera, Garoum marchaba con los guardias, vigilante en cada sombra, cada movimiento que pudiera significar un peligro. Su presencia, aunque distante, era un recordatorio silencioso de que nadie molestaría a Anna mientras ella cruzaba ese camino.
—A veces me pregunto —dijo Anna, con un hilo de voz— si la gente creerá en mi cambio… o si pensarán que solo estoy interpretando un papel.
—Créeme —dijo Eliana, tomando la mano de Anna por un instante—. Saben la verdad. Lo que hiciste en la ciudad de tus hermanos, la manera en que lideraste a médicos, alquimistas, soldados y ciudadanos… eso no se finge.
Anna asintió levemente, dejando que las palabras se hundieran en su mente. Por un instante recordó un flashback:
Flashback:
Años atrás, empujando estudiantes, humillando sirvientes, disfrutando del miedo que causaba… Aquella Anna parecía imparable, cruel por naturaleza.
Ahora, la Anna que miraba por la ventanilla del carro apenas podía reconocerse en aquel recuerdo. La arrogancia había sido reemplazada por determinación, el miedo por respeto, y el desprecio por cuidado genuino hacia los demás.
—No puedo permitir que la Academia piense que sigo siendo la misma —dijo Anna con voz firme—. Debo demostrar que la fuerza no se mide por miedo, sino por responsabilidad.
Eliana sonrió, con una mezcla de orgullo y tranquilidad:
—Y lo harás. Nosotros estamos contigo. Cada paso que des, Garoum y yo estaremos aquí. Y cuando Selene y Daemian vean tu regreso, entenderán que la ciudad y la Academia presenciarán a alguien que cambió de verdad.
El carro se detuvo un instante mientras pasaban junto a un puente de piedra que cruzaba el río Rilyn. Anna apoyó la cabeza contra la ventanilla y respiró profundo, observando cómo la corriente reflejaba el cielo matinal.
—Llegó la hora —susurró—. No por reconocimiento. No por redención. Sino por lo que podemos construir.
Eliana asintió y, mientras el carro retomaba su marcha, sonrió suavemente:
—Y yo seguiré asegurándome de que no te pierdas en los recuerdos del pasado. Que cada paso que des sea firme, pero también humano.
El carro avanzaba hacia la Ciudad Imperial, con Garoum y los guardias vigilando a ambos lados, y Anna D’Valrienne mirando por la ventanilla, lista para enfrentar la Academia y todo lo que el pasado aún pudiera arrojarle.
Tras unas horas
El gran portón de la Academia Real de Laryon se abría lentamente ante la comitiva de Anna D’Valrienne. Los adoquines resonaban bajo el paso firme de los caballos y del carro que la había traído, mientras la brisa matinal agitaba suavemente los estandartes y banderas que marcaban la entrada.
Dentro del carro, Anna mantenía la mirada tranquila hacia el frente, sus manos apoyadas suavemente sobre el regazo. Su atuendo era sencillo: una túnica de tonos neutros, sin joyas ni adorno ostentoso. Ningún anillo, ningún collar, ningún símbolo de riqueza. Solo ella, su postura recta y una calma que contrastaba con la arrogancia que la había caracterizado años atrás en la misma Academia.
A su lado, Eliana ajustaba su capa y la observaba con una mezcla de orgullo y expectación. Afuera, Garoum marchaba con paso firme entre los guardias enviados por Selene y Daemian, vigilante y silencioso, su mirada fija en cualquier sombra que pudiera significar peligro. Ambos demostraban que acompañar a Anna ya no era motivo de miedo, sino de honor.
Mientras el carro avanzaba por el patio central, los estudiantes y profesores que esperaban allí quedaron inmóviles. Muchos recordaban perfectamente a la “noble cruel”: la joven que solía entrar a la Academia con ropas ostentosas, collares brillantes, anillos relucientes, y un aire de superioridad que aplastaba a todos los que la rodeaban. La misma que humillaba a compañeros y sirvientes, que imponía su voluntad con desprecio y que nunca mostraba compasión.
Pero ahora… lo que veían los dejaba sin palabras.