El cielo grisáceo se extendía sobre los patios adoquinados cuando Anna D’Valrienne salió del edificio de Elementalismo. Su paso era firme, pero había cansancio en su sombra. Las palabras del día, los murmullos, los recuerdos forzados… todo se acumulaba sobre sus hombros como una vieja capa que nunca terminaba de quitarse.
Eliana caminaba a su lado, sosteniendo una carpeta de notas. Garoum seguía unos pasos detrás, siempre en silencio, siempre vigilante.
La mayoría de estudiantes se apartaba al verlos pasar. Algunos bajaban la mirada, otros fingían conversaciones para no cruzarse con Anna. Y unos pocos ―los más arrogantes― la observaban con desprecio, como si su sola presencia ensuciara la piedra del lugar.
Pero esta vez… había otras miradas también.
Miradas que observaban de frente.
Miradas que no tenían miedo.
Miradas que reconocían.
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Encuentro en los jardines
Anna se detuvo al llegar a los jardines del ala oeste. Ahí, entre los rosales encantados, un pequeño grupo de estudiantes conversaba en voz baja. Todos llevaban discretos emblemas en sus uniformes: pequeños pináculos dorados, espadas cruzadas, escudos antiguos.
Símbolos de casas nobles menores del imperio.
Uno de ellos fue el primero en dar un paso al frente.
Un joven de cabello negro recogido en una trenza, ojos ambarinos y postura firme.
—Señorita D’Valrienne.
Anna lo observó con cautela. No lo reconocía… no del todo.
—¿Puedo ayudarlo? —respondió con neutralidad.
El joven inclinó la cabeza, con un respeto que pocas veces se veía dentro de la academia.
—Mi nombre es Caelan Varn, hijo de Lord Carthus de Varn.
Ese nombre…
Anna lo recordaba.
Un convoy de ayuda que había llegado la tercera semana de la pandemia, liderado por el propio Lord Carthus, quien había arriesgado su vida entrando en los barrios enfermos para llevar medicinas.
—Mi padre me pidió que le transmitiera su respeto —continuó Caelan—. Y… que recordara siempre las palabras que usted le dijo en Varn Keep.
Anna frunció suavemente el ceño.
—¿Qué palabras?
Caelan sonrió, apenas.
—“No importa quién lo haga. Si alguien puede salvar aunque sea una vida, tiene la obligación de hacerlo.”
Usted no lo recuerda, pero mi padre lo repite cada vez que habla de la crisis del sur.
Eliana sintió un escalofrío.
Anna… quedó completamente inmóvil.
—Yo… no pensé que alguien escuchara aquello —susurró.
—Mi padre dice que esa frase lo hizo seguir aun cuando la fiebre casi lo mata —Caelan bajó la mirada—. Y por eso quería que supiera… que para la casa Varn, siempre tendrá un aliado.
Anna respiró hondo.
—Gracias, Caelan. Dígale a su padre que sus acciones también salvaron vidas. La ciudad no habría resistido sin él.
El joven se retiró con una reverencia impecable.
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Apenas Caelan se alejó, otra figura se aproximó. Una joven alta, cabello rubio cenizo atado en una cola elegante, mirada seria.
—Señorita D’Valrienne —dijo con voz firme—. Soy Lysette Myriel, hija de Lady Myriel.
Ese apellido también encendió un recuerdo profundo en Anna.
Lady Myriel… la mujer que había organizado los orfanatos improvisados para los niños que habían perdido a sus padres. La que había trabajado diez días sin dormir. La que lloró cuando Anna le entregó un bebé que creían perdido.
Lysette habló con claridad:
—Mi madre dijo que usted fue… —inhaló profundamente— …la única noble que no huyó cuando la enfermedad llegó a los altos distritos.
Anna bajó la mirada.
Aquel recuerdo era una daga.
Una daga que aún dolía.
—Su madre es la valiente —respondió Anna—. Yo solo…
—No venga con modestias —la interrumpió Lysette sin pudor—. Mi madre no admira a cualquiera, señorita D’Valrienne.
Y menos a los nobles.
Eliana tuvo que contener una risa nerviosa.
Garoum arqueó una ceja, divertido.
Lysette respiró hondo.
—En nombre de la casa Myriel… bienvenida de regreso.
Y se retiró sin esperar respuesta.
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El tercero en acercarse era un joven fornido, cabello rojizo y pecas marcadas. Llevaba el emblema de Sir Grohn del bastión de Brann, un viejo guerrero que había ayudado a contener los disturbios durante las cuarentenas.
—Soy Tarek Grohn, mi Lady —dijo con su fuerte acento del norte—. Mi abuelo me pidió que le dijera algo.
Anna lo miró con curiosidad.
—¿Qué cosa?
El joven cerró el puño sobre el corazón.
—Que usted fue la única en tratarlo como un igual, aun cubierto de sangre y ceniza.
Anna sintió un nudo en la garganta.
Recordaba bien a Sir Grohn, sosteniendo a un anciano moribundo entre los brazos el día que el hospital colapsó.
—Dígale… que espero volver a verlo —logró decir.
—Él también lo espera, mi Lady —asintió Tarek.
Antes de irse, un cuarto estudiante se aproximó tímidamente.
Una joven de ojos avellana, piel bronceada y cabello oscuro trenzado con cuentas rojas.
—Soy Neria del Paso Rojo, sobrina de Naera del Paso Rojo.
Anna parpadeó.
Naera… la cazadora que había guiado a Anna por los bosques para cortar hierbas medicinales cuando los alquimistas se quedaron sin ingredientes.
Neria inclinó la cabeza con calma.
—Mi tía dijo que si volvía a verla… la llamara “hermana”.
Y que usted siempre tendrá refugio en Paso Rojo.
Anna apretó los labios.
Ese sí era un golpe directo al corazón.
—…Dale mis saludos. Y dile que sigo en deuda con ella.
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🌫️ Grietas internas
Cuando los cuatro se hubieron alejado, Eliana tocó suavemente el brazo de Anna.
—¿Estás bien?
Anna asentó, aunque su voz temblaba.
—No sabía… que tantos recordaban.
Garoum, con voz grave, añadió:
—No fueron pocos quienes vieron tu verdadero carácter, Anna. Aunque no lo creas.
Antes de que Anna pudiera responder… algo heló el aire.