El Velo De La Rosa

Capítulo 41 – El asiento prohibido

El sonido de los relojes mágicos marcó el inicio del primer día de clases.

Los pasillos de la Academia Real de Laryon, siempre llenos de conversaciones y risas, hoy se hallaban envueltos en un silencio expectante.

Todos sabían lo que ocurriría ese día.

Anna D’Valrienne había regresado.

En el gran salón de Estudios Arcanos, las bancas formaban semicírculos ascendentes alrededor de una plataforma de mármol, donde se erguía el profesor Lord Verdan Kael, un mago veterano de barba gris y mirada aguda. Su clase era una de las más exigentes de la academia… y también una de las que más había sufrido las insolencias de la antigua Anna.

Los estudiantes ya estaban en sus asientos cuando ella entró.

El murmullo se apagó de inmediato.

Sus pasos resonaron con un eco suave, casi solemne. No había joyas tintineando, ni perfume opulento llenando el aire. Vestía el uniforme reglamentario: sobrio, bien cuidado, pero sin un solo adorno.

Nada quedaba de la joven que antes irrumpía en los salones rodeada de cortesanos, con vestidos modificados para destacar y anillos que cegaban bajo la luz mágica.

Solo Anna.

Con una calma que no buscaba llamar la atención, pero que aun así, la atraía toda.

Las miradas la siguieron mientras avanzaba por el pasillo central. Algunos estudiantes bajaron la vista; otros fingieron no verla. Nadie se atrevió a saludarla.

Era como si su mera presencia recordara una herida aún abierta.

Desde el fondo, Einar, el joven plebeyo al que antaño había humillado, la observaba en silencio.

A su lado, Lyria Venshall, su antigua aliada, sonreía con una mueca amarga.

—Mira eso… —susurró—. Ni siquiera tiene el decoro de mantener la cabeza en alto. Antes, al menos, era interesante verla creerse reina.

Einar no respondió. Pero su mirada hacia Anna tenía algo distinto: no burla, sino duda.

Anna llegó hasta su asiento, ubicado en la segunda fila, casi en el centro.

Dejó sus libros sobre la mesa con cuidado y respiró hondo.

Podía sentir los ojos sobre ella, el peso del pasado flotando como un velo invisible.

Cada rincón de aquel salón guardaba un recuerdo desagradable de la anterior D’Valrienne: risas, desprecios, palabras hirientes.

[Flashback breve]

—Sirvientes atrás —había ordenado una vez, con tono gélido, apuntando con su abanico a una muchacha que se había atrevido a limpiar un banco frente a ella—. Tus manos no merecen tocar donde yo me siento.

Las risas de sus compañeras resonaron como campanas crueles.

—Como digas, Lady D’Valrienne —había respondido aquella muchacha, temblando.

Anna recordaba aún la expresión de miedo en sus ojos. Era la misma expresión que había visto en tantos otros.

Ahora, ese recuerdo le dolía.

[Fin del flashback]

El sonido de pasos suaves la sacó de sus pensamientos.

Eliana se había colocado discretamente detrás del aula, junto a los otros sirvientes.

Vestía su uniforme gris impecable, las manos entrelazadas frente al pecho, la mirada serena.

Estar ahí, tras la línea invisible que separaba a los nobles de sus asistentes, era la norma.

Siempre lo había sido.

El profesor Verdan alzó la vista desde sus notas y su ceja se arqueó levemente al ver a Anna sentada.

—D’Valrienne —dijo en voz neutra—. Bienvenida nuevamente a mi clase. Espero que, esta vez, su atención esté al nivel de su reputación actual.

Algunos soltaron risas ahogadas. Anna no se inmutó.

—Lo estará, profesor —respondió con serenidad.

Verdan asintió, sorprendido por la falta de arrogancia en su tono, y comenzó la lección.

Mientras la clase avanzaba, Anna se mantenía en silencio, escuchando cada palabra, tomando notas con disciplina.

Sin embargo, algo la distraía: la presencia de Eliana al fondo del salón.

Su sirvienta permanecía de pie, inmóvil, observando sin intervenir.

La misma imagen que Anna había visto toda su vida… pero ahora le resultaba insoportable.

Porque en su mente, cada sirviente de pie era un recordatorio de su antigua soberbia.

Eliana, al notar la mirada de Anna, frunció el ceño con leve preocupación.

La antigua Anna habría ordenado sin dudar; esta, en cambio, parecía debatirse en silencio.

Hasta que, finalmente, Anna levantó la mano.

El profesor interrumpió su discurso.

—¿Sí, D’Valrienne?

Anna se levantó con calma, todos los ojos sobre ella.

—Con su permiso, profesor —dijo—, quisiera hacer una petición… personal.

El murmullo comenzó de nuevo.

Verdan arqueó una ceja. —Habla.

Anna giró hacia la parte trasera del aula.

Sus ojos se posaron en Eliana.

Y con una voz clara, tranquila, pero que retumbó en cada rincón, pronunció:

—Eliana. Ven aquí. Siéntate conmigo.

El silencio fue absoluto.

Los estudiantes dejaron de respirar.

Incluso el profesor se quedó congelado por un instante.

Un sirviente… sentarse con un noble.

Era impensable.

Era una violación directa al código social más arraigado de la Academia Real.

Y peor aún… esa orden provenía de Anna D’Valrienne, la noble que una vez había despreciado hasta el aire que respiraban los criados.

Lyria fue la primera en reaccionar, soltando una carcajada.

—¿Qué es esto, una broma? ¿Desde cuándo compartes asiento con tus juguetes, Anna?

Pero Anna no se giró hacia ella.

Su mirada seguía fija en Eliana.

Serena. Inquebrantable.

Eliana, por su parte, no se movió al principio.

Podía sentir todas las miradas sobre ella, el peso del tabú, el riesgo de la humillación pública.

Pero conocía esa mirada. Sabía que esa Anna no era la misma.

Así que avanzó.

Los murmullos se multiplicaron cuando Eliana cruzó el salón.

Los estudiantes se apartaron, como si temieran que aquel acto profano los salpicara de escándalo.

Llegó junto a Anna, que movió un poco su bolso para hacerle espacio.




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